CIUDAD RODRIGO | El pregón fue pronunciado en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal tras la proclamación del Triunfador bolsinista
I. INTRODUCCIÓN. NUEVA EN ESTA PLAZA.
Patriarca, Presidente, autoridades, bolsinistas, triunfador y finalistas, mirobrigenses, aficionados, amigos.
Sería un atrevimiento venir a Ciudad Rodrigo a hablarles de su ciudad o a repetir la historia del Bolsín. No voy a tratar el animalismo, que ya el Domingo de Resurrección del 2012 fue objeto del pregón en Sevilla por el ex Ministro de Asuntos Exteriores británico Lord Garel-Jones, quien mostraba su inquietud por la alarmante presión que la cultura anglosajona estaba ejerciendo sobre la tauromaquia. Tampoco voy a detenerme en prohibiciones, en las desbandadas de las masas taurómacas ni demás bajonazos que amenazan la Fiesta, calcados y perfectamente diseccionados ya en los 60 (1967, Marcial Lalanda) durante una conferencia en el Círculo Mercantil con Los de José y Juan. Eterno argumento y eterna amenaza esta de la decadencia en la historia del toreo, como ya pronosticara en errática y apocalíptica sentencia (1920) El Guerra tras la muerte de Joselito El Gallo en Talavera.
Yo he venido a esta tribuna a hablarles de toros, y aunque es éste un pregón taurino espero que tenga alcance más allá del tapete dorado de los alberos. Porque la obligación de nuestros gobernantes y así siento la mía hoy aquí, es defender nuestra cultura en este ambiente de crispación y de suburbio y en este contexto de globalización que pretende un mundo homogéneo y un pensamiento único y alineado. Y para que puedan seguir mejor la exposición, he organizado el orden de esta lidia en tres tercios.
En el primero de ellos y para tener la inspiración en las ideas, la fluidez en el verbo, el agradecimiento en el corazón y la emoción en la piel, permítanme que comience con las negritas más importantes que voy a utilizar. Concédanme el lujo de recordar de forma breve la sencilla historia taurina de los Montejo desarrollada en un escenario de socampana y de dehesa, pero donde el epicentro siempre fue Tabera de Abajo. La mía es por tanto, una de esas aficiones de familia, como contaba Marcial Lalanda quien aprendió de su abuelo, conocedor de toros bravos. Así que déjenme que les cuente de Manolo Montejo, mi bisabuelo, hombre de la absoluta confianza de Juan Martín y Carlota Aparicio, de cuyo padre, Juan Carreros (D. Juan Manuel Sánchez Hernández) quien formó su vacada en 1881 con reses colmenareñas y a las que después, como se estilaba, añadió hembras de Veragua y un toro de Miura, decía José Gómez El Timbalero, nuestro cronista más antiguo, que dada su inteligencia colosal ni un toro manso debía salirle.
Puedo contarles también del llamado Tío Botín, oriundo de Mogarraz, patriarca serrano y terrateniente en cuyas haciendas comenzarían a idearse las esperanzas ganaderas de la saga de los Fraile. Y de su admirado Lisardo Sánchez, hombre carismático e infatigable, líder de mercado y empresario, quien contaba orgulloso cómo desde patear caminos con lo puesto había creado un emporio agropecuario, a pesar de varias quiebras. Ganadero tardío porque de haber empezado pronto decía AP que habría acabado con todos, llegó a reunir 12000 hectáreas comprendidas entre Botoa y Esteban Isidro (donde culminó su patrimonio y su sueño, en el lugar donde sus padres habían sido renteros). Precisamente, de Lisardo sería Mirelo, toro de la alternativa de Pedro Gutiérrez Moya el 19-6-1972 en Bilbao.
Corría el año 1935 y España todavía respiraba. Una auténtica revolución espabilaba a la pequeña población de Tabera de Abajo, siempre flanqueada por un buen puñado de nombres ilustres que bautizaron el lugar de divisas legendarias. El motivo no era otro que el estreno de Rosario la cortijera, protagonizada por Estrellita Castro, y rodada en la vecina Padierno. Meses después del rodaje, víctimas de la deslealtad y el resentimiento, Argimiro Pérez Tabernero y su hijo Juan, señores de Padierno, fueron fusilados en Málaga, al estallar la guerra civil.
Fue así, entre historias de campo, como mi afición fue creciendo y consolidándose a la vera de mi abuelo Benigno, quien tanto me enseñó y a quien recuerdo cada día por su sentido heredado y aprendido del respeto, el deber y la lealtad, tan extremo que cuando se vendió San Lorenzo o La Mangada, pudiendo hacerse con ella, él y su padre decidieron comprarla para sus jefes porque era lo que querían hacer y lo que creían que tenían que hacer. Él, quien se acordaba de todo, siempre llevó Tabera en el corazón y en su conversación inacabable, siendo mucho más valioso por lo que callaba que por lo que contaba. Y paradójicamente, pese a la cotización de la sabiduría silenciosa y sin estridencias de los hombres de campo, a los lutos y crespones con que las ausencias más retóricas dejan en penumbra las dehesas, el 29 de abril de 2015 fallecía arropado por la fragilidad en el agradecimiento y esa desmemoria tan característica de la condición humana. Como se vive el duelo en el campo: sin un horizonte donde tintineen los cencerros porque ya no tienen badajo, con los caballos a campo abierto al quitarle las herraduras para que nadie vuelva a cabalgar en memoria del amo muerto o sacrificando a la vaca madre cuando un toro hería de muerte a un torero. Así que con las letras bien grandes, la cabeza bien alta y la voz bien clara, aquí estoy hoy para dedicarle sólo unas palabras por el obituario que nadie escribió, por la oración que casi nadie rezó y por el recuerdo que casi todo el mundo olvidó sobre alguien que conocía como nadie cada rincón del campo charro. Perdónenme.
