Se celebró ayer, 13 de febrero, el Día Mundial de la Radio, y hace un mes se cumplieron ochenta años de la fundación en Salamanca de Radio Nacional de España, a cuya plantilla pertenecí durante treinta y siete años. A los más jóvenes
El desaparecido artista norteamericano Andy Warhol ?tan genial como extravagante, aplaudido y vituperado a la vez por mezclar el arte académico con los objetos cotidianos, como las latas de sopa o las zapatillas deportivas? dijo en una ocasión: «En el futuro todo el mundo tendrá sus quince minutos de fama». Se refería a lo asequible que se ha convertido la comunicación entre seres humanos que no se conocen de nada y que pueden expresar sus ideas, sus quejas o sus ilusiones desde el hogar más humilde a otros miles ?o millones? de personas.
Como ningún otro medio, la Radio ha logrado que amigos y desconocidos, vecinos y forasteros compartan incontables experiencias: ilusiones grandes y pequeñas, sustos y sorpresas. Tal vez sea éste el medio de comunicación social más próximo, más asequible, más sencillo..., y más barato en proporción a la capacidad difusiva de sus mensajes.
Los años noventa han convertido los llamados espectáculos de la realidad (las desgracias más íntimas y los sucesos más escabrosos) en artillería pesada en la guerra por las audiencias televisuales. Mucho tiempo antes, la Radio había demostrado su capacidad de transmitir emoción sin recurrir al morbo ni a la histeria. Los programas de ayuda a los damnificados por la riada de Valencia de 1957, o la serie de «Ustedes son Formidables», de Alberto Oliveras, en la década de los sesenta, son muestras solidificadas por el tiempo de que se pueden hacer compatibles la emoción, la solidaridad y la dignidad. Y, con las ineludibles excepciones de toda tarea, en esta línea se continúa. La antropóloga social mejicana Sofía del Bosque Araujo, que tuvo en España su primer acercamiento a los fundamentos teóricos y prácticos del medio ?en un curso académico de postgrado?, resumió de esta manera tan significativa la capacidad expresiva de los mensajes de la Radio: «...construir y volar al son de una música polisémica y un mensaje extralingüístico que nos transporte lo mismo a la Rusia del doctor Zhivago que a la Francia napoleónica, a la Cuba de Castro o al Egipto faraónico... Volar y soñar... llorar y comunicar».
Un par de detalles más se aprecian en la radiodifusión española. Entre finales de los años ochenta y principios de los noventa la juventud ha experimentado un notable acercamiento a la Radio. La vía más frecuente para adquirir el hábito de conectar el transistor ha sido la música, pero la costumbre no se ha quedado ahí. Después ha ido pasando a espacios deportivos y a magazines, y los más inquietos acuden también a los boletines y los programas informativos, que continúan ostentando en el universo de la comunicación (desde la galaxia Gütenberg a la galaxia audiovisual) el dominio de la primicia. En parte, por la inmediatez temporal y técnica de los mensajes radiofónicos, pero en buena medida también por la agilidad de los profesionales.
Y éste es el segundo aspecto que cabe destacar en la nueva etapa de la Radio: la proliferación y fragmentación de canales, la creciente necesidad de programas y la crisis económica (y, por tanto, publicitaria) no mermaron la calidad del producto en la generalidad de las emisoras tradicionales. El motivo hay que buscarlo en que se ha mantenido la profesionalidad. Y muchas de las figuras reconocidas que se habían trasladado a la pequeña pantalla han sentido de nuevo la llamada del micrófono de un estudio de Radio, menos iluminado, pero no por ello menos luminoso.
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