NOTA: En esta prosopopeya el Río es persona, hablamos con él. La Negra es eso malo incrustado en la persona humana representada por el Duero. La Negra lo agobia e intenta actuar en su devenir. La Ignota es la avecilla encantadora que unos leñadores regalaron al Duero en el Urbión y que lo acompaña en su fluir junto con la Memoria, la Ironía?
Atardece. En las tardes del invierno se divisan en mi pueblo chimeneas humeantes sobre tejados grises exhalando un humo ceniciento que no tiene fuerzas para ascender por lo densa que está la atmósfera. El horizonte de Portugal se opaca en la penumbra de la tarde por un sol mortecino. En este crepúsculo invernal apenas se ve el filo de cuchillo imperceptible, esa línea sutil del horizonte que separa el cielo de la tierra.
Sopla el cierzo del Ejido Arriba y su aliento vomita un ácido que anestesia a todo ser viviente. Las hojas son las palabras de los árboles, y los cerezos y guindales están mudos porque el invierno ha escaldao sus hojas; están tiesos y con sabañones. Los cuerpos tiritan de frío y las almas, ateridas, cristalizan en carámbanos.
Oscurece. El campo se diluye?, y al final desaparece. El campo se ha dormido, se ha quedado mudo y solitario. Cada castellano, además de tener un hijo y escribir un libro, debería sentir la obligación de plantar al menos un árbol para dar cobijo a los pájaros en estas noches. Los riberanos han guardado sus ganados y se han encerrado en sus casas al calor de la morilla. Abajo en El Cachón el Duero brama su tormento, cuando este Río era río surcado por peces, enguilas y lampreas.
- ¿Dónde estará la Ignota que aún no ha venido a dormir?-se pregunta el Duero.
- Se habrá ido a pájaros -contestó La Negra.
- ¿Te has ido tú alguna noche a brujos, vieja resabiada? ?ironizó el Duero.
La Ignota retorna aterida de frío y se acurruca en un nido improvisado entre los carrizos a la orilla del Río. El Duero está triste porque los remansos de sus aguas están cristalizadas en carámbanos y su Ignota no puede meter el pico para pescar, ni la garduña es capaz de roer el turrón de los carámbanos. Su Ignota puede morir de frío o de hambre en esta noche tan gélida. Y esta noche debe ser alegre.
Una cigüeña negra pasa planeando su cruz, el Río le lanza un lazo y la atrae junto a la Ignota, echa otro lazo a la luna y las apresa en el fondo de sus aguas para que hagan compañía a la Ignota. La noche se entenebreció. De cuando en cuando los lamentos tristes y prolongados del búho y del mochuelo se estremecen recelosos porque no ven la luna, apresada en el fondo del Río, lo que añade más misterio a la noche.
Es noche oscura y sin luna.
Un pastor sube de los olivares con un rebaño de ovejas alimentadas con el roige de tomillos y zambuyos y las encierra en los cabañales de su majada resguardada del aire del norte en la llanada rodeada de robles en lo alto del promontorio de La Code. Viene con el perro Quimeras que no ladra por miedo a que el frío entre por su boca y le queme los pulmones. Las ovejas llegan berreando al aprisco, locas por ofrecer la caliente leche de sus biberones a sus recentales que están balando.
El ambiente huele a lana.
El pastor se pone los zajones y en un canjilón ordeña las ovejas a las que ha vendido los corderillos lechales para las cenas de esta noche y a las que les ha destetado los corderos con un betijo en la boca.
- Como los destetes de la vida humana ?refunfuñó la Negra.
- Negra, eres veneno y hablas hasta con el betijo puesto. Vete al infierno a ver si te escaldan la lengua ?la recriminó el Duero.
El pastor, motejado El Faroles, entra en la choza de piedra que está dentro de la majada, donde le esperan el calor del hogar, la compañía de su mujer y de su hijo, un niño de apenas seis meses, regordete, llamado Marcos, y el amor de un puchero bien espumado con patatas condimentadas a la lumbre. De postre unas migas de leche y como extraordinario, porque esta noche lo es, otro puchero con membrillo partido en trozos y endulzado con miel. Cenaron al amor de la lumbre. El niño se ha dormido.
El ambiente huele a hogar.
El perro Quimeras ha cenado también su ración de patatas con un trozo de canil y se ha echado en el suelo a un lado de la cuna del niño Marcos; al otro lado dormita el gato llamado Carabas con su runruneo adormecedor y el rabo enroscado alrededor de sus patas cerca del calor de la morilla. El gato siempre duerme en sitio caliente.
El ambiente huele a brasa y a calor.
De pronto el perro Quimeras sale ladrando a la puerta. El pastor le llama:
- Chi, chi. Kis, kis. Quimeras, ven -Pero el perro sigue ladrando. ¿Quién hay ahí?
En la puerta está un hombre flaco, con barbas, capucha calada en la cabeza y las manos dentro de las mangas, viste un hábito talar con cordón blanco ceñido a la cintura y pies ateridos en unas sandalias. El forastero está tiritando de frío.
- ¿Qué desea? -pregunta el pastor.
