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¿Qué Jesús esperamos?
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¿Qué Jesús esperamos?

Actualizado 07/12/2016
Juan Antonio Mateos Pérez

La exclamación final del Apocalipsis, "¡Ven, Señor Jesús!", no debe servir sólo para anhelar esperanzadamente la vuelta definitiva del Señor glorioso, sino también pedir la múltiple venida diaria, para acompañarnos en el quehacer cristiano en la historia.

Esa es la pregunta en la tercera semana de adviento, en el tiempo oportuno de Dios, es la pregunta que se hizo Juan: ¿Eres tú el que tiene que venir? Jesús nunca responde con un discurso teórico, con una teología elaborada, sino con hechos: "los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Mt 11, 5). El amor Jesús no es un amor explicado, debe estar manifestado en la cotidianidad de la vida, en una forma de vivir y de ser. Jesús no es patrimonio de nadie, ni de Iglesias ni santuarios, ni del norte ni del sur, ni de la parroquia ni de Roma, es de todos, con él pueden encontrarse cualquiera que le confiesa como Hijo de Dios, y sobre todo los que andan buscando un sentido más humano a sus vidas.

Jesús habla con sus gestos, cercano a los necesitados, libera no solo los males físicos, también espirituales, de todos aquellos que impiden desplegar la vida y la felicidad en cada persona. Manifestaba su poder haciendo el bien, sobre todo a los pobres y necesitados, las viudas, los huérfanos, los leprosos y enfermos, anunciando la buena nuevo de que Dios está con el hombre con un amor tan profundo que se le conmueven las entrañas. Jesús no es un es un mesías triunfante, apocalíptico que se manifiesta en la grandeza y en la espectacularidad como lo esperaba Juan desde la prisión de Maqueronte, sino se manifiesta de modo muy claro la ternura curativa y creativa de la misericordia.

Desde esta realidad, Jesús viene a cada Adviento o cada Pascua a recordarnos que nos "acomodemos", a intentar activar en nosotros una forma de vivir más allá de nuestras comodidades y rutinas para que podamos dar algo de lo que tenemos y de lo que somos. Los gestos son la mejor manera que en podemos hacer presente a Jesús en nuestras vidas, sobre todo en las tareas de curar, sanar y liberar formas de vida. El mundo necesita mucha misericordia y ternura, mujeres y hombres que al contemplar el mundo, se les conmuevan las entrañas ante el sufrimiento, miseria y exclusión de tantos. Poder estremecernos para poder salir de nosotros mismos y hacernos prójimos, solidarizándonos con tantos que nos necesitan. Pero también para denunciar y luchar contra tanta corrupción, injusticias, opresiones, olvidos de los necesitados y desenmascarando los mecanismos sociales que lo generan.

Podemos ser signo de Jesús, para que pueda ser visible entre nosotros, no vivimos en un mundo Dios, necesitamos un corazón misericordioso y tierno para ver su presencia entre nosotros. Como no ver a Jesús cerca y en el corazón de los hambrientos del mundo, para nuestra vergüenza casi 800 millones de personas pasan hambre, sobre todo en el África subsahariana. Su presencia se hace presente a través de todas esas personas e instituciones como el Banco de Alimentos, Acción contra el Hambre, UNICEF, Manos Unidas, Cáritas, que cada día intentan prevenir y curar tantas necesidades. "Este es el ayuno que yo quiero, dice el Señor [...] partir tu pan con el hambriento" (Is 58,7).

Como no ver a Jesús cerca de aquellos que buscan un consumo responsable en tantas cosas que no necesitamos y están realizadas con salarios de miseria y explotación, como el negocio de la moda, el textil, prendas deportivas, juguetes, electrónica, alimentación, petróleo, etc. Para pasar de cómplices conscientes o inconscientes, solo es necesario mirar las etiquetas, ya que productos muy baratos, salen muy caros a otras personas. Fomentar el comercio justo y comprar lo necesario, el consumo es un acto moral y no solo económico. "Este es el ayuno que yo quiero... Vestir al que ves desnudo" (Is 58,6-8)

Jesús viene y se hace presente en todos aquellos que practican la hospitalidad, que cuida al inmigrante y abre las puertas al refugiado: "¡Apartaos de mí, malditos... porque fui extranjero y no me acogisteis!" (Mt 25,41-43). Cómo no conmoverse ante tantos refugiados que huyen de la guerra y de la miseria, ante tantas personas tragadas por el mar o sorteando alambradas para colarse en una nueva vida. Francisco ha ofrecido sus dos parroquias del Vaticano para aliviar su situación, la Basílica de San Pedro e Iglesia de Santa Ana, pero quiere que las 100.000 parroquias de Europa acojan al menos a una familia. Desde hace más de 35 años viene trabajando en todo el mundo y en este campo de los refugiados e inmigrantes "Servicio Jesuita a Migrantes" (SJM). Fue por el padre Arrupe, trabajado en la acogida y acompañamiento de inmigrantes y refugiados. Pero hay muchas ONG, religiosos o no que trabajan con este colectivo, aunque no se conozca, ni salgan en los medios de comunicación, no solo en la acogida, también concienciando al mundo de la necesaria hospitalidad.

Podíamos continuar con aquellos lugares que Dios se hace presente hoy, como en aquellos que visitan a los enfermos o cuidan a los ancianos, también con los que visitan a los encarcelados, los que saben consolar y acompañar a todos aquellos que están desorientados y en soledad. Vivimos en una epidemia de melancolía y depresión en nuestras sociedades del descarte, es necesario transmitir alegría y esperanza, una alegría que brota de su propio ser y transfigura la realidad.

Jesús no deja indiferente a nadie, el que le ha descubierto intuye y sabe que la manera de vivir que nos propone es la forma más humana de enfrentarse a la vida y a la muerte. Su verdad desvela nuestros autoengaños, el perdón, la comprensión, la solidaridad, la empatía, la paz, la justicia son virtudes de su misericordia, son el bálsamo que fortalece y rehabilita. Con Jesús uno siente que su vida se expande desde esas virtudes, transformando todo a su paso.

¿Qué Jesús esperamos? | Imagen 1

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