Recuperado por completo de un grave accidente, Venancio Pascua Vicente, miezuco y ribereño de pro, regresa a nuestra sección de Opinión para contar y decir cosas de Las Arribes. Bienvenido, Venancio.
Miguel Corral
No quiero que sea borrado el año 2016 con las doce campanadas del 2017 sin que recuerde a aquellos rapaces: "Los Últimos de Mieza del año 1936".
Amaneció febrero en aquel fatídico y borrascoso año de 1936. Pero no todo fue turbulento ese año. En la segunda quincena de aquel febrero cinco mujeres a punto de parir seguían haciendo sus labores en Mieza de la Ribera con toda normalidad, dentro de casa, en las calles y también en el campo. Así eran las mujeres de aquel tiempo.
Aquel año de 1936 el Domingo gordo de Carnaval "cayó" en el 22 del febrero y en siete días aquellas mujeres embarazadas dejaron caer a cinco rapaces sobre la alfombra de La Ribera como cinco amapolas. Estos cinco perdigones en carninas fueron Amelia del Paulino que rompió su cascarón en Las Eras el día 18 pasado el Jueves Merendero, Pepe el de la Cristina que rompió su cascarón el día 19 en La Majá, Angelín el Farruco lo rompió el día 22 en Domingo gordo en Las Eras, Venancio el Tirarira lo rompió el día 24 por la tarde en Las Eras en segundo día de carnaval mientras los mozos y las mozas bailaban en la Plaza al son del tamboril, Argimiro el Menor también en Las Eras lo rompió el día 25 Miércoles de Ceniza. Así fueron aquellos Carnavales.
Y durante este año de 1936 se incorporaron a esta muchachada Rosalía la Farruca, Luis Paco, Tere la Anguila, Macario el Montijo, Agustín el Panadero, Encarna la Tirarira, Luis el Pina. Y algunos que ya han abandonado esta caravana carrascosa de la vida, Marcelino el Cura, Pepe el de la Cristina, Manolo de la Rafaela, Amalia de Teodoro, Manuel el Soño, Rosalía la Barriga, Rufa del Hospiciano, Cándida la Perejila. Nos dijeron el "Adiós, muchachos, compañeros de mi vida?". Un "Memento" por ellos. Fueron veinte recentales que respingaron en aquel 1936 de espaldas a las trincheras de la guerra. En la foto adjunta sólo ocho pertenecen a aquella camada de perdigones de 1936. Así fue y así es la vida.
Y a medida que aquellos perdigones eclosionaban del cascarón materno brincaban del nial y salían con el pío pío pidiendo mamar o un currusco reblandecido en agua y casi con el cascarón en el culo corrían por Las Eras y La Plaza con pantalón cortado por medio muslo, no por moda si no por economía, abierto con rajas por delante y por detrás para mejor disponibilidad y airearlo todo, con un tirante en bandolera y el pelo cortado al cero, no por moda si no por higiene. Aquellos recentales retozaban descalzos por calles, árboles y paredes buscando nidos, tirando piedras a perros, gatos y lagartijas. Así eran los rapaces de aquel tiempo. Pero no los culpéis. Eran hijos de aquel tiempo que copiaban a sus mayores y necesitaban poco para estar tan? contentos. Su mundo terminaba en la raya de Cerezal. Tiempos que fueron.
A veces esta bandada de rapaces chupaba placas de carámbano cogidas de los pinganillos de las canales y las manos y las tripas aguantaban el frío. Bebían agua de los caños del pilar, y las personas mayores les decían: "parece que estáis ibaos". Descalzos, pisaban agua, barro, tenían los dedos de sus manos amorcillados por los sabañones, cabras en las piernas y les decían a sus madres: "Madre, tengo hambre, quiero pan". Ayudaban en las tareas del campo y no eran explotados. Jugaban en el frontón de Las Eras y en La Plaza, al marro, a la poisa, a la maya, la pídola, a lingorras, al castro? Reñían y se insultaban con los apodos de la familia, pero al momento jugaban juntos. Formaban algarabías y alborotos y los mayores decían: "Hogaño andan revueltos los rapaces, mañana cambia el tiempo". Así eran aquellos rapaces.
Después aquella muchachada se dispersó por los desiertos de la vida y se incorporaron a diferentes caravanas. Se ennoviaron, procrearon. Tuvieron momentos de cantar y de llorar. Han pisado flores y abrojos. ¡Cuánto han vivido! No creen en esa mentira piadosa de que los años no cuentan para sentirse joven. ¡Mentira infinita!
¡Cuánto me gustaría leer hoy algo escrito por mis abuelos de sus tiempos que ya son olvido! Tiempos que fueron. Tiempos aquellos en que los curas llevaban bonete y sotana, en que las mujeres no usaban pantalones, ni los hombres lucían pendientes y los tatuajes eran el moreno de la piel curtida...
Aquellos muchachos cargan hoy a sus espaldas unas alforjas con 80 baldosas de cemento. El día 21 de agosto de 2016 lo celebraron con una comida en compañía de sus consortes. Esta vieja caravana de la vida les llega a su fin. Son abuelos nostálgicos y quieren recordar, que recordar es volver a vivir. Entonces en mi pueblo nacían más que morían. Hoy mueren cada año? y nacen? ¡Ninguno!
Pero no estemos tristes. ¡Nos amanece! ¡Vivimos! ¡Albricias! El sol remonta por el teso de La Laguna y aunque al atardecer se pondrá frente a La Code, mañana retornará. Pero hay soles que mueren? y no vuelven jamás.
Nadie olvida el lugar donde nació. Quedamos marcados por él, para amarlo o para? "de cuyo nombre no quiero acordarme".
Al final, todos deseamos volver al pueblo. ¿De qué iba a estar yo aquí escribiendo esto, si no hubiese nacido en Mieza, si no hubiese correteado de rapá por Las Arribes?? Quisiera haberme quedado encapsulado en aquellos años de "rapá". Me gusta mi pueblo. Me gozo hablando de él. ¡Qué le vamos a hacer!
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