II. BREVE HISTORIA Y ANECDOTARIO DEL TOREO
Históricamente, las dos instituciones de máximo poder reunían a su público en sus dos construcciones más representativas: el Estado en las plazas de toros y la Iglesia en las catedrales. Los espectáculos taurinos eran tan populares que ambas los utilizaron cuando lo necesitaban para su propio interés, por ser un recurso sencillísimo para agradar al pueblo o a la nobleza, o para aliviar las arcas públicas.
La relación de la Iglesia con la tauromaquia ha sido de amor-odio con un poco más de lo segundo, argumentando una ofensa a Dios al decidir sobre el propio destino. Sin embargo en la Edad Media, el rey godo Sisebuto reprendió al obispo de Barcelona por sus excesos taurinos.
Posteriormente sería precisamente nuestra universidad quien impuso a los graduandos de doctor el costear una corrida de seis toros. Respecto a la monarquía, durante siglos, en las épocas en las que el país desfallecía en manos de los mandatarios más enclenques (Juan II, Enrique V, Felipe IV o Carlos II), como un resorte, se estimulaba la brillantez taurina. El paradigma fue el tibio y contradictorio mandato de Fernando VII, quien igual daba rango de asignatura oficial a la Fiesta, explicada en la Escuela Real de Tauromaquia de Sevilla que el mismo fundó, que celebraba el nacimiento de su hijo (Don Juan) con la suelta de 20 toros, que se convertía en ganadero de bravo, que prohibía las corridas de toros en 1814 para reaprobarlas al año siguiente.
Fue el siglo XVIII, cuando se impuso el toreo a pie y se sintió como un espectáculo popular, apartándose de la nobleza, de grandes cambios taurinos. Comenzaron a construirse las plazas redondas, con doble implicación: política (convirtiéndose los toros en los lazos de unión e igualdad de todas las clases sociales) y técnica (porque supuso eliminar las querencias y facilitar la lidia). Los toreros se diferenciaron en espadas y banderilleros (llamados chulos, en Sevilla, en 1743). Surgió la figura del empresario, siendo la plaza de Valencia la primera que se explotó de forma organizada. Y se profesionalizaron las ganaderías, al seleccionar un tipo de toro bravío para la lidia que no existía en 5 focos de producción:
1. En Navarra, Guendulain (s.XVIII), que daría lugar a Carriquiri (s. XIX).
2. En Castilla se definió el tipo de toro de Raso del Portillo.
3. En Castilla La Mancha surgió como fenotipo más antiguo el de las reses de D. José Gijón.
4. A orillas del Guadalquivir se seleccionaron tres ganaderías de características bien diferenciadas: Vistahermosa, Cabrera y D. Vicente José Vázquez.
5. En las márgenes del Guadalete se distinguieron de todas las anteriores los toros de Dª. Tomasa Angulo y Espinosa de los Monteros (Arcos de la Frontera).
Joaquín Rodríguez Costillares (1743-1880) inventó el volapié y este trabajo (matar toros de este modo) le fue solicitado desde todas las plazas de España. Sin embargo, fueron Pedro Romero (1754-1839) y José Delgado Pepe-Hillo (1754-1801), punto de partida de la historia de la tauromaquia escrita por colleras, los pioneros de las dos escuelas tradicionales, la rondeña, la de los toreros machos, fundamentada en la lidia más técnica y clásica y la sevillana, permisiva con los adornos sin finalidad alguna pero que mantenían el interés del espectador con los toros no prestos al lucimiento. Esta clasificación en toreros de arte y de valor no es más que un mecanismo intelectual para facilitar la comprensión. Y como los taurinos no tenemos remedio, las redes sociales se soliviantaban a finales del pasado año (23-12-2016) al conceder el Consejo de Ministros la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes a Julián López Escobar, cuando la diversidad en el arte, y por tanto en el toreo, reuniría todas las diferentes formas de expresión a igual verdad. Así que o entendemos como artista a quien con cuanto más arte mejor, mejor entiende, mejor gobierna y lo hace por abajo, mejor se acopla, mejor mece o uno que nació en la Puebla tendría que ser premiado vitalicio y entonces caeríamos en la desilusión y la monotonía. Brindemos pues, que se está reconociendo el toreo como arte y se está premiando a una figura con 23 indultos en el esportón.
