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Quince apellidos castellanos
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Quince apellidos castellanos

Actualizado 07/01/2017
Fructuoso Mangas

La anécdota me parece absolutamente interesante y la categoría a la que da lugar, en tres partes, me parece, más por desgracia que por gracia, totalmente actual. Y hoy añado dos notas de muy diverso alcance, una incluso al margen de todo.

Quien escriba un artículo semanal, tenga la pretensión que tenga, y si es diario la cosa se multiplica, sabe de la dificultad que a veces se presenta para tocar temas de cierto valor humano en cualquier campo. Hoy me salto las reglas y cuento algo muy mío, son mis quince apellidos castellanos por parte de padre y eligiendo uno solo por cada matrimonio, que van hacia atrás desde hoy hasta el año 1499.

Para dejar las cosas bien claras tengo que aclarar que entre mis numerosos primos está Gregorio, Goyo para los amigos, experto en archivos y especialista total en esa maravilla de archivo que se conserva en Yecla de Yeltes en el archivo mejor construido y mejor guardado de toda Castilla y León; por eso allí siguen todos los libros y documentos de Yecla desde hace cinco siglos. Él ha pasado horas y horas rastreando personas, bodas, filiaciones, enjambres familiares, árboles genealógicos? Por eso lo he tenido muy fácil, porque mi familia nunca salió de Yecla a lo largo de casi quinientos años de generación en generación; sólo un antecesor apellidado Moro era de Moronta, pueblo vecino y coincidencia curiosa si no redundancia manifiesta.

Mis quince apellidos son por orden riguroso de aparición en la escena de este mundo genético que me precede: Mangas Ramos García Ramos Pascual Medina Moro Manzano Hernández Guzmán Ramos Lebrato Hernández Moreno Martín. Éste último, Luis Martín, fue bautizado en la parroquia de Yecla de Yeltes en el mes de mayo de 1499; su nombre vendría por el rey santo de Francia porque el otro San Luis, muy popular más tarde, aún no había nacido.

Y la banca no va más, señores, es decir, que no hay documentación antes de esa fecha y ahí acaba mi lista. Es una filigrana gigantesca impresa en pliego de dos metros por uno, lleno de toda la trama familiar con sus múltiples pliegues y derivaciones a lo largo de quinientos años plenos de bodas, nacimientos, bautizos y defunciones. Es, al menos para mí, un documento magnífico y honra a su principal artífice, mi primo Gregorio, y a mis antepasados.

Esta anécdota tiene sin duda su qué y su rareza, ya que es muy difícil, si no imposible, encontrar toda la línea de cinco siglos sin cortes ni fallos ni destrucción de archivo ni fuego ni olvido. Así es. Por eso la traigo aquí y desde ella me digo dos o tres cosas de más importancia.

Una primera es que, como bien puedo comprobar, vengo de atrás. O sea, que no soy un adamita, como ahora parece que los hay. Y aquí quiero afirmar la importancia de la memoria que nos precede, y no sólo de la genética. Un ser humano sin memoria no es persona; sin ella no somos nada. Y para tener memoria no hace falta saber muchas cosas del pasado; no es un almacén, es una acreditada actitud ante el presente y un sabio propósito ante el futuro. Y eso en su mejor parte, en la más noble, se hereda, nos viene dado de atrás. Y no es lo de nihil novum sub sole, es mucho más que eso? Y es constitutivo y por eso fundamental. La Iglesia, tan hábil en cosas así, lo llama Tradición, Revelación, Historia Sagrada, etc? Y están bien puestos los nombres. Y sin eso no hay cristiano que valga ni casi nada o casi nadie.

Una segunda cosa es la gravedad y nobleza de esa realidad que a veces se llama familia o tribu. Algo que ahora parece que ni se lleva, porque se quita y se pone, cada apellido va y viene y desaparece por su cuenta a gusto del consumidor y cualquier cosa es matrimonio que además se quita y se pone por un quítame de ahí la ropa de lavar o equivalentes o por nada? Dicho sea con todo respeto a todo cuando se hace o se haga con todo respeto. Pero la historia, ¡tan larga como sabia!, enseña que cuando se juega frívolamente con las palabras, la realidad acude en su ayuda y acaba vengándose, lentamente pero vengándose. Es lo que tiene la historia verdadera, que es enormemente lenta y muy vengativa. Ya me lo dirán quienes vengan.

Una tercera cosa, sin que ésta descalifique las otras dos, es que por encima de apellidos, sean ocho (¿de qué me suena esto?), quince o quince mil, todos llevamos la misma marca fundamental y somos hermanos. Y esto también nos viene dado y no depende de nosotros. Nos es dado. Los cristianos dicen que es gracia, o sea un don que te viene; lo puedes aceptar o no, como todo, hasta lo bueno, pero te viene como regalo desde atrás. Y eso es ser hermanos: un regalo desde atrás, más atrás que el año de 1499 cuando fue bautizado mi antepasado Luis Martín, hermano mío por cierto.

Y me parece muy buen regalo. Me quedo con él. Y espero que bien me sirva muchos años.

Nota 1: a raíz de algo de esto viene alguien medianamente leído, pero mal, y dice, y dice bien, que efectivamente todos somos muy hermanos porque los genes coinciden en su inmensa mayoría, pero añade, y ya no tan bien, que además la diferencia genética entre un ser humano y un animal es mínima, que somos prácticamente iguales y se hace "animalista". Yo sólo le diría que compare estas dos listas, tan iguales: 0000001 y 1000000 y que pregunte en el banco de la vida o de la razón.

Nota 2: Después de repetidas y variadas solicitudes, ¿cuándo podará el Prior de San Esteban dos árboles que lo piden a gritos por respeto hacia ellos y hacia las nueve ventanas que así tapan y condenan en la Residencia vecina?

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