- Por Dios, ¿podrían darme posada esta noche? ?Él sólo pide pasar la noche en el establo con las ovejas para continuar mañana el viaje. Se resiste a pasar adentro con la familia, pero la mujer le pide por amor de Dios que entre a calentarse y hasta casi tienen que obligarle a tomar un plato de migas calientes.
- ¿Y a dónde se dirige usted en una noche tan fría? -preguntó la mujer.
- Vengo de Mieza de decir la Misa del gallo, se me ha echado la noche encima porque se ha apagado la luna y no me atrevo a bajar por el camino oscuro de La Aceña. Mañana tengo que estar con mis hermanos en el convento de La Verde.
- Y ¿no le da miedo tan solo? ?preguntó el pastor.
- ¿Qué pueden robarme? No tengo más que frío.
- Y ¿cómo viaja en esta noche de boca de lobos? -le preguntó la mujer.
- Señora, no estoy solo, esta noche nace un niño.
El niño Marcos, se había despertado con los ladridos del perro Quimeras y se ha asustado al ver a este peregrino por lo que su madre le ha cogido en brazos. El gato Carabas ha desaparecido de la cocina.
De pronto el perro Quimeras volvió a salir ladrando.
- ¡Chucho! Quimeras, ven. ¿A quién ladras ahora? ¿A la luna? -Quimeras vuelve moviendo el rabo y acompañado de un lobo que sigiloso se asoma de roncero en la puerta de la cabaña, trae a su grupa un hermoso lagarto verde con pintas verdes y amarillas y dos lagartijas, acompañado de un gallo y tres gallinas. Luego entran volando dos perdices, tres vencejos y cinco codornices que se posan a la entrada de la cabaña. Del pajar saltó el gato Carabas acompañado de cuatro ratones husmeando con sus bigotes, y una bandada de gorriones que se posan en la cuna del niño Marcos. Luego se acercan una zorra y un par de recentales seguidos de dos ovejas y un borrego. Entran volando La Ignota, acompañada de dos garzas y una cigüeña negra. Dos buitres vienen planeando y aterrizan con gran estruendo encima de la cabaña. Después un cerdo viene husmeando y mirando al suelo tapando sus ojos con sus enormes orejas como avergonzado de ser cerdo entre tantos animales bellos. Una gurupéndola y dos palomas se posan revoloteando en el escabel donde está sentado el pastor.
El Duero, envidioso de la escena, irrumpe en la cabaña cristalizado en papel de plata copiando las espumas del Cachón. La luna saltó del fondo del Río en forma de estrella fugaz y se fijó como prendedor luminoso en el dintel de la cabaña. El cielo se iluminó. El niño Marcos está en brazos de su madre, a la luz de la luna y al calor de la lumbre.
El ambiente huele a naturaleza.
El lagarto y una lagartija trepan al dintel de la cabaña al lado de la luna y con su rabo flexible marcan el inicio del compás. Las palomas inician el coro con su zureo como fondo, rhuuuh, rhuuuh, rhuuuh, el gallo a modo de antífona entona un solemne Quiquiriquí, el perro Quimeras y el lobo entran en el coro aullando como tenores ¡ahuuu!, ¡ahuuu!, el gato Carabas maúlla de contralto miauu, miauu y las gallinas vibran la pandereta con su ca-ca-ra-cá, ca-ca-ra-cá. Interviene un azulón de contrapunto con su quác-quác, quác-quác marcando el ritmo entre los chirridos de los vencejos, chiirrrrííí, chiirrrííí.
Entran en el coro cuando se lo indica la batuta del rabo del lagarto. En un compás piano, muy piano del coro y con el fondo del pío, pío de los gorriones el pastor Faroles toca con su rabel una dulce melodía popular, acompañada del coro de los recentales, beeé, beeé que balan como tiples, la oveja de contralto, báaa, báaa y el borrego de tenor buóóoh, buóóoh, mientras dos corderillos respingan delante del niño. El cerdo sacudió sus enormes orejotas haciéndolas sonar de timbales. Todos aplaudieron al cerdo.
El ambiente huele a fiesta.
Una alondra se coló dentro de la cabaña cantando su tan-tarán, tan-tarán, y se posó en una mano del niño Marcos, mientras las perdices correteaban por entre los animales estitando su core-ché, core-ché. La Ignota y la garza graznan, la cigüeña toca su carraca crotorando el tableteo con su pico tra-tra-tra-tra-trá, tra-tra-tra-tra-trá. Los buitres estiran sus gorjas, uno hace de saxo encorvando su robusto cuello y el otro estira su gorja imitando los golpes de zambomba fofú, fufó, fofú, fufó. El pastor Faroles vuelve a unirse a este orfeón tocando una jota con su gaita y tamboril. Y al final cantó el gallo un solemne Quiriquí, como final de la misa del gallo. Todos cantaron y bailaron al estilo de su propia naturaleza. Nadie imitó a nadie. Cantó la naturaleza.
Terminado el orfeón el niño Marcos reía y palmoteaba con sus manitas pidiendo más, más. Al lado estaba el Duero henchido de gozo y reflejando en sus cristalinas aguas toda la escena y grabándolas en su Memoria castellana. Arriba la inmensa cúpula celeste estaba inmoble e iluminada. Se había hecho de día, aunque era noche.
