En el año 1979, un joven indio, de nombre Jadav Molai Payeng, apodado Molai, avisó a las autoridades indias de la ciudad donde reside, Jorhat, en el extremo este del país, de que había cientos de reptiles muertos en los numerosos bancos de arena del río Brahmaputra, hecho que asoció a la falta de vegetación, de sombra, en la zona. Los servicios oficiales, parece que tomándose la cosa con gracia, le dieron 20 semillas de bambú para que las plantara él mismo en el lugar que le pareciera más adecuado. Lejos de quedarse parado, Molai plantó las veinte semillas que le dieron, pero no se detuvo en esas pocas, sino que ha seguido haciéndolo durante los últimos 37 años. Hoy, el bosque plantado por este pequeño héroe de la naturaleza, ocupa una superficie de 6 km2, 4 veces la extensión del principado de Mónaco.
Quienes quisieron tomarle el pelo a Jadav, años después, tuvieron que hacerle un reconocimiento público por su perseverancia y tesón; un perfecto ejemplo de que, si queremos, podemos crear vida en vez de destruirla, que es lo que suele hacerse. El bosque Molai, pues ha asumido el nombre de su creador, no sólo ha cambiado el paisaje, creando la sombra necesaria para el desarrollo del ecosistema acuático, si no que se ha convertido en un lugar de encuentro para los habitantes de la zona, al convertirse en una verdadera reserva natural donde no es difícil encontrar elefantes, tigres, rinocerontes y multitud de otras especies. Un efecto colateral, que él, Jadav, reconoce que no tuvo en cuenta, es que también se frenó la desaparición de la propia isla, pues el flujo de agua arrastrando la arena, hacía que su superficie disminuyera año a año.
Un claro ejemplo de que no hacen falta grandes inversiones, ni proyectos megalómanos, para hacer de la Tierra un lugar mejor. Siempre se espera, esperamos, que sean las diferentes administraciones las que se ocupen de todo, incluido el Medio Ambiente, y Molai ha demostrado que no es necesario. Es más, siempre que sufrimos, por ejemplo, un incendio forestal, en los planes de reforestación sigue predominando la reintroducción de pinos en régimen de monocultivo, sea la zona que sea la afectada. No tengo nada contra los pinos, no dejan de ser una especie autóctona peninsular desde hace millones de años, pero sí contra esas reforestaciones simples, ajenas a cualquier visión verdaderamente natural, lejos de fomentar la biodiversidad que caracteriza a los bosques primigenios, de altísimo valor ambiental.
Otras especies no pirófilas, e igualmente de hoja perenne, como son encinas, alcornoques, tejos, acebos, enebros, sabinas, etc., traen consigo mayores beneficios y muy pocos inconvenientes. Eso por no hablar de los árboles y arbustos caducifolios, que son los que mayores ventajas presentan: nutren y fertilizan el suelo al caer sus hojas en otoño, descomponiéndose y regenerando el suelo son el humus formado; un suelo rico en humus favorece la absorción del agua, pues facilita la infiltración del agua pluvial en el terreno, lo que conlleva una mejor recarga de los acuíferos, a la vez que se previene la escorrentía y, por ende, las inundaciones; detraen carbono de la atmósfera, pues, tanto los árboles como el propio humus, lo fijan en el suelo; refrescan el clima, al absorber parte de la luz, utilizándola para la fotosíntesis, creando zonas de sombra, tan necesarias para algunas especies; la abundancia de humedad en el suelo y las hojas vegetales favorecen la formación de nubes, imprescindibles para la generación de la lluvia y la activación del cicló hídrico, y; por último, sirven de alimento a la fauna silvestre, desde mamíferos, pasando por aves, hasta insectos de todo tipo. Gracias, Molai, por tu ejemplo? de vida y visión de futuro.
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