¿Nos está matando el aislamiento social?

Hace apenas una década, los noticieros del Año Nuevo incorporaban en un determinado momento algo en torno al primer nacimiento registrado en el municipio, hoy la noticia es que no ha habido nacimientos. Me pregunto de manera morbosa si no debería citarse el caso del primer fallecido, pues lo novedoso es que ya muere más gente que nace. El sentido de las estadísticas ha cambiado y aunque todo el mundo es consciente no es un asunto sobradamente atractivo como para ocuparse de él. Del mismo modo, la soledad sigue siendo un recurso poético, un término galante para valorar la introspección, el reino del ensimismamiento, la supuesta galanura del yo. La otra cara de la moneda no se contempla. No es de buen tono e incluso supone mal rollo referirse a aquellas personas que están solas, además, alguien frívolo siempre dirá que a fin de cuentas lo están porque quieren.

Leo que hoy, cerca de un tercio de los estadounidenses mayores de 65 años viven solos, así como la mitad de aquellos mayores de 85. Es más probable que las personas con problemas de salud (en especial aquellos con trastornos como ansiedad y depresión) se sientan solas. Es menos probable que quienes carecen de estudios universitarios cuenten con alguien para hablar de asuntos personales importantes. La soledad puede acelerar el declive cognitivo en los adultos mayores y las personas aisladas tienen el doble de probabilidades de morir prematuramente que aquellas con interacciones sociales más sólidas. Es una realidad universal que puede palparse en cualquier pueblo del entorno.

El aislamiento social es un asunto en especial engañoso porque hablar de él conlleva una profunda estigmatización aunque pueda aceptarse según los casos. Si alguien mayor dice que está solo, su interlocutor muestra de inmediato cierta zozobra, pero si se trata de un joven, puede ser una pose incorporando un aroma de seducción. Por otra parte, ¿no es la conclusión perfecta al proyecto individualista del éxito por encima de cualquier otro objetivo? La subida a la pirámide no da espacio sino a un único lugar donde la soledad impera por los cuatro costados. Las metáforas del lobo solitario, de la soledad del poder, son suficientemente potentes y generan asimismo cierta adición que contribuye a una asumida revalorización. Parecen no importar los que quedan atrás por el estilo de vida imperante, el vacío de las expectativas, el egoísmo triunfante.