A principios del s. XIX, en una atmósfera diezmada por la invasión francesa, los toreros, hasta entonces gente distinguida, se convirtieron en delincuentes como el bandido José Ulloa Tragabuches, de la famosa cuadrilla de los siete niños de Écija. Enseguida, Francisco Montes Paquiro (1804-1851) El legislador, con su concepto ecléctico y sus leyes tauromáquicas escritas, se erigió amo absoluto de todas las plazas de España. Después, siguiendo ese precepto sempiterno de las parejas de toreros complementarios, porque a los mandamases del toreo les es imprescindible un contrincante para así dividir pasionalmente la afición entre partidarios, que veneran o disculpan, y detractores, dejándonos desnudos de capacidad crítica, surgirían José Redondo El Chiclanero (1818-1853) y Curro Cúchares (Francisco Arjona Herrero, 1818-1868), y después Salvador Sánchez Povedano Frascuelo (1842-1898) y Rafael Molina Lagartijo (1841-1900), primero de los cinco califas cordobeses (Guerrita, Machaquito, Manolete y El Cordobés) de Mariano de Cavia, seguidos por Manuel García Cuesta El Espartero (1865-1894), de toreo palpitante y a quien cogieron nada menos que 71 toros (14 de los cuales eran de Miura, y precisamente el 14º, Perdigón, lo mató en Madrid 27-5-1894,) y Rafael Guerra Bejarano Guerrita (1862-1941). Decía Fernando Villalón, ganadero de reses bravas y poeta de Andalucía la Baja, que cuando un torero ha llevado a la plaza más gente que el toro (como Guerrita), a éste se le han quitado pitones, peso y edad. El no hay quinto malo viene de esta época: porque hasta El Guerra, primer torero que quiso andar cómodo, el ganadero mandaba y elegía en qué orden quería que se lidiasen sus toros, reservando el 5º lugar para aquel en el que tenía mayor confianza.
Durante el XIX, continuaba arrastrándose la rémora sobre si torear o no los rudos y hoscos toros castellanos, inclinándose la balanza de la preferencia a favor del toro andaluz pero en Continos, cuna de ilustres hierros, comenzaba a fraguarse la leyenda brava de toros de jaboneros de sangre vazqueña. Se seguían prefiriendo los saltillitos andaluces, y luego fíjense, en uno de esos vaivenes de la montaña rusa que son los caprichos genéticos de la raza de lidia, el marqués de Saltillo diría en una ocasión a Eduardo Miura: Desengáñese usted don Eduardo. En España no quedan más que dos ganaderías de postín, la mía de toros mansos y la de usted, de bueyes bravos. Finalizaba el siglo con el Pleito de los Miuras, liderado por Ricardo Torres Reina Bombita (1879-1936, mediante carta firmada en El Imperial el 14-11-1908) junto con Machaquito, por el cual se vetó, de forma indirecta, esta divisa emblemática de la dignidad de los ganaderos, donde los toreros pretendían incrementar sus honorarios cuando estoquearan esos toros, que eran más trabajosos. Pese a su fracaso, tuvo un alcance irrevocable: la afición comenzó a admitir y a normalizar para siempre las exigencias en cuanto al ganado de las figuras.
El s. XX, es el siglo de las dinastías: de los Gallo, los Dominguín, los Bienvenida y los Ordóñez-Rivera y arranca en 1908 con la internacionalización del toreo al tomar la alternativa el mexicano Rodolfo Gaona (en Tetuán de las Victorias, Madrid), quien abriría cartel a José Ortega Gómez El Gallo (1895-1920) y Juan Belmonte (1892-1965), donde nuevamente se enfrentaban el toreo científico y cerebral frente al intuitivo y visceral. Si el testamento taurino de Belmonte se reunió en 4 pilares: el temple, el toreo a la verónica, las faenas condensadas en 12 pases y el recuperar 40 años después los terrenos de El Espartero aunque con un toro más chico, para Corrochano, Joselito toreaba en el patio de su casa, porque en el toreo sólo es modesto quien no puede ser otra cosa. Nada podía hacer presagiar esta declaración de intenciones, cuando al ficharlo Torcuato Luca de Tena en 1914 para ABC advirtiera a Gregorio: de momento, me conformo con que no confunda usted las banderillas con el estoque.
