El poeta y ensayista José Antonio Santano comenta sobre la obra ganadora del prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador
Cada vez que tomo un libro entre mis manos, lo observo detenidamente, lo acaricio con lentitud novicia y me adentro luego en sus páginas, siento como una honda descarga eléctrica, un íntimo temblor que se escapa a la razón y merodea el ámbito de lo abstracto e incomprensible.
Es una llamarada de fuego, abrasadora, capaz de acelerar el corazón hasta límites insospechados. Es la palabra en esencia la única que me transporta a mundos desconocidos, imaginarios o me transforma en un ser diferente, casi astral. Luego, la palabra comienza su periplo y va de un lado a otro, reconociéndose en los asombros, asciende y desciende, aroma los momentos y la vida ya es otra, tan distinta como apasionante. Sólo hay que adentrarse en ellas, las palabras, en cada una, en su rumor de ola, en sus silencios, en su alma toda hasta sentir su fulgor, casi ciegos ya.
Pudiera parecer exagerado, pero no. La palabra poética es todo eso y mucho más. Y algo de esto ocurre cuando el libro que tengo en mis manos es "La metáfora del corazón", del poeta natural de Jaén (1958) y abulense de adopción José Pulido Navas, que muy merecidamente obtuvo, junto a la poeta mexicana Ingrid Valencia con su libro "Oscúrame" (del que nos ocuparemos en otra ocasión), el III Premio Internacional de Poesía "Pilar Fernández Labrador" que cada año se convoca en la ciudad de Salamanca.
"La metáfora del corazón" es un libro vitalista, hondo, pleno de imágenes y metáforas (la del corazón centra el discurso), donde el Tiempo es el tema principal, el objeto poético que nos invita a conocer el universo lírico de Pulido. El libro consta de tres partes: "El rostro del tiempo", "Calendario lunar" e "Íntimo calendario", a las que precede un notable comentario a modo de prólogo del también poeta y director del diario "El Norte de Castilla", Carlos Aganzo, con el título "Hombre, latido del tiempo".
Queda en la retina del poeta, en la memoria, el tiempo que fue, aquel que nunca más volverá y que sólo el recuerdo trasciende en versos diamantinos, en pura lírica, como así lo atestiguan los poemas incluidos en "El rostro del tiempo", y en estos versos pertenecientes al poema "Una vieja ciencia": «Me arrullan las brasas del hogar, / el tiempo se guarda en tarros de alacena, / en la blanca memoria del pan / y la dulce promesa del membrillo, / en la voz de una madre que nos llama a la mesa»; el paso del tiempo que no acaba en el olvido y se muestra en cada celebración, tal el poema "Efemérides", del que reproducimos este fragmento: «Tenemos la exigencia de ser hombres. / Cumplimos un imperioso mandato / por el que recordar es vivir. / Palabra del tiempo es la memoria / y sólo a su luz podemos entender la vida. / Desbocada montura o río sereno, / sólo en ella se deja acariciar, / largamente contemplarla?»; el tiempo y su continuo latido, el que nos hiere: «Es tan extenso un latido que nadie / volvió más allá de sus límites / para contarlo. / Imposible contener la herida de su fuga».
Mainak Adak, traductor al bengalí de Pulido
En la segunda parte, "Calendario lunar", el poeta es pura expresión del mundo que le rodea, también de los sentidos que toman en la luna su reflejo, y así serán muchas las lunas y la emoción que envuelve a lo vivido: «Sueñas como un lago bajo la lluvia, / me entregas a los paisajes del tacto, / a la caricia que se encela en tu carne / y madura con los frutos del ascua»; es en el poeta la presencia más humana, la mirada y la compasión por los desheredados: «La música de los desheredados / y su cabra amaestrada que baila / una danza feroz en medio de la calle, / dan fe de nuestra rendición sin condiciones, / vendida por unas pocas monedas en el plato?».Ya en la tercera parte, "Íntimo calendario", el poeta es sujeto de amor y en él se muestra desnudo y libre, convencido de concluir así el ciclo lírico de ese tiempo más personal e íntimo: «El amor es un camino en el parque / al que gusta volver por sus pasos, / que regrese la lluvia y despierte / en la dulce intimidad del paraguas / esa oscura presencia de fuego / que levanta su trono en la sangre / y en las manos que se tocan libera / el sublime temblor de una caricia»; pero todo, alguna vez concluye, es el final y en él también el poeta deja huella, como cuando escribe: «Acudo a ocupar mi asiento a la mesa, / a compartir también tu muerte (?) Volvemos a casa con la furiosa tarea del silencio / y la desolada condición de la memoria».
Como cierre de esta eclosión lírica de José Pulido, estos conmovedores versos que refuerzan su voz más honda y poética, extraídos del poema que da título a este libro "La metáfora del corazón": «Instantes que son vida, que hieren cuando pasan / y dejan en el corazón su huella, su música, / su olvido».