El día 6 de diciembre celebramos el cumpleaños del día en que se aprobó, mediante referéndum, por el 88,5% de los españoles, la Constitución que nos permitió superar la dictadura del general Franco y restaurar la democracia (en Cataluña el porcentaje de apoyo constitucional superó el 90%), entrando en vigor el día 29 de diciembre de 1978. Con ella, con mayor o menor acierto, hemos disfrutado, hasta el momento, de paz, democracia y libertad, por más que algunos se empeñen en decir lo contrario y criticar el pasado, un modelo de transición política en la que la extrema izquierda y la extrema derecha fueron capaces de negociar, pactar y llevar adelante un cambio político sin la sangre que de otro modo hubiere supuesto.
La Constitución establece determinados controles al poder y los poderes públicos, que de haber tenido un mínimo de sensibilidad política democrática se habrían implementado estos con otros más sólidos y fuertes; pero, eso no se hizo, no se ha hecho, más bien se han desmontado los pocos que había. Pasado el primer momento de UCD, de eclosión democrática y de golpismo tejerista, gobernó el PSOE, que se dedicó a desmontar los controles existentes, a lo que se unió la corrupción insufrible que llevó al fin del gobierno de González, con un Aznar que abanderaba la regeneración política y la superación del proceso corrupto y nos posicionó políticamente en el mundo, nos guió en la salida de una crisis económica, pero no hizo nada en la promesa regeneradora, al menos nada importante y sólido.
El PSOE ganó las elecciones gracias a la nefasta gestión del atentado del 11-M y la movilización generada, pero lo hizo sin preparación, sin proyecto, de carambola y, así gobernó: sin norte, sin concierto y sin una hoja de ruta el Sr. Zapatero, que se dedicó a la reapertura de heridas, a buscar de nuevo las dos Españas, a reescribir la historia.
Volvió a ganar el PP, por la crisis económica que había negado y mal gestionado el PSOE, pero tan pronto llegó al gobierno, en lugar de liderar la austeridad precisa, se dedicó a dar hachazos sin medida, sin estudio, sin sentido y sin tocar para nada a la magra política, a la clase dirigente; para, además, comenzar a surgir un chorro de lodo que se convirtió en río y, finalmente, fue un mar de mierda que surgía en el seno mismo del partido y se distribuía de forma trasversal a todas las fuerzas políticas allá donde gobernaban.
En este caldo, el PP por un lado, las mafias venezolanas e iranís por otro, la estulticia en la que se mueve el mundo académico en España, un poco de aquí y otro poco de allá, nacieron una panda de farsantes zurriburris que con un poco de labia, jugando con el onanismo mental de un pueblo adormecido, pero sumamente angustiado y lacerado por la crueldad de sus dirigentes, han crecido y puesto en cuestión el pasado transaccional y la democracia en la que ellos han nacido, crecido y disfrutado, para ofrecer una suerte de demoliciones nacionales, rupturas de consensos adquiridos y totalitarismos vividos en otros lares sin que exista nadie, absolutamente nadie, que se enfrente a ellos, por miedo, por mierda, por falta de discurso, y los pocos que podrían hacerlo no tienen salida, no saben abrirse camino y no se les espera.
Antes de tocar una constitución se debe de establecer dónde, para qué, en qué sentido, qué oferta alternativa se realiza, cuál es el camino de futuro, pero a tontas y a locas, como se pretende, es un suicidio social, político y económico que nos puede hacer llorar durante generaciones. Para un cambio constitucional hacen falta cerebros intelectualmente elevados y con criterios que, hoy, no se observan.
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