Llegaría en 1930 una baraja de toreros mandones y capaces, como Domingo Ortega, Marcial Lalanda (torero de Coquilla) y previamente, Ignacio Sánchez Mejías, asomado a la literatura del 27 al asfixiarse en los alberos. Encontraría Ignacio una vez más, como antes Joselito o como después Yiyo la fatalidad en la vía de la sustitución (re-emplazando a Domingo Ortega, el 13-8-1934) en Manzanares (Granadino, de la Viuda de Ayala), en una muerte anunciada y llorada a las cinco de la tarde, en el máximo esplendor de la poesía funeraria (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca). Después vino la década de los 40, la del torero rubio de San Bernardo (Pepe Luis Vázquez), quien se lamentaba: Hay que ver. Y que yo por la fuerza tenga que ser gracioso, con lo bien que toreo por lo hondo. La de Manuel Rodríguez Manolete en la España de postguerra. La de las estrategias. A ese sube y baja cíclico en el trapío del toro, ahora le tocaba menguar: si se alzaba en épocas de oscuridad torerista y se abarataba con toreros colosales, pegó el bajón definitivo con Manolete. Con él comenzó el mito de los grandes apoderados: el suyo propio (Camará, quien junto con Gago, apoderado de Arruza, impusieron las maquinaciones y exclusivas de despacho, monopolizando las plazas de España y América), Domingo Dominguín padre (con quien se hicieron figuras Domingo Ortega, su hijo Luis Miguel y su yerno Antonio Ordóñez y quien también apoderó a Cagancho, prototipo de anarquía gitana y artística ?el año de su alternativa le devolvieron vivos al corral 22 toros-) y El Pipo, quien hizo lo proporcional a El Cordobés en los ruedos: lo que le salió de la entrepierna. Otro ardid empresarial se urdía en Campocerrado, uno de los mejores marketings ganaderos de todos los tiempos: para ello, Atanasio Fernández maniobraba desde el carriquiri originario heredado de su suegro (primera mitad del s. XIX) y adquiría un lote de reses del más puro Parladé del Conde de la Corte, convirtiéndose en el primer presidente salmantino de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (fundada en 1905). Apareció durante 40 años en los máximos carteles y en las principales ferias, dirigiendo la selección para ser predilecta de figuras (de 1940 a 1980), vendiendo camadas enteras en España y Portugal), ganaderos (como Sepúlveda, El Sierro o Lisardo Sánchez) y toreros (como Antonio Ordóñez o Chamaco o EL Viti) y ejerciendo el don de la oportunidad o estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, rodeado de críticos como César Jalón Clarito (cronista de cámara de Manolete), Corrochano o Antonio Díaz Cañabate, quien si su confesión más famosa fue la que hizo a Vicente Zabala, en la que desde El Ruedo y ABC rehusaba el dinero de los toreros para ser libre, porque no hay dinero más amargo, su mayor legado fue ser el biógrafo de la enciclopedia Los Toros de Cossío.
Los 50 traerían la rivalidad, fuera y dentro de la plaza y de Salamanca de Emilio Ortuño Jumillano y Pedro Martínez González Pedrés, quienes con el linaje propio de los toreros antiguos salían a ganar la pelea siempre. Pero además, en la ribera negra de San Fernando, Severiano García, tercero de una genuina generación de mayorales, comprobaba como sus hijos Juan Mari y Aurelio se convertían en una de las más grandes leyendas vivas de picadores de todos los tiempos, caballeros con el principio a pie y a caballo de anteponer el interés del matador y la eficacia de la suerte. Continuaba el apogeo de la casa, la escuela y la marca Bienvenida bajo los férreos principios tauromáquicos del patriarca, Manuel Mejías, el Papa Negro. En esa misma década, siguiendo ese hilo conductor del toreo con el que José Alameda tejió esa historia escrita en los ruedos, iniciada en Pedro Romero y del que tiraron desgranando el ovillo de la escuela rondeña, como se ha visto, El Chiclanero, Frascuelo, El Espartero, Joselito El Gallo, llegaríamos hasta Luis Miguel Dominguín, el más famoso de una de las más famosas geneaologías toreras, la de Quismondo y de quien había pronosticado Manolete ese nene viene con la escoba. Quien se autoproclamó número 1 (Madrid, 17-5-1949) con un toro de Galache, pudo ser el inventor del baja tú en 1948, en respuesta airada y ofreciendo la muleta al tendido de Sevilla (por lo que fue multado: porque cuando a una plaza asoman la Giralda y la Torre del Oro se debe respetar más al público). Su complemento perfecto fue la naturalidad y elegancia de Antonio Ordoñez, de templado capote con las yemas de los dedos, de quien se cuenta que Dominguín padre amañaba los sorteos para que estuviese más cómodo, con el consentimiento de su hijo y a sabiendas de que éste podía con todo. Demoledora fue la crítica de Julio Urrutia, desde la defensa de la integridad del toro que los bilbaínos llevan en el Aste Nagusia: Para Urrutia, llegó el fraude en los 40 con Manolete, en los 50 se generalizó con Ordóñez y en los 60 se consolidó con El Cordobés.
III. BOLSÍN TAURINO DE CIUDAD RODRIGO Y TAUROMAQUIA CONTEMPORÁNEA
Como todos ustedes saben, se organiza el Bolsín Taurino Mirobrigense en 1956 como una familia que, desde El Moderno, decide ayudar en las necesidades básicas de comida y cobijo y en las taurinas a los muchachos con hambre de toro, por entonces, muchos de ellos marginales y harapientos, blanco fácil de la Ley de Vagos y Maleantes.
Comenzaron los 60 con la consagración de Diego Puerta, Diego Valor, con la esquizofrenia colectiva pese a las tropelías de Manuel Benítez El Cordobés, con las dos orejas en la alternativa isidril de Santiago Martín El Viti a Guapito, un toro de Alipio PT (13-5-1961), con la primera encina que plantó en la maestranza (21-4-1966; la segunda, la firmaría Alfonso Navalón el 22-4-1974) y con la reapertura de la Puerta de Madrid la tarde la alternativa de Juan Manuel Inchausti Díaz Tinín el 21-5-1966, nuevamente con toros de Alipio (Pérez- Tabernero Sanchón), aunque el tiempo y la bohemia hayan dulcificado la memoria en beneficio de Chenel y Atrevido, el toro blanco de Osborne (Madrid, 15-5-1966). Fue precisamente ese año cuando el adorado y polémico crítico de Fuentes de Oñoro, Alfonso Navalón, empezó a trabajarse la fama de duro al firmar, en El Ruedo, Querer y no poder, donde la víctima era Antonio Ordóñez durante un mano a mano con Antonio Bienvenida y toros de Carreros en Alcalá de Henares. Esa línea justiciera que se lo pusiera tan difícil a sus amigos como Alberto Estella, Paco Apaolaza o Pedro Mari Azofra le llevaría a estar arriba y abajo, aclamado y odiado, por su sabiduría, su agilidad y su prosa que degeneraron en un devastador revanchismo personal, fracasando en el gobierno del éxito e influencia que alcanzó en la crítica taurina.
