En un lugar de la Hispania, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo, vivía una dama que se pasaba el día wasapeando, era tal su obsesión, que empalmaba la salida del sol con la salida del día siguiente. No dormía ni se enteraba de lo que ocurría a su alrededor. Su marido acondicionó la vivienda: cambió ventanas, puertas, tarimas; decoró paredes con pintura y cuadros de arte, y ella, estaba tan abstraída con el wasap o guasap, que no se enteraba de nada; ella ejercía de un mueble más, que llenaba un hueco de la casa.
Un día su marido adquirió una mansión en la sierra, en un altozano. Una casa soleada y aireada por todos los costados, con árboles frutales y oxigenantes, y parterre, pero ella, dale que dale con su wasap, y no se enteraba de nada. Un día, su marido la llevó a pasar un fin de semana a la nueva vivienda de la sierra, y ella no se enteró que había cambiado de "hábitat"; ella permanecía sentada en el sillón embebida en su wasap. No existía nada en su entorno. Su marido cobijaba en el garaje tres vehículos de lujo; y, sobre la mesa, abundaban las exquisiteces; los vestuarios lustrosos en los armarios; la saturación del cofre joyero sobre el tocador; los viajes paradisíacos; los hijos cursando en el extranjero en los mejores colegios y universidades, con un pan debajo del brazo, tan pronto como terminen?, y ella no se enteraba de nada. Ni el mayor marajá podía competir con su emporio de suntuosidad; pero ella seguía sumergida en su wasap, no se enteraba de nada; su marido lo traía a espuertas, calentito, de no sé dónde, pero ella seguía ausente, no se enteraba de nada: ni del amor, ni de los caprichos, ni de los lujos, ni de la buena vida que disfrutaba ni de los trapicheos del marido. A ella, sólo le interesaba el disfrute de todas las cosas y el juguete de su wasap.
Como aquel señor de mi pueblo, que se comió el jamón, que su padre guardaba en la bodega para el verano, se lo fue comiendo a trozos, cada día, y, cuando su padre lo descubrió, se justificó que él no había sido, que no sabía nada de nada.
Estas alienaciones conscientes se guardan en el subconsciente, y, al subconsciente ni el más tramposo le engaña. Se podrán mediatizar y manipular la justicia y los medios, pero la ética seguirá acuciando, cada instante, a pesar de que el wasap sirva de refugio, y se dé mil vueltas en la cama buscando la paz y la tranquilidad, que, a Dios gracias, no se encuentran entre las sábanas.
El wasap del olvido intencionado tiene las patas muy cortas. Todo, un puro cuento.
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