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Secuelas de la represión franquista y del franquismo en el entorno mirobrigense
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LA VISIÓN DE ÁNGEL IGLESIAS OVEJERO

Secuelas de la represión franquista y del franquismo en el entorno mirobrigense

Actualizado 20/01/2017
Ángel Iglesias Ovejero

Es posible que esas personas olvidadizas también hayan heredado comportamientos que tuvieron su caldo de cultivo en aquella sociedad

En el balance de las "croniquillas del verano y otoño sangriento" (31/12/2016) señalábamos la necesidad de seguir en la brega contra la desmemoria de la represión franquista de la que existen secuelas manifiesta en el entorno mirobrigense. Obviamente se trata de evidencias que, en mayor o menor grado, se comprueban en todo el país. De hecho el llamado "franquismo sociológico" pervive incluso en aquellas personas que no alcanzaron a conocer el régimen dictatorial y, como consecuencia de la política del olvido y la falta de atención en la formación escolar recibida, tampoco se han preocupado de calibrar lo que sucedió en tiempo de sus padres y abuelos, de modo que, nunca mejor dicho, despachan los eventuales testimonios sobre aquellas prácticas violentas o autoritarias, así como sus secuelas, poniendo todo ello en la cuenta de las "las batallitas del abuelo", como si se tratara de antiguallas anacrónicas y obsoletas. Tales personas quizá no se percaten de que su adhesión explícita o implícita a la desmemoria es fruto de un laborioso cultivo por parte de quienes tenían o tienen interés en ello.

Por otro lado, es posible que esas personas olvidadizas también hayan heredado comportamientos que, sin ser todos exclusivos de España, tuvieron su caldo de cultivo en aquella sociedad creada por y para el sometimiento:

?la falta de respeto de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, el recelo ante el inmigrado pobre, la xenofobia, que son perceptibles hoy, tanto en la política estatal y regional como en la opinión pública;

?el menosprecio de las "labores" femeninas y en general de la mujer (machismo), así como la humillación de los jornaleros del campo, mal retribuidos (de donde, en gran medida, el éxodo rural);

?el desprecio de la política, alimentado por la corrupción de quienes la ejercen hoy, pero la práctica del "aprovechamiento" de los cargos para el lucro personal no es invención de ahora, sino de quienes pensaban que "para eso habían ganado la guerra" (de donde proviene la consideración actual de "la picaresca" o el fraude como una gracia típicamente "nacional");

?el autoritarismo y el ultranacionalismo centralista, así como, por polarización y arraigo histórico, el ultranacionalismo periférico, cuyos frutos más amargos han sido el eventual terrorismo (sin excluir determinadas prácticas policiales, análogas al terrorismo de estado) y la fractura social en determinados territorios;

?la incivilidad y la desconsideración de la opinión ajena; su manifestación ordinaria es la manía de "dialogar" a gritos, sin dejar hablar al otro, con insultos y malos modos, que en el Congreso practican los representantes del pueblo y este mismo en la vida ordinaria; se traduce en un lenguaje de connotaciones carcelarias y tabernarias de uso frecuente en determinados programas televisivos, de modo que la grosería se convierte en un "estilo", pobretón, ruidoso y saturado de tacos, como si en ello consistiera la originalidad y el arte de hablar, que antaño era patrimonio de la conversación ordinaria;

?la misma esperpéntica cultura callejera del "botellón", cuya novedad principal (sin contar eventuales mareos, vomitonas y desastres escatológicos), al parecer, consiste en que las jóvenes aspiran a "beber más y emborracharse más pronto" que sus compañeros de juerga, es trasunto de aquellas porfías entre mozos para ver quién era más bruto en la paz (burradas vandálicas) y "más valiente" en la guerra (sin excluir hazañas macabras en la retaguardia), gracias a la ingesta etílica.