Comenzaba su andadura Juan José, primer ganador del Zapato de Oro de Arnedo, quien en un año batió record digno de marca GUINESS: el 11-8-1967 se viste por primera vez de luces, debutando sin picadores, 6 meses más tarde el 14-2-1968 debuta con caballos y 6 meses después el 11-8-1968 toma la alternativa en Manzanares (Ciudad Real. Toros del Conde de Mayalde, con Andrés Hernando de padrino y Gabriel de la Casa de testigo cortando el rabo a Hullero, siendo uno de los matadores más jóvenes de alternativa de la historia ?con 16 años).
Tras la faena a los Jandillas en La Glorieta en el 84 con un lleno de no hay billetes (que le procuró la salida a hombros), transformando en terna el mano a mano de Robles y Capea, dos acontecimientos íntimos se grabarían con letras de oro en la legítima biografía de una casa que es la suya y es la mía, una de las mejores casas ganaderas de esta tierra, que por afición y buen hacer va ya por la cuarta generación de una dinastía de solera. En una, era cómplice Jumillana nº72, de esa familia que es reata de reatas en Valrubio y que en el 87 marcó su reaparición tras una cornada. En el 93, cuando celebraba sus 25 años de alternativa, a la Pachina nº25, repetidora, pronta, franca, humilladora, en la cabeza del torero estaba pegarle 20 de esos naturales de infinito trazo a golpe cintura y sin perder un paso y en el número 18, en un auténtico tacazo de entrega, éxtasis, confianza y abandono, perdió la muleta, como exabrupto fue lo que salió por su boca al no llegar a los 20 preconcebidos.
El bolsín se consolidaba labrando surco de más de una década y uno de sus vencedores fue Flores Blázquez (1964, Florencio Blázquez Moro), quien después toreó 37 novilladas y logró un triunfo inédito en La Glorieta: 4 orejas y 2 rabos a animales de Mª Lourdes Pérez- Tabernero (el 18-4-1965, Domingo de Resurrección, con Armillita Chico y El Inclusero. En 1966, como dato exótico se proclama ganador el arquitecto chino de nacionalidad americana Bong Wag Wong). El último triunfador de la década, en 1969, Luis Millán El Teruel, supuso el primer bofetón de desamparo con Salamanca para un muchacho que había destacado en las tientas, a quien llamaban Pedrito por lo poco que abultaba, y quien ya convertido en Pedro Gutiérrez Moya ni olvidó ni se reconcilió, herido para siempre, según él, en un rosario repetido de hiel con la afición salmantina. Aquella decisión, donde todo el mundo, incluido él mismo, lo daba por ganador de antemano extendiéndose el chisme del tongo, o donde dudaron de su capacidad física para matar el novillo, provocó la caminata de regreso de un torero náufrago una madrugada helada tal como hoy, hasta que un camión lo recogiera en La Fuente de San Esteban. De ese desenlace, que quizá le espoleó para sacar esa raza que le llevó a triunfar, probablemente el menos favorecido fuera el propio Bolsín, quien perdió una oportunidad para culminar su gran labor, altruismo y afición con el aval a una figura del toreo.