El peregrino emocionado del contento dijo:
- Nunca he visto una Navidad más hermosa: aquí la madre y el pastor, rodeados de animales bellos y en medio de todos el niño Marcos. Francisco de Asís, en su primer nacimiento viviente en Greccio, no lo hubiera imaginado mejor. El hermano lobo y la hermana zorra junto al cordero, la Ignota, el gallo, el cerdo, el Río. Todo muy hermoso.
- Sí, todo muy hermoso, y mañana, ¿qué? -dijo la Negra- ¡A comerse unos a otros!
- Pero ¿qué haces aquí avinagrando esta Noche? -la recriminó el Duero.
- Al menos esta Noche ha despertado el sentimiento de lo bueno que hay en los humanos. Mañana algo quedará -diagnosticó la Memoria.
- Y mañana, pasado el efecto de esta droga navideña, ¿qué?-husmeó la Negra.
- Reconoce que esta Noche ha sido capaz de despertar este sentimiento. Y reconoce también que tú no has sido capaz de armonizarte con él -la recriminó el Duero.
- Negra, tú desafinas en esta fiesta ?enfatizó la Memoria.
- Negra, ¡qué ironía la de tener que aguantar tu sombra! ?ironizó la Ironía.
- "Lupus et agnus ad ribum eundem venerant" ?musitó el peregrino de barba.
- ¿Qué dice ese? ?resabió La Negra.
- Nada, que no echemos margaritas a las cerdas ?dijo socarrón el Duero.
Se asomaron al miradero del Duero. La cigüeña voló y se posó en un remanso de los carámbanos del Río, picoteó, picoteó y picoteó hasta romperlos, y al momento comenzaron a salir del río cantidad de peces, lampreas, enguilas que brincaban, bailaban sobre el carámbano y hacían piruetas en el aire con frenesí. La Ignota cantó:
Brincan y bailan los peces en el río
Brincan y bailan por ver a Dios nacido.
Y cantaron todos:
Brincan y bailan los peces en el agua
Brincan y bailan porque ha nacido el Alba.
Terminado este orfeón de ritmos y voces, de tonos y ruidos armonizados, todos se dieron un abrazo. Cada uno había cantado con la voz de su naturaleza. El perro Quimeras lamió a la zorra, el buitre peinó la lana de los recentales, y todos se quedaron a dormir en caliente en los cabañales del aprisco.
Amanece. Despunta el sol por el teso del Castillo. Al ver el gallo a todos dormidos a pata suelta, entonó el solemne villancico del Quiquiriquí para despertarlos. Luego todos volvieron a sus tareas de ser lobos, ser buitres, ser corderos, ser aves.
- Como la vida misma, del hombre, del Río, de naturaleza ?comentó la Memoria.
- Este espíritu de Navidad no es la vida -murmuró La Negra- Esto ha sido un carnaval de la vida, el mundo revestido con caretas. Todo tan irreal como un milagro.
- El convivir contigo y aguantarte ¿no es ya es un milagro? ?ironizó la Ironía.
- Orfeo tenía poco que hacer contigo -le pronosticó el Duero a la Negra.
- Orfeo fue un poeta y músico griego que con la música amansaba a los animales, atraía a los árboles y enternecía a las rocas -dijo la Memoria para el saber de la Negra.
La Negra no murió de frío, el mal no muere porque la bondad del bien lo perdona.
- Pero, ¿es que toda la naturaleza no es un milagro día a día?-dijo la cigüeña.
- Otra que está tocada de ala como la Ignota -rezongó la Negra.
- Un corazón bueno ve una Navidad en cualquier recodo del río. Quien intente destruir este sentimiento que antes nos reponga de otro mejor -predijo la Ignota.
- Pero, ¿quién eres hermosa ave?- preguntó el Duero.
- Tu compañera de viaje.
- Tengo suerte contigo, pero tengo otra?, tan Negra, tan negra? -dijo el Duero.
- Olvídala -respondió la Ignota.
- ¡Qué hermosa Navidad! -comentó el Duero.
- Río Duero, dentro de ti llevas el niño nacido en el Urbión ?observó el Peregrino.
El Duero, derretidos sus carámbanos por el calor de la amistad de la Noche, vuelve a su caudal ordinario. Dos garzas surcan su curso. La luna dijo que tenía prisa por ir a acostarse. La alondra mañanera alzó rauda el vuelo desgranando su canción, mientras la alborada despuntaba el día por el cerro del Tejar. Amanece un nuevo día en Mieza.
El Duero y La Ignota continuaron su curso porque lo suyo es seguir, seguir haciendo camino, aguijoneados por La Negra porque lo suyo es zaherir.
- Como la vida misma ?afirmó la Memoria.
Todo el equipo del Duero, el Río, la Ignota, la Memoria y la familia del pastor desearon feliz Navidad al Peregrino descalzo, con barba y hábito talar que bajó por La Aceña camino del convento de La Verde.
- Yo voto en contra ?gruñó la Negra.
- Peor pa ti ?ladró el perro Quimeras.
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