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¡Qué solos se quedan los muertos!
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¡Qué solos se quedan los muertos!

Actualizado 18/01/2017
Mª del Carmen Prada Alonso

¡Qué solos se quedan los muertos! | Imagen 1

Ya hace muchos as que el acompañamiento último a los muertos se realiza en los tanatorios. Solo en contados casos la familia prefiere hacerlo en el recogimiento del hogar, manteniendo la costumbre de toda la vida de velar al difunto en su propia casa.

No voy a pararme en la evolución de estos establecimientos en los que cada día aumentan las "ideas" para hacer de ellos un lugar "fácil" para las despedidas de los seres queridos. Independientemente de la parafernalia que aumenta el negocio (cafeterías, floristerías, máquinas con servicios variados, despachos...), me llama penosamente la atención el cada vez mayor aislamiento del "cadáver", nombre frío e impersonal con el que se refieren al finado.

Se empezó colocándolos en una cabina, cuya puerta permanecía abierta a la salita de los acompañantes, e incluso se colocaba al lado del féretro un par de sillas para que se pudieran sentar junto a él las personas más allegadas cuando lo desearan.

Luego quitaron las sillas, y más tarde la puerta, dejando al difunto en un escaparate cerrado, con una puerta al fondo a la que solo puede acceder el personal de la funeraria o, previa petición de apertura, algún familiar directo que quiera algo concreto y rápido.

Yo recuerdo escenas de velatorios en los que el ser querido estaba al alcance amoroso de sus familiares y amigos, que ponían en el cuerpo inerte sus postreras caricias, o una última flor en sus manos entrelazadas.

Dicen que es por el olor.

Antes los muertos no olían. Solo olían a la cera de los cirios y a amor.

Y en casos en que por efectos de medicación o deterioro fuera preciso, se colocaba la tapa de cristal y con eso bastaba. Pero al ladito de los suyos.

Ahora los muertos huelen. Y ahora, en muchos casos, ni siquiera aguantamos tantas horas de acompañamiento y se cierra por la noche, dejando aún más en absoluta soledad a quien se fue de este mundo y al que en unas horas no se volverá a ver nunca más.

Quizá solo sean cosas mías, pero me produce un inmenso dolor el cambio que se ha producido en el tratamiento de la despedida a los que representaron tánto en nuestras vidas y que, una vez fallecidos, parece como si ya su cuerpo no representara nada: distancia, aislamiento, pérdida de ese último contacto que ya no volveremos a tener.

Debió sentirlo así Bécquer cuando escribió: <>

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