Cae la tarde en la ciudad del Tormes y con ella la niebla que de forma amable desdibuja los paisajes de la piedra. Cientos, miles de jóvenes se acercan a la Plaza Mayor. Se oye música de jazz. Un speaker prueba su voz con un poema de Neruda. Algo va a suceder. Una fiesta cultural que reunirá a jóvenes amantes de la poesía de varios países y que enhechizará las voluntades de los medios de comunicación de todo el mundo: la Nochevieja Literaria.
Aún es pronto. Muchos estudiantes muestran sus carnés en bibliotecas céntricas para buscar y y repasar los versos que más tarde gritarán frente al reloj. Otros consultan en sus móviles el repertorio. Una app descargable contiene una guía completa del evento.
La seguridad es máxima en los ríos de calles que van a dar a la Plaza, que es el vivir. Voluntarios de distintas facultades de letras revisan las mochilas de los jóvenes. A una estudiante de último curso de Filología le requisan un libro de Arturo Pérez Reverte. Varios hombres con aspecto de ejecutivos son cacheados por las fuerzas del orden. Un perro olfatea la revista "Hola" que una mujer esconde en su visón. Varios cronistas de la prensa rosa y reality shows, hombres, mujeres y viceversa son registrados por la policía.
Es prioritario que nadie pase al recinto con poemas de autores malditos o de la generación beat. Alguno de los voluntarios, miembros de la SGAE , revisan tabletas y portátiles en busca de libros descargados de internet de forma fraudulenta. Alguien protesta porque no puede pasar con un poema de Leopoldo María Panero. Fuentes contrastadas afirman haber visto a Chus Visor, editor de poesía, negando el acceso a la plaza a varias poetas jóvenes. Nada se deja a la improvisación, todo está muy medido.
Como piezas de ajedrez los jóvenes van situándose en la Plaza: los amantes de las vanguardias en las primeras filas, los seguidores de los novísimos en los balcones, los activistas de la poesía social bajo los soportales, los poetas del silencio detrás del escenario. Todos portan un bolsa con el lema "Salamanca, culta y limpia" en cuyo interior hay gorros marineros como el de Alberti para los chicos y sombreros cloché o de campana para las mujeres. Algunas jóvenes reivindican a las sin sombrero. También hay en las bolsas doce haikus que deberán leerse con cada una de las campanadas.
Hay pancartas que acarician la niebla con todo tipo de mensajes: "Catorce versos dicen que es soneto", "Collige virgo rosas", "Carpe noctem", "Muera la intertextualidad", "Si solamente me tocaras el corazón". La pasión aumenta por segundos, la tensión también. Miembros de la organización ponen orden en un pequeño rifirrafe entre jóvenes conceptistas y jóvenes culteranos.
Un hipster sobre el escenario recita a Rubén Darío: "Juventud, divino tesoro, te vas para no volver". La masa rompe en aplausos. Los periodistas acreditados de "Metrópolis" o "La aventura del saber" no pierden detalle. Cientos de imágenes y testimonios correrán como savia por las redes sociales, el nombre de Salamanca sonará en todo el mundo. Informativos y periódicos destilarán poesía.
La plaza es un enjambre de emoción. Hay jóvenes que citan a Girondo, a Rilke, a Lorca. Corean metáforas, oxímoros, pleonasmos. De repente el silencio. Suenan los cuartos. Tras ellos las campanas. Los haikus son leídos uno a uno. Estalla la emoción como un gran fuego de artificio. Las miradas a flor de miel. La emoción se desborda. Suena en los bafles el poema "No volveré a ser joven": "Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde". Muchos jóvenes rompen a llorar. Qué grande Gil de Biedma.
Todo ha salido con precisión de soneto. Los efectivos de Cruz Roja hacen balance de la noche: sólo una chica intoxicada con una mala traducción de Mallarmé y un par de jóvenes que sufrieron algún desvanecimiento tras leer poemas de Carmen Camacho y Elena Medel.
Pronto cantará el gallo de la torre de la catedral y los jóvenes, náufragos de la noche y la emoción, regresarán al piso o al hotel, a arroparse con sueños y recuerdos. Salamanca es más culta y más limpia que nunca.
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