El pasado martes 10 de noviembre en el auditorio Santiago Grisolía del Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia se presentó el Pacto social por la ciencia. Se trataba de una iniciativa puesta en marcha por el Consejo Valenciano de Cultura con la finalidad de recabar apoyos de todos los agentes sociales, políticos y culturales para que aumente la conciencia social sobre el valor de la ciencia, la investigación y la innovación. Se aprovechó la celebración del Día mundial por la Ciencia para que los ciudadanos conozcan con mayor detalle la estrecha relación que existe entre los desafíos de la globalización y la Ciencia.
Es interesante descubrir el papel que tiene el mundo de la ciencia en los debates sobre la globalización, la era digital y la sociedad del conocimiento. No se trata de un mundo homogéneo porque agrupa profesionales de múltiples áreas, pero sí se trata de un mundo que se sitúa ante la globalización con cierto aire de familia común: la inquietud en su actividad para que la aldea no se transforme en jungla. A veces, los datos que tenemos de la situación mundial nos colocan más cerca de la jungla global que de la aldea global, más cerca de una globalización instalada en la indiferencia moral que una globalización instalada en la responsabilidad social.
Aunque el acto tenía una clara finalidad política y electoral, los organizadores tuvieron la brillante idea de conceder la palabra a personajes importantes de la investigación, innovación y divulgación científica. Junto a las más altas autoridades políticas del municipio y la comunidad autónoma se encontraban investigadores cuyas palabras no dejaron indiferente al nutrido auditorio. Uno de ellos representaba al colectivo de los jóvenes investigadores y señaló que la clave de la innovación científica está en la capacidad de hacerse preguntas y cuestionar el saber recibido. No estamos hablando de un nuevo Sócrates, sino de Carlos Romá-Mateo, un joven investigador que redujo considerablemente la media de edad de los científicos asistentes.
Además de incidir en la capacidad de preguntar como motor de la innovación científica, criticó la desastrosa gestión de la investigación científica en nuestro país. No la investigación en sí, sino lo que llamamos "gobernanza" de la investigación. No hay un modelo de curriculum único para todas las convocatorias, cada autonomía o cada aldea utiliza criterios diferentes y lo que de verdad clama al cielo es la lucha permanente contra la burocracia que deben emprender los investigadores. Investigar es afrontar una carrera de obstáculos normativos, burocráticos y fiscalizadores. Puso algún ejemplo de cómo la cultura del ahorro y la austeridad que puede practicarse en unos capítulos presupuestarios no puede ir en beneficio de otros.
Los tiempos de los investigadores no son los tiempos de los interventores, los fiscalizadores y los administrativos. Sometidos a los cierres presupuestarios antes de finalizar el año natural, encadenados a facturas y memorias justificativas que transforman al investigador en animal fotocopiador, los investigadores deben contar con que gran parte de sus energías, su tiempo y su moral deben emplearse en luchar contra la burocracia. La digitalización de los documentos y procesos no ha reducido el número de trámites, papeles, informes, visados o memorias.
Una de las investigadores invitadas fue la profesora Adela Cortina. En su breve intervención criticó el economicismo al que está sometido el sistema de investigación, desarrollo y divulgación científica. Afirmó que el economicismo es falso, que no describe con realismo la complejidad y riqueza del ser humano. Aplicado al quehacer científico, el economicismo termina midiendo todo en términos monetarios y arrinconando a las Humanidades. Podemos decir que cuando el mundo de la ciencia se construye de espaldas a las Humanidades se embrutece. El desprecio de la Filosofía, la Historia, la Filosofía o la Filología no hace más creíble, respetable o mejor al sistema tecno-científico.
La profesora Cortina recordó la necesidad de adoptar la perspectiva de los que sufren en cualquiera de las dimensiones de la investigación científica. Además incidió en la necesidad de comprometerse con ellos y organizar el mundo de la ciencia desde el horizonte de una justicia global. Un horizonte difícil de construir cuando el mundo tecno-científico se deja seducir por una cultura de la inmediatez y el cortoplacismo. Un horizonte de justicia global necesario y urgente para que la aldea global no se organice en términos de jungla global.
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