Sin embargo, a pesar de lo triunfal de los 60, permítanme una segunda concesión para que saque la vena quirúrgica, por otro gran hito que sucedió el 17-7-1963 en Tarazona de Aragón, en una tarde en la que se acartelaban Ángel Peralta, El Caracol, SM El Viti y Jaime Ostos y que supuso el arranque de la verdadera cirugía taurina moderna, cuando se decide en segundos hasta dónde llegar en la enfermería y cuando trasladar al hospital, en lo que hoy entendemos como cirugía de control de daños y que, de forma paralela, implica resolver la urgencia vital en un primera intervención y solucionar definitivamente el problema en 2, 3, 4? cirugías posteriores. Ocurrió que un animal de Matías Hermanos herrado con el número 69 y de nombre Nevado le pega una cornada a Ostos, fíjense lo paradójico, en el mítico triángulo de Scarpa o triángulo de los toreros derecho mientras estaba toreando al natural, con lo cual, lo más expuesto es la cara interna del muslo izquierdo. El herido es trasladado a la enfermería cuyo responsable era el Dr. Félix Ylarri Zambori y quien en esa ocasión contaba como colaboradores con los doctores Campoamor y Valcarreres Ortiz, donde llega orientado, consciente y por momentos, va aumentando el perímetro abdominal y dice que tiene unas ganas tremendas de orinar. Lo primero, la distensión abdominal progresiva, hace sospechar a los cirujanos una hemorragia abdominal o retroperitoneal y lo segundo, esa urgencia miccional, orienta hacia a una rotura vesical (que se descarta al colocar una sonda vesical y comprobar que sale orina clara) o a la compresión e irritación de la vejiga por ese hematoma expansivo o hemorragia libre abdominal. En esta situación, y con la sospecha clínica (porque lógicamente, en las enfermerías de las plazas de toros ni ahora salvo en Sevilla y mucho menos antes disponían de los modernos métodos de imagen como la TC) se decide operar al paciente y en una primera maniobra que le salva la vida, se coloca un taponamiento compresivo hasta que remontara la presión arterial (a expensas de transfundirle 5-6 l de sangre reunidos de donante locales. Una hora después, cuando la compresión no debía prolongarse, los doctores hablan con los acompañantes del herido, que eran El Vito (su apoderado) y Ángel Peralta, exponiéndoles las dos opciones a decidir: trasladarlo a un hospital (que hubiera sido mandarlo al infierno, porque muy probablemente hubiera fallecido por el camino) o intentar identificar el punto de sangrado y resolver la hemorragia, optando por lo segundo. Y fue así donde comprobaron una lesión de la VIE derecha, que solucionaron mediante una ligadura y ya conseguida la hemostasia (es decir, que dejara de sangrar) fue trasladado para completar la cirugía de reparación en un centro hospitalario, en un acto quirúrgico heroico, que salvó la vida y la extremidad del torero Jaime Ostos.
1970 irrumpía con las 8 orejas de Paco Camino en la Beneficencia, aunque el clamor delirante vendría con el rabo de Palomo Linares a Cigarrón, de Atanasio Fernández), quien pasó de la complicidad guerrillera con El Cordobés frente a las empresas a casi llegar a las manos por matar los bombones con encaste Urcola y Vega-Villar un San Isidro, que con los hierros de la familia Galache se criaban en Hernandinos y Campocerrado (disputados por El Viti, Camino, Puerta y Ostos).
En el tiempo del bolsín y en el 72 cumplía honores de pregón Antonio Bienvenida, máximo héroe en Las Ventas y torearon el tradicional Festival Taurino del Carnaval Andrés Vázquez, Juan José y Sebastián Martín Chanito. El escalafón iría renovándose (con nombres como JM Manzanares, Pedro Gutiérrez Moya Niño de la Capea, J Robles o Roberto Domínguez), como contaba Enrique de Sena, quien había aterrizado en el periodismo taurino por obligación, siendo un ejemplo de profesionalidad pero también de cómo el toreo no puede entenderse, sólo sentirse. Pese a documentarse y hacerse amigo de taurinos, ni tenía afición ni la adquirió. Así que cuando pudo abandonar la crítica taurina (recuerden que llegó a ser director de El Adelanto), no volvió a pisar una plaza de toros.
Con los 80, llegaba el acomodo para ser torero y al bolsín: nacían las primeras Escuelas Taurinas y las pieles curtidas por los cierzos, los cuerpos magros por el hambre y los caminos y los pajares generosos donde aliviar la noche servían para sembrar las memorias de nostalgias. Esos años ganan el bolsín Vicente Pérez (1986, mirobrigense, a quien una lesión en la arteria poplítea derecha durante el festival homenaje a Julio Robles en 1992 obligó a retirarse de los ruedos) o José Ignacio Sánchez (1989), cuyo toreo empezaba a cocerse a fuego lento, como tantas ilusiones novilleriles despertara José Ramón Martín, finalista en 1987.
Aguardaba en los corrales de Madrid la corrida del siglo, albaserrada de Monteviejo y de Las Tiesas probablemente sin presagiar que protagonizaría El gran espectáculo, título del exigente Joaquín Vidal, en uno de los puntos de inflexión de la historia del toreo por esplendor, emoción, lidia y bravura, a ojos de toda España. Resolvieron Palomar, Esplá torero de tauromaquia añeja quien sólo se desmontera para brindar o delante de una mujer y Ruiz Miguel, el más experto victorinista (tras matar 89 corridas de este hierro).
Que me esperen! Había dicho Julio Robles, tantos años torero de final de temporada, y la espera sin desesperar concluía tras salir a hombros en Madrid en 1983, 1985 y 1989. Si el 28-6-1988 la gesta era en triple: 90ª corrida de la Prensa, en solitario y con Victorino y lo saldaba paseando las orejas de Cumbrerillo, el director de La Gaceta escribía Pedro, te quieren cuando Capea se despedía de la Salamanca de sus sinsabores el 14-9-1988 en medio de la más sincera apoteosis (tras cortar un rabo) y ensombreciendo, necesariamente, la oreja de la alternativa de José Luis Ramos . Entre medias, sólo una amnistía parcial llegaría en forma de satisfacción ganadera, con el máximo premio a la bravura de dos de sus murubes, Pesetero y Espiguito (en manos de Ortega Cano, en el Festival de las Hermanitas de los Pobres de 1987 y 1989 respectivamente). La justicia retentiva no permitiría pasar de década sin José María Manzanares, cuyo idilio con la sevillanía nunca pudo medirse con pañuelos ni premiarse con orejas, alcanzando su momento álgido el 21-4-1985 con Perezoso, de Torrestrella. Uno de los pocos elegidos que ponen a Sevilla clueca, que sólo claudica con quienes llega al entendimiento a través del cordón umbilical.
