No puede quedarse sin cielo quien haciéndole versos a la vida supo hacer de su vida un verso
Los poetas no mueren nunca, Adares, siguen viviendo en sus versos, por eso, en este 16 aniversario de tu muerte, tampoco te escribo para decirte adiós, te escribo para seguir recordándote como cuando te conocí de niña, como cuando ya eras poeta aunque no escribías versos, para arrancarle al olvido alguna de las cosas que supe por los que compartieron tu infancia, tu adolescencia, tu juventud en el pueblo, en tu pueblo, los días de la escuela, de aquella escuela donde aprendiste las primeras letras, que no todas.
Un día, ¿recuerdas?, el maestro preguntó cuántos dioses había. Todos callaron. Por aquellos días y en aquel paisaje no era fácil ver a Dios. Por fin tú te pusiste en pie y afirmaste que tres: que fulano, que zutano y que mengano, los tres ricos del pueblo, los únicos que, ante las manos gastadas de vuestros padres, -de sus criados-, hacían el milagro de sentarse a la mesa tres veces al día.
La respuesta supuso el castigo general de no salir a comer, pero nada de venganzas, todos te aplaudieron. ¡Total!, ¿para lo que había que comer? Porque erais hijos del hambre, de la guerra, de aquella guerra que algún disgusto os costó llamarla incivil, de la incultura, de aquella incultura que por tus propios medios supiste vencer para convertir las sombras en luz, el miedo en sueños, lo inexplicable en poemas, en poemas que allá donde te encuentres te permitirán vivir feliz porque no puede quedarse sin cielo quien haciéndole versos a la vida supo hacer de su vida un verso.
María Jesús Sánchez Oliva
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