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Unamuno y el dominio de una pasión
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Unamuno y el dominio de una pasión

Actualizado 31/01/2017
Fernando Robustillo

El pasado día 17 del presente, en un artículo en "El País", el periodista y maestro internacional de ajedrez Leontxo García recordaba aquella lucha de amor-odio que sobre el ajedrez mantuvo don Miguel Unamuno a lo largo de toda su vida.

Unamuno y el dominio de una pasión | Imagen 1 Excelente artículo el del prestigioso periodista, tratado con objetividad a pesar de la subjetividad que le otorga su afinidad con el ajedrez. Así, la postura que sobre el ajedrez adoptó don Miguel, quien tuvo que vivir su propia "desintoxicación", aunque sin llegar a mayores por su fuerza de voluntad, no está muy lejos de lo que le puede ocurrir a ese jugador que no disfruta de un carácter recio como el del gran escritor vasco-salmantino, para quien sus perspectivas intelectuales fueron mucho más fuertes que las golosinas de "comer", "machacar" y jaque "mate" (con perdón y respeto, pues a pesar de estos términos anecdóticos y las rarezas que nos dejaron algunos campeones, caso Fischer, el "fair play" casi siempre gana o hace tablas en este juego).

Pero dejemos el inciso y entremos en la conga de que el ajedrez es un ejercicio mental de impagables beneficios para el cerebro. Mejora la concentración, el razonamiento, la memoria, la estrategia y aporta valores; en este último caso, el de saber ganar y el de saber perder. Excelentes bondades los atributos anteriores aplicados a cualquiera de las facetas de la vida. Pero tampoco vamos a ser tan radicales como don Miguel, que en esos días en los que detestaba el juego -en otros períodos enfervorizado jugador- decía que tales beneficios sólo eran aplicables para jugar al ajedrez. Hoy nuestro poeta y además tantas otras cosas aún nos sigue hablando, y por deducción, ante los eventos interpuestos en la sociedad actual, su mirada hubiera sido mucho más amable con quienes disfrutan del magnetismo del tablero. Ejemplo de ello es imaginar hoy a don Miguel observando las miradas compulsivas de algunos niños a sus "smarphone" o enjuiciar a esos mayores que sin control del tiempo y sin interactuar pasan horas eternas ante la pantalla de un televisor. ¿Qué escribiría sobre ello don Miguel?

Sin embargo, y esto se acerca más al pensamiento unamuniano de su época, cuando el ajedrez pasa de ser un juego divertido a ser competitivo, es decir, cuando el jugador salta del tablero a los libros para realizar análisis profundos sobre grandes partidas -pido disculpas a quienes están en las antípodas de nuestra reflexión-, a ese individuo, digo, le puede ocurrir lo mismo que a la persona, salvando las distancias, que pasa de tomar un par de cigarrillos diarios a la ingesta de sustancias más y más estimulantes de las que en el futuro va a ser muy difícil prescindir. Es decir, el ajedrez engancha, aunque Unamuno lo dulcificara como obsesión, pero habrá mucha gente respetable que, aunque solo piense en el ajedrez, no por ello quiera "rehabilitarse", pues ahí, sin hacer daño a nadie, ha encontrado su felicidad.

En mi casa, si me lo permiten, miro con orgullo unos cuantos trofeos conseguidos, de la niñez a la adolescencia, por una de mis hijas en su etapa ajedrecista, y habiendo sido yo quien la enseñó, pasado el tiempo tuve que pagarle todos los helados que quiso, y los que me perdonó porque ya tenía empacho, en tiempos maravillosos de veranos en la playa, aunque para entonces, aparte de su buena intuición, mi hija ya había comenzado a dar clases con el maestro salmantino de ELO internacional Javier Sanz, y roto el nivel de principiante, no teníamos manera de ganarla.

Y hasta ahí llegó. ¿Le valió de algo el ajedrez en el desarrollo de sus capacidades? Es posible. Después se centró en los estudios y abandonó su práctica.

Esta es una experiencia personal. ¿Otras conclusiones? No cabe duda de que el ajedrez tiene un gran "coste de oportunidad", las ciencias sociales lo dicen bien claro, y de ello saben mucho los sociólogos, pues el coste de oportunidad, de ello hemos hablado otras veces, es el tiempo que podías emplear en otra faceta de la vida. Nadie puede asegurar en nuestro caso particular que no se hubiera esfumado la oportunidad de unos estudios reglados si se hubiera entregado de lleno a ser Judit Polgar, la gran ajedrecista húngara, que quién sabe si disfruta de su categoría por la separación de género tratándose de intelecto. Sin embargo, lo que decimos no desmerece en nada a quienes siguieron y siguen en la práctica del ajedrez, pues en esta vida, como hemos dicho anteriormente, lo que importa es ser feliz con la opción que libremente se haya elegido.

Lo ideal sería disfrutar de la doble opción. Y un ejemplo claro de doble opción, sin que la faceta ajedrecista empañara su profesión, la tenemos en el que posiblemente hubiera llegado a ser el mejor ajedrecista español de todos los tiempos que, con permiso del recientemente desaparecido Arturo Pomar, quizá lo haya sido el médico neuropsiquiatra y escritor zaragozano Ramón Rey Ardid, quien después de ser campeón de España durante trece años, de 1930 a 1943, se retiró del ajedrez en 1946 para dedicarse de lleno a su profesión médica. Posteriormente demostró que el gusanillo del ajedrez no le había abandonado nunca, y tanto es así, que cuando se jubila, en el año 1973, vuelve al mundillo ajedrecístico hasta el final de sus días, murió en 1988 a los 85 años.

Pero debemos terminar con aquellos versos de don Ramón de Campoamor, ya que posiblemente ni Leontxo, ni Unamuno, ni nosotros llevemos razón y lo que valga en realidad sea la experiencia de cada uno en esta materia. Así que dejemos recitar a don Ramón de Campoamor aquellos populares y hermosos versos: "En este mundo traidor, nada es verdad ni nada es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira".

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