En la cabaña brava de estas tierras, pitaba la familia eclesiástica, que bautizara Alfonso Hortal Don Lance. La primitiva casa ganadera Fraile, con encastes Lisardo-Atanasio-Conde de la Corte- Parladé, se dividía. Por las venas de Cojos de Robliza se escogió sangre santacolomeña, la de los gracilianos. Lo Parladé se repartió entre Tamames y Tabera, herrado precisamente en Valdefresno uno de esos toros abantos con clase que van de menos a más, Lironcito, se llamaba y llevaba un cortijo en cada pitón para quien lo quisiera coger y quiso Ponce, a base de entrega y testosterona en Madrid en 1996. En El Puerto de la Calderilla, empezaría a criarse otro tipo de toro serrano marcado El Pilar, siguiendo el ejemplo de José Matías Bernardos El Raboso, donde los domecq de Aldeanueva pretendían bondad, fijeza y recorrido en la muleta, como imponía el toreo coetáneo y lo explicaba con ortodoxia y sin aspavientos CM Pereletegui en El Adelanto.
Los 90, que parece que estén ahí pero ya han pasado casi 30 años tuvieron un inicio dramático: si en agosto Julio Robles sufría en Béziers el terrible que todos recordamos, el 30- 11-1990 en la finca Charco Lentisco, en Cieza (Albacete) tres muchachos, uno de los cuales Juan Lorenzo Franco Collado El Loren, había sido finalista del bolsín en 1985 fueron tiroteados mientras intentaban torear bajo la luna.
El cetro y el trono durante un espacio amplio de tiempo fue de Juan Antonio Ruiz Espartaco, de ansias desmedidas de triunfo con preludio en Salamanca, el 21-9-1981 con un torazo llamado Albahaca, del Conde de la Corte al que se impuso con un valor de infarto frente a las querencias del cinco. De casta le venía a este galgo, puesto que a Antonio Ruiz, Espartaco padre, Juan Belmonte lo llamaba El Remendao porque acudía siempre a Gómez Cardeña con la ropa destrozada por los revolcones.
Pitaba el encaste contreras y los dos hierros de Sepúlveda (con el mismo nombre y El Sierro) también actualizados con Atanasio, además de con Lisardo el primero y con Samuel el segundo, seguían siendo predilectos.
Ebullía el César (Rincón) del toreo, torero de raza y de sextos toros, con sus cuatro salidas a hombros en Madrid en el 91 y con Bastonito (de Baltasar Ibán) al año siguiente. En el 93 llegaba a la cima José Miguel Arroyo, quien se había envenenado con Juan Mora en Las Ventas la tarde en que cumplió 10 años, quien tenía a Curro Vázquez como espejo y a quien el 15 de mayo de 1987 también en Madrid le rebanara el cuello 700 kg de toro, Limonero, de Peñajara, en un ejemplo más de cómo un pitón, tan fortuito, puede hacer una disección más exacta que el bisturí del más experto cirujano. Pese a todo, Madrid no se rendiría hasta el 2-5- 1996 con el último torero con repertorio para 6 toros (2-5-1996), porque ese otro templo, el sevillano, menos áspero pero con guasita, de oleeeees arrastrados y roncos, como una novia lo esperaría durante un año (14 -4 -1997. Su rival natural fue Ponce, torero de longeva maestría y precoz talento, de ideas despejadas para administrar el toreo que requiere cada toro y a todos los toros, de arrogancia para bregar y entenderse con todos los encastes (en 1999 mató la corrida de Victorino en Valencia, Sevilla, Madrid y Bilbao), de la mayor regularidad o capacidad explicativa del teorema de la lidia cada tarde, y mejor con los toros reacios. Irrumpía Jesús Janeiro como una caricatura social de Benítez pero con un toreo valiente, técnico y clásico, pese a ser la cantidad un peligroso factor de riesgo de la vulgaridad. Ya lo decía El Gallo: si vas a las ciudades con tranvía no puedes torear en los pueblos más inhóspitos, y bloquear el mercado de novilleros y toreros modestos. Ninguneándose a sí mismo, pagó banalización y la frivolidad de la liturgia fuera de los ruedos a precio de ausencia de reconocimiento: la afición, que sólo con algunos toreros perdona y olvida, daría, para siempre, más importancia a la salsa que a los caracoles.
