La casa en un barrio humilde, un panadero sacando once hijos adelante con su pan. Amasando ternura con manos de madre.
Entre los catorce, el inquilino del patio bebe y se alimenta con la luz que entra por los resquicios de los agrietados muros. Uno más en la familia, los pajarillos en las cunas y en los nidos pían por su mendrugo de harina, agua y levadura. Los pipiolos más avezados trepan para defender las murallas y las ramas del laberinto de sus juegos, una piedra con tino vale para conquistar el castillo. Las hordas de infantes aturullan al enemigo vencido. Suena a lo lejos la llamada del cucharón de madera en el perol de sopa.
En la mesa se forma la cola según el tamaño y el hambre.
El país de nunca jamás del barrio humilde crio bien a sus huestes, el árbol con raíces tornó forma humana y su progenie hallará en la memoria de sus ancestros una bella historia en la que creer.
Y fue y es verídica esta historia.
A la familia Gómez Mateos, maestro, con ciertas licencias y cariño.
Foto: L.H.
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