De hecho la negación de la memoria histórica es, sin duda, el síntoma más claro de la vigencia actual del franquismo, porque, se diría, el olvido de los crímenes del franquismo y la falta de reparación de sus víctimas parece necesario para no poner en tela de juicio el sistema político español surgido en la Transición, pero en su raíz imbricado en el régimen de Franco, que es su antecedente histórico inmediato. La propuesta del borrón y cuenta nueva que instauraba la pre-constitucional Ley de amnistía (1977) no dejaba de ser un remedio para curarse en salud por parte de sus promotores. El argumento más eficaz para su aprobación en aquel contexto no era otro que el miedo de volver al pasado, cuando en la realidad cotidiana nacional incidían el ruido de sables y las actividades de los terroristas, a quienes, dicho sea de paso, nunca hasta ahora se ha pensado en aplicarles un generoso "olvido" en aras de la paz, por no ofender la memoria de sus víctimas, según dicen. Muerto el general dictador, el franquismo apenas soterrado e incluso la impunidad de los crímenes franquistas eran preferibles a otra "guerra civil", que en modo alguno podían desear las víctimas de la de 1936 o los antifranquistas (sin otras armas que sus convicciones democráticas), y sí los militares y sus secuaces, antiguos represores o educados en el régimen represivo, para poder seguir disfrutando o aumentar los privilegios inherentes a un nuevo triunfo bélico, sin duda a su alcance por tener las armas y estar dispuestos a utilizar los métodos violentos de antaño (como puso en evidencia el esperpento de Tejero en 1981). Y en consecuencia, como si la responsabilidad de los desastres recayera en la República y no en quienes la habían traicionado, proclamando un estado guerra e instaurado un terror de estado (o un estado de terror) que causaron cientos de miles de muertes y otros estragos sin cuento, se sacrificó el legado republicano y el derecho a la memoria de las víctimas. Y para rematar la faena, de cara a la opinión se declaró "modélica" esta decisión.

Ahora bien, los sentimientos y los recuerdos no se regulan por decreto, porque forman parte de la esencia misma de la condición humana. Por tanto, como la propia Ley de Memoria histórica reconoce, a todos nos asiste el derecho a recordar a quienes sufrieron la represión. Y lo primero que, después de lo dicho, nos viene a la mente es que desde 1936, cuando se instauró aquella singular "justicia al revés", en las políticas de la memoria siempre ha resultado más cómodo y rentable culpabilizar a las víctimas que castigar a los culpables. Esta es la verdad en general, y lo demás sofismas. Como decían los antiguos, "el cuerno que ha tenido miera siempre está oliendo a ella", así que no es de extrañar que exista una serie de secuelas vigentes y evidentes del franquismo, apenas disimulado, en lo que atañe a la represión: la desmemoria fomentada, la impunidad histórica de los victimarios, la celebración del triunfo de los represores, la evocada culpabilización de las víctimas (causante de otra secuela infame, como es la existencia de descendientes que sienten vergüenza de tener padres o abuelos represaliados y ocultan el parentesco), la falta de reparación de los represaliados y de sus familias (una reparación que, por extensión, también atañe a la familia moral, los defensores del legado republicano).

Todo ello se asienta en una retórica inspirada en la pedagogía del terror, antaño empleada para la sumisión de la sociedad. Se trata del miedo, una secuela tan arraigada, que se ha transmitido de padres a hijos y nietos, sin que haya desaparecido al cabo de ochenta años. La variante amable de esta retórica es el miedo a "abrir heridas", que ahora en altas esferas del poder se dan por "cerradas", sin que haya constancia de aplicación terapéutica alguna desde que la Ley de Memoria Histórica (2007) presentara su objetivo básico de favorecer "políticas públicas dirigidas al conocimiento de nuestra historia y al fomento de la memoria democrática". Pero no acaba ahí el cinismo de los gobernantes que, en lugar de fomentar esas "políticas" con ayudas adecuadas, se dedican a poner todas las trabas posibles (con triquiñuelas vergonzosas) y, a mayores, en su pulido discurso dejan flotar la ambigüedad de si los afectados por esas heridas son los agentes (¡!) o los pacientes de la represión. Si se trata de estos últimos, como parece lo más razonable, la propia Ley ofrece las mejores y más asequibles "terapéuticas espirituales": el reconocimiento y la reparación.

