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Nuestra amistad, ya peina canas
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por Juan Carlos López Medina

Nuestra amistad, ya peina canas

Actualizado 25/12/2016
Juan Carlos López Medina

"El paso del tiempo reduce la cantidad de esas amistades incondicionales con las que solíamos compartir todo"

Llevo meses intentando escribir un artículo sobre la amistad y siempre me detiene el miedo de no estar a la altura. De que mis palabras no logren merecerse a mis amigos.

Hay quienes sostienen que las grandes amistades son esas que se forjan en la adolescencia. Están los que aseguran que sus "amigos de toda la vida" son aquellos en los que, de verdad, puedes confiar. Incluso yo recuerdo con cariño los amigos que heredamos de otras amistades, las que formaban nuestros padres, que a su vez tenían hijos que ahora son nuestros amigos. En mi caso en vacaciones de verano.

Pero el paso del tiempo reduce la cantidad de esas amistades incondicionales con las que solíamos compartir todo.

Las circunstancias te van separando, algunos cambian de ciudad, se van a vivir afuera, otros tienen hijos y las cosas empiezan a cambiar. De repente, te das cuenta de que tus grandes amigos no la ves hace años y ya no sabes ni lo que piensan, ni lo que hacen, ni tan siquiera si te recordarán.

Lo de la amistad es como el amor. Todo el mundo cree saber de ello, todos nos consideramos grandes conocedores del asunto, expertos en los sentimientos y en la pasión, cuando, en realidad, son dos materias complejas e infinitas, profundos rincones del ser que uno sólo empieza a entender cuando madura.

De joven, de muy joven, en realidad no escoges, aunque lo creas. Te haces amigo y te enamoras de lo primero que pasa. Porque necesitas querer. Somos así, y esa necesidad es conmovedora.

Es cierto que ya no tenemos tanto tiempo libre como cuando éramos chicos y pasábamos tardes enteras con nuestros amigos. Es verdad que estamos en otra etapa en la que las responsabilidades y obligaciones no dejan ni un resquicio para invertir en una nueva amistad.

Pero esta nochebuena, por no sé qué extraña sensación, quizás por el espíritu navideño, o por los últimos acontecimientos familiares, he recuperado la ilusión de ver a mis amigos madrileños, con los que había caminado veranos de ilusión en Gijón, he sentido la subida de la adrenalina, en dos horas recordamos el paso de la vida como si no hubiera pasado los casi 20 años sin vernos, con las tristezas y las alegrías hemos recuperado la ansiada amistad.

A veces he jugado a imaginar cuáles serían mis últimos pensamientos antes de morir. Cómo sería el balance de mi existencia. Durante muchos años he supuesto que esas memorias ardientes y finales estarían compuestas por recuerdos de mis amores más apasionados,

de la infancia y la familia, quizá de algunos momentos de mi escritura. Pero ahora sé que en ese recuento final brillarán como islas de luz algunos momentos mágicos con mis amigos. Esos regalos de cariño que me han dado, tan inmensos que siento que es imposible merecerlos. Eso también es la verdadera amistad: la sensación de estar felizmente en deuda con los otros. Por todo eso que ya hemos vivido, y por todo lo que todavía viviremos, gracias. Muchas gracias.

Juan Carlos López Medina

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