Y llegó el 2000 con el potencial holocausto tecnológico y sin embargo, como los ritos son los ritos y los principios los principios, en Jerez de la Frontera (18-5-2000), cuando Rafael Soto Moreno, tras una tarde aciaga en la que no pudo matar sus toros se arrancaba la coleta sin protocolo, Curro Romero, con el rabo de la mano, qué despojo, despreció la puerta grande para acompañarlo a pie. Son todos estos artistas con hegemonía en los alberos maestrantes, de contrastes profundos: porque rentabilizan tanto los abucheos como las orejas (Curro en 1967 pasó un día en el calabozo por negarse a matar un toro de Cortijoliva, y al siguiente salió a hombros al desorejar uno de Benítez Cubero, -con Puerta y Camino- y en el 2007, se repetía en Sevilla y con Morante: tras la bronca en su primero, desorejó al segundo tras encomendarse de rodillas la tarde en que Talavante salió en volandas con la brújula apuntando al Guadalquivir). Porque éste es el sino, la cruz y el misterio del último de los toreros faraónicos: ese de la Puebla del Río, que pone la técnica y el valor al servicio del arte, imperecedero argumento para condicionar la vida y supeditar el ocio y las vacaciones de ese movimiento de devoción casi sectaria, de velas y jaculatorias, que es el morantismo. Porque como dijo dando en el clavo Rubén Amón, en el recién estrenado documental TORO, entre Morante y José Tomás cabe todo el escalafón. JT, el único que revienta taquillas y abonos donde sea, convirtiendo aledaños y tendidos en un manicomio, es el este tío está loco y éste es el único con el que yo no puedo que declarara Joselito Arroyo, antecedente, evolución y revolución desde Ojeda y El Espartero, quien en 2008 y en Madrid puso a temblar los cimientos del toreo.
Entre ambos, cabe la impotencia de las heridas en el corazón, como la de Yiyo, la de Montoliú, la de Ramón Soto Vargas, la de Curro Valencia y la de Víctor Barrio, con quien sucedió como con Joselito el de Gelves, el invencible, quien conocía y amaba todos los toros: aunque parezca una blasfemia, con la muerte de Víctor la Fiesta se ha conocido y defendido mejor. Cabe también entre ambos la esperanza en las lesiones ilíacas, femorales y safenas, aunque la fatalidad de Granadino con Ignacio Sánchez Mejías (Manzanares, ganadería de Ayala, 11-8- 1934), de Islero con Manuel Rodríguez (Linares, Miura, 28-8-1947), de Avispado con Francisco Rivera (Pozoblanco, Sayalero y Bandrés, 26-9-1984) repitiera el infortunio de cobrarse la vida de Renato Motta del Solar en pleno periplo por los Andes (17-5-2016. Malco ?Achacucho- Perú). Y por supuesto, la lección de hombría de Javier Castaño. Cabe también un siglo histórico en bravura para La Maestranza, que vivió su primer indulto el 30-4-2011 con Arrojado (Núñez del Cuvillo, por JM Manzanares) y repite el 13-4-2016 con Cobradiezmos (Victorino Martín, por M Escribano). Cómo a veces el estado tiene buenas ideas, en ese mismo año (2016) distinguía la mayor meritocracia ganadera (Victorino Martín) con el Premio Nacional de Tauromaquia, la de Galapagar, la de quien construyó su imperio cárdeno y oro con carne de matadero: aunque el 19-7-1982 devolvía a dehesas corianas, en un auténtico hito venteño a Velador (por Ortega Cano), no han sido éstos sus mayores lucros, sino perdurar como reto y cuota de figuras y que todos sus animales tuvieran interés y justificación, por bravos o por alimañas. Cabe Julián López Escobar, orgullo y ambición desmedidos a pesar de fincas y millones, eterno representante de la casta de un torero frente a la de un toro, un prodigio aunque ya no nos acordemos o solo recordemos Cantapájaros (23-5-2007, Madrid, Victoriano del Río), aunque en 2015 y en Bilbao, uno de tantos presidentes tercos pretendiera, incomprensiblemente, el protagonismo llevando la contraria al pueblo, en una autorrecompensa hueca de vanidad y fantasías. Cabe la resurrección de JM Manzanares, caben Ponce, Talavante, Perera y todos los demás y el ramillete de toreros jóvenes posicionados la pasada temporada con el cuchillo entre los dientes. Caben Cuvillo y Victoriano del Río liderados por Garcigrande, milagro ganadero salmantino de embestida suave, entregada, duradera, brava como exige el gusto taurino del 2017 y también y ojalá pronto la cacareada y necesaria diversidad de encastes, cogiendo velocidad en la tinta de precisión milimétrica y eficaz sintaxis Ignacio Álvarez Vara Barquerito y la hondura literaria de Zabala, aunque como todos los que alcanzan autoridad en la crítica, sea el dije y el toro del coñac.
Bien, amigos, esta faena planteada como un repaso en terrenos del recuerdo pero con la garantía de la cultura, la solvencia económica y la losa de la historia, llega a su fin. No entiendan lo vivido en el tendido y lo revivido en tertulias de campo junto a la lumbre y de barra de bar, taberna y colmao, lo presenciado, lo leído, lo disfrutado, y lo que me han contado como algo objetivo. Discúlpenme aquellos quienes por derecho propio se ganaron un hueco en la tauromaquia, en mi concepto y en mi respeto taurino y quienes proporcionándonos grandes momentos, están en mi cabeza y mi corazón pero no en estas líneas donde la premura del espacio y el tiempo me obliga a elegir y a errar. Gracias al Bolsín Taurino por pensar a esta aficionada buena o mala, pero afortunada por disfrutar de cada tarde de toros, por cuanto el toreo me ha dado y enseñado y ha puesto en mi camino. Viva Ciudad Rodrigo. Viva el Carnaval del Toro. Viva el Bolsín Taurino. Y Viva la tauromaquia.
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