Sobre el tema de las "heridas" se publica un breve artículo en el anuario del ayuntamiento de Ciudad Rodrigo (Carnaval 2017), cuyo contenido se expuso en las Jornadas del CEM (21 a 23 de octubre de 2016). Quien asistiera a estas jornada o lea dicho texto podrá comprobar que allí se ofrece un ejemplo de reconciliación en la propia familia del autor: el matrimonio de un huérfano, hijo de un ejecutado extrajudicial, con una sobrina y prima de varios conocidos victimarios de Robleda; un enlace duradero y sin fallos, entre 1955 y 2015, hasta el fallecimiento de esta persona aceptada y querida. Modestia aparte, creemos que hemos anticipado en más de medio siglo algo de esa España generosa, abierta y pacificada que, en términos impregnados de evocaciones edénicas y mesiánicas, el Rey esbozaba en su discurso de Navidad: "(...) son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas". Habrá que entender que el Jefe del Estado no llama ni considera "agitadores" a quienes defienden y aplican la Ley de Memoria Histórica, pero de esa ambigua y desafortunada fórmula final se desprende un tufillo negacionista o revisionista, al que parece adicto el partido político del Gobierno actual.

Actualmente, incluso en las monarquías las leyes están por encima de los reyes, a no ser que se declaren absolutas, como en aquellos tiempos que evoca el Refranero: "Allá van leyes do quieren reyes". El cumplimiento de las leyes obliga, pues, al Jefe del Estado y a su Gobierno, así como a todos los demás ciudadanos, aunque no les gusten. De modo que, para ayudar a cumplir esta Ley de Memoria se propone aquí continuar la labor de dar y recoger información sobre las secuelas de la represión franquista de esta comarca de Ciudad Rodrigo (véase, dirección para el correo electrónico al final). Los primeros afectados, por supuesto, fueron las víctimas elegidas por sus cargos y por denuncias específicas. A excepción de los eliminados físicamente, todos los otros afectados, presos, depurados, sancionados, vejados, etc., soportaron en sus vidas las consecuencias del castigo durante el primer franquismo e incluso después. Detrás de estas víctimas "heredaron" el castigo las personas allegadas, que tuvieron que aguantar los efectos inmediatos de la aplicación del terror (la misma sociedad entera fue arrastrada a esa ambigua situación de ser cómplice y potencial objeto del castigo). Fueron víctimas "indirectas", que no por ello sufrieron menos ni por menos tiempo: hijos sin padre o madre, esposas sin marido, padres mayores sin hijos; o cualquiera de esas categorías de desamparados, debido a que el principal sostén familiar estaba enfermo también o en la cárcel, en situación de cesado, arruinado con sanciones económicas, aislado, sin posibilidad de encontrar trabajo.

Otra categoría de castigos con largo recorrido fueron los éxodos y exilios, que a veces afectaron a víctimas elegidas (provocando los mencionados desastres en las familias) y a medio plazo determinaron traslados a otros lugares de la Península y del Extranjero. Esto último se inscribe ya en un contexto socioeconómico determinante del éxodo rural, que en primer lugar perjudicó a los más desfavorecidos en la época de la Dictadura, entre los que, obviamente, se encontraban "los huérfanos de la Guerra y la Revolución". Han sido muy numerosos, pero solo se conocen algunos casos, gracias a los testimonios.

La faceta más visible de la represión y del franquismo ha dejado una serie interminable de monumentos, efigies, nombres y símbolos enaltecedores de la guerra, del régimen del terror y de sus figuras. Son secuelas muy visibles que producen vergüenza en un estado de derecho, como se define España, donde se emplean toda clase de triquiñuelas para no cumplir la Ley que las prohíbe, al tiempo que, a mayores de esta ilegalidad e injusticia objetiva, se da otra comparativa, cuando se comprueba la desgana de las autoridades para el reconocimiento y reparación de la víctima, también prevista legalmente, conforme a lo expuesto. Algunos monumentos, efigies y leyendas resultan muy significativos a nivel nacional o provincial (basílica del Valle de los Caídos, el arco de triunfo de Madrid, el medallón de Franco en Salamanca, etc.) y por ello son de obligada referencia aquí también, pero interesan más específicamente las huellas de este tipo que perviven en nuestra comarca (cruces de los caídos, topónimos, antropónimos del callejero, etc.).

Así pues, los temas tratados se pueden centrar globalmente en tres apartados:

?1) Actitudes negacionistas o revisionistas de la memoria histórica

?2) Secuelas permanentes de la represión (persecución, humillación, éxodos y emigración, etc.)

?3) Nombres y símbolos vigentes del franquismo

Los tres aspectos están interrelacionados. Y los objetivos fijados con esta propuesta serían algunos inventarios relativos a las víctimas de Ciudad Rodrigo y su entorno:

?de viudas y huérfanos (incluidos algunos avatares)

?de exilios, éxodos y migraciones de familiares de víctimas (incluidas éstas)

?de secuelas visibles de la represión y el franquismo en las localidades.

