La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revoluciones tienen necesidad de ella. Su regla, que discute lo real al mismo tiempo que le da su unidad, es también la de la rebeldía.
Albert Camus
Una parte de mí es sólo vértigo:
otra parte, lenguaje.
Traducir una parte
en la otra parte
-que es una cuestión
de vida o muerte- ¿será arte?
Ferreira Gullar
En el año 2007 algunos tuvimos la inmensa suerte de poder escuchar al escritor Aidan Chambers en el que entonces era uno de los centros de una Fundación dedicada a la lectura y el libro. Muchos guardamos memoria de ese lugar, de sus trabajos y sus días, que ahora vuelve a recordarnos su lento y doloroso declive con el despido de los últimos trabajadores en otra de sus sedes.
La presencia de Chambers, que afortunadamente (él sí) continúa con nosotros, ha venido de la mano de una anécdota que escuché el otro día en Facebook a la enorme editora Arianna Squilloni. Sus palabras me llevaron a recordar que la travesía, a veces velada, de la literatura tiene el hermoso designio de afinarnos la mirada y la necesidad de ser compartida.
El relato, la forma de hacernos partícipes de él, me hizo recordar uno de los muchos que el escritor inglés, Premios Hans Christian Andersen (el Nobel de la Literatura Infantil, para los neófitos en este campo), nos contó entonces, y que ahora transcribo para ustedes:
Cuando era pequeño, me llevaban cada domingo a visitar a mis abuelos maternos. Mi abuelo era minero y en mis recuerdos de él la lectura está ausente y sospecho que incluso ni sabía leer. Abandonó la escuela a los once años y desde esa edad hasta su jubilación su vida consistía en introducirse en los estrechos y profundos túneles de la mina, donde con un pico extraía carbón de las rocas durante diez horas diarias, seis días a la semana, cincuenta semanas al año. Era un hombre tranquilo, paciente y amable que hablaba muy poco y con mi abuela se mostraba sumiso. Ojalá pudiera llegar a saber qué pasaba por su mente durante todos esos años de trabajo durísimo.
Cuando tenía unos tres años, mi abuelo me sacó a dar una vuelta una calurosa tarde del mes de agosto. Salimos del pueblo y recorrimos los campos de alrededor. El trigo, a punto de ser cosechado, tenía un color dorado, y los tallos del maíz me sobrepasaban en altura. Al cabo de un rato, mi abuelo decidió hacer un descanso, encendió su pipa y me subió a la verja que abría paso entre un seto. Desde allí se veían los campos, la torre de extracción del pozo donde trabajaba y, al fondo, no muy lejos, una colina con una forma extraña que se elevaba en el horizonte. Tenía forma de flan y estaba cubierta únicamente de hierba; en la cumbre plana se alzaba un monumento de piedra blanca que consistía en una hilera de columnas. Aprendí muchos años después que era una reproducción de un templo romano que nunca llegaron a terminar de construir.
Tras dar unas caladas a su pipa, mi abuelo me preguntó si podía ver la colina. Al responder que sí, mi abuelo me dijo: «Es allí donde el gusano repulsivo dormía de noche enrollado nueve veces en torno a la colina. Aún se ven las marcas». Efectivamente, un camino de arena entre el césped rodeaba la colina desde la parte más baja hasta la cumbre, y me dio pie a imaginar un gusano tan grande que podía enrollarse en torno a una colina nueve veces. A continuación, mi abuelo me contó la historia de un dragón sin piernas que aterrorizaba a todos los habitantes del condado. Nadie podía matarlo, hasta que el valiente hijo de un importante noble encontró la manera de hacerlo. Luchó contra el gusano y ganó, pero al hacerlo cayó una maldición sobre su familia que duró nueve generaciones.
Mi abuelo me contó la historia de una forma muy directa y sin dramatismos, como si estuviera hablando del tiempo o de un extraordinario suceso que hubiera ocurrido en la mina el día anterior. Fue tan convincente al contarlo que puse muchísima atención mientras los ojos se me ponían a cuadros. Creí la historia sin dudarlo y nunca se me ocurrió que podía ser una ficción.
No fue hasta muchos años después cuando descubrí que lo que mi abuelo me había contado era un cuento tradicional conocido como El gusano de Lambton. Como las mejores historias del folklore, esta también tenía un cierto sustrato real.
En su conferencia, Chambers se preguntaba con nosotros el motivo por el que esta historia se le había quedado grabada en la memoria, habiendo escuchado muchas otras a su abuelo; creía tener la respuesta pero, muy hábilmente, nos dijo que esa era otra historia.
Según la vuelvo a escuchar, al leerla de nuevo, no puedo dejar de ver, entre sus líneas, la intensa relación que se construye entre la imagen del terrible gusano y el trabajo inhumano al que se les sometía en la mina, pero esa también es otra historia.
Como lo serán también las que viene a contarnos, el lunes que viene, a las siete y media de la tarde, en la librería Letras Corsarias, la siempre necesaria Anatarambana; unidos los dos, librero y especialista en literatura infantil, por el reconocimiento al trabajo que realizan en el campo de la lectura, y que otras instituciones decidieron en su día abandonar.
Yo que ustedes no me la perdería, porque tengo entendido que, ante un montón de escogidos libros, algo piensa decirnos sobre lo que nos sucede cuando contamos historias y, naturalmente, cuando nos las cuentan: vamos, que uno está seguro de que entre líneas andará su juego.
NOTA El título del artículo se corresponde con el de la edición de las jornadas sobre lectura y bibliotecas que organizaba anualmente el desaparecido Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil; ese año estuvo invitado Chambers. La prirmera fotografía es una intervención de Land Art., y la traducción del relato de Chambers pertenece a Daniel Linder.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.