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La estrategia del caracol
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La estrategia del caracol

Actualizado 06/02/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Fulano de tal anda con prisa. Se está mudando de casa por cuestiones principales y a mí me recuerda esa película colombiana, de Sergio Cabrera, en la que los vecinos de un inmueble se las arreglan para burlar una orden funesta de desahucio masivo. Es lo que los juristas llamamos, en nuestra jerga pseudofutbolística, "un lanzamiento". Pero no es ese exactamente nuestro caso.

No tiene mi amigo Fulano -por lo menos de momento- ningún juez que le eche de casa, aunque viva acosado, como cualquier otro mortal, por los poderes de los dioses, quiero decir de los Bancos -en mayúscula y con reverencia, por supuesto-. Ni pretende, como en esa citada historia, llevarse ladrillo a ladrillo su vivienda para cambiarla entera a otro lugar y así frustrar el furor de las autoridades.

A él le han terminado de convencer de esta fundada conveniencia de venirse al centro de la ciudad, a lo que él ha puesto una sola condición, que le parece de lo más lógica e insobornable y que a los demás nos parece una absurda manía, pero que en todo caso conviene respetar, como cualquier otra, para evitar males mayores y de paso no encabritar el mal genio de nuestro maniático protagonista.

Sus hijas le dejan ya por imposible, tal vez porque no les sorprende, y en el fondo porque ven cumplido su objetivo, únicamente por el bajo precio de ceder en esa aleve inconveniencia. Que cuál es ese objetivo. Pues sí, estar más cerca de sus respectivos maromos por supuesto, sin tener que dar excesivas explicaciones sobre la razón de salir tanto de casa.

A la sufrida madre el asunto le preocupa; en más de un sentido. No porque le venga de nuevas. Cuando conoció a Fulano, hace no se sabe cuántos lustros, él tenía ya el virus de esta singular afición. El problema es que ha ido en aumento y las consecuencias se han vuelto inmanejables, sobre todo dada la circunstancia compleja de tener que cambiar de casa. Como diría cualquiera de mis amigos argentinos: Este es todo un tema.

Pero ahora veo que se me olvidaba explicar bien el problema y no expongo, como debería, la historia de manera ordenada. La extravagancia de este amigo mío está en que le dio por leer. Desde pequeño hasta para ir a la esquina llevaba su montón de libros. Claro que fueron creciendo: Fulano y el montón. Y así es como la cuestión se ha complicado.

No se crean que va de intelectual. Es un mero lector diletante de cualquier cosa que le caiga en gracia y admira aún esos anticuados placeres derivados del perfume de un libro nuevo o de una armoniosa tipografía. Como pueden apreciar, es más una cosa íntima, un disfrute solitario, al que no está dispuesto a renunciar, aunque le trasladaran al polo norte.

Este hombre, si no tuviera libros, se sentiría desnudo. Por eso le sale de dentro exigir que le pueden llevar adonde sea, pero no sin sus libros. No le hace falta techo, ni calefacción, solo dijo que no se movería un metro si no llevaba consigo lo que él considera su coraza. Ya ven como la naturaleza humana da para lo más raro y por qué a mí me recuerda la estrategia del caracol.

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