Objetivo permanente: la microhistoria familiar de las víctimas del primer franquismo

El punto de mira en este trabajo, a medio plazo, se fijaría en la represión y sus efectos por localidades (porque sólo en ese dominio se puede obtener información fiable). Pero no se expondrá por orden temático ni cronológico, sino al hilo de la información oral recibida y contrastada con la documentación de archivo, dando preferencia a las víctimas mortales o carcelarias, de modo que, a largo plazo, se puedan completar microhistorias del entorno familiar de las víctimas que incluyan a todos los afectados del mismo grupo de parentesco por filiación y por afinidad, hasta nietos y sobrinos cuando existan datos suficientes y pertinentes, ofrecidos en forma sintética. Se propone el siguiente ejemplo:

José Mateos García (primer apellido a veces equivocado en el registro civil: Benito), de 34 años, hijo de Faustino y Serafina, nat. y vec. Robleda; analfabeto, jornalero, emigrado a Francia antes de la República, durante ésta asentado en terrenos comunales (El Batán); casado con María Antonia Ovejero García, padre de tres hijos menores: Anastasio, Josefa y Félix, y de una niña póstuma (30/03/37), muerta de malnutrición antes de cumplir los cuatro meses (22/07/37) en la Casa Cuna de Ciudad Rodrigo. José Mateos fue detenido en el paraje de El Batán, en presencia de su esposa y dos hijos pequeños, y falleció a consecuencia de ejecución extrajudicial (la noche del 24-25/08/36), efectuada por fascistas conocidos en "La Puentita" del Puerto de Perales (Gata, Cáceres). Su nombre figura, con el de otros convecinos republicanos, en un monolito erigido en su homenaje a la entrada de Robleda. Era cuñado de otros tres sacados de Robleda: Ángel, Juan y Julián Ovejero García; y de Rafael Samaniego y Juliana Ovejero García, muertos de enfermedad, desamparo y trauma psíquico (1938), que también afectó a un hijo de éstos, Pablo Samaniego Ovejero, fallecido a sus 13 años (1939). La esposa de José Mateos, María Antonia Ovejero, de inmediato tuvo que refugiarse con sus hijos en casa de sus propios padres (Serafín y Claudia), ya mayores, a los que cuidó, así como a una sobrina de siete años huérfana (Teodora Samaniego Ovejero), y al cabo de cinco años, para procurar algo de amparo a estos huérfanos, se casó en segundas nupcias con Juan Iglesias Muñoz, también viudo, vecino de El Sahugo y beneficiario de una saca fallida (verano de 1936), con quien tuvo otro hijo en 1943 (Ángel). Los hijos supervivientes de José emigraron a Asturias en los años cuarenta y cincuenta: Tasio prefirió la alternativa de trabajar como minero (1949), antes que servir en el ejército de Franco; Pepa, después de recibir formación para el servicio doméstico con unas monjas en Salamanca (¿Congregación de María Inmaculada?), estuvo de sirvienta en Oviedo en casa de un comandante militar (Prendes), donde fue bien tratada; Félix, además de trabajar en las minas de Asturias, también lo hizo en San Sebastián y en diversos lugares de Francia, principalmente cerca de Nancy, donde nacieron sus tres hijas. Tasio, Pepa y Félix se casaron con personas de su Robleda natal, adonde regresaron, debido a accidentes laborales suyos o de sus parejas. Félix falleció en Robleda (31/07/ 2000), nueve años después que su madre (1991), ya viuda por segunda vez, y Tasio acaba de fallecer en la residencia de ancianos local (16/01/2017), dos años después que su esposa (2015), Julia Cabezas Calvo. Los nietos de José Mateos, a excepción de uno fallecido (2013), residen en la Comunidad de Madrid (5), Castilla y León (2, en Robleda 1), Castilla-La Mancha (1) y Extremadura (1). Hasta ahora no hay noticia de que ninguna persona salida de este tronco familiar haya contribuido con su voto al fomento de la desmemoria histórica y a la vigencia de otras secuelas franquistas.

Este es el tipo de información que ahora interesa. Lectores o personas que la tengan pueden ofrecerla, incluso por correo electrónico, a sabiendas de que no serán tenidos en cuenta (ni leídos ni correspondidos) los menajes que no se envíen firmados a esta dirección: [email protected]

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