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Sabiduria de abuelo
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Sabiduria de abuelo

Actualizado 05/12/2016
Javier González Alonso

Estoy terminando de curtir una piel de serpiente. De serpiente bastarda, para ser exactos. A últimos del septiembre pasado, mientras me dirigía hacia Arribes del Duero, observé cómo, un todoterreno que venía en dirección contraria, atropellaba a la dueña de la piel con la que estoy experimentando; jamás se me había pasado por la cabeza, hasta ese momento. Tras echarme a un lado, y señalizar apropiadamente el coche, recogí el cadaver. Le habían pasado dos ruedas por encima de la cabeza. Viendo en cuerpo inerte, se me ocurrió que podría aprovechar para examinar de cerca el cuerpo, diseccionándola, para seguir aprendiendo sobre su anatomia, pues la causa de la muerte estaba clara: la había visto en directo. La idea de curtir su piel vino después, una vez que la tenía en casa, en mi zona de trabajo, un aprovechamiento que, antaño, se hacía para hacer cinturones, correas de rejoj y similares. No es el caso, acallo a los posibles maledicientes, y aprovecho para remarcar que jamás se me ocurriría matar a ningún ser viviente por voluntad propia.

Quienes, desde el momento que metí la sierpe en una bolsa no estuvieron de acuerdo, imagino, son los múltiples carroñeros que pueblan nuestro agro: busardos ratoneros, zorros, urracas y demás, que se quedaron sin su correspondiente bocado. Les pido perdón por ello, pues la cantidad ingerida no sería menor: un metro veinte de largo y casi cuatro centímetros de diámetro. No sólo los "limpiadores de cadáveres" me mirarían con malos ojos, también, si hubiera pasado hace años, muchos habitantes de nuestros campos se hubieran acordado de mis familiares, tanto vivos como muertos, por desperdiciar tan suculento bocado, pues recordemos que era habitual su ingesta; hablamos de una carne blanca y my suave, similar a la del lagarto, como en más de una ocasión me comentó mi abuelo, un hombre de campo que jamás mató a ninguno de ellos en su propio terruño, pues tenía muy claro que eran aliados estratégicos para mantener a raya a otras especies que, esas sí, le complicaban sus labores agrícolas, consumiendo lo duramente trabajado durante el año.

Unos animales, las serpientes, que siempre fueron tenidas como beneficiosas para el campo, a pesar de su mala fama. Esa sabiduría popular, que he mencionado hace un momento, hoy por hoy, ha dejado paso a la más absoluta de las ignorancias, pues todas son consideradas, precisamente por su desconocimiento, como peligrosas. Poca gente sabe que, en nuestro país, existen catorce tipos de serpientes, llamadas técnicamente ofidios; por un lado tenemos once especies de culebras, y, por otro, tres especies de víboras, si bien es un hecho muy reciente, pues nuestras serpientes autóctonas han visto cómo hemos aumentado el número, gracias a nuestra negligencia. La última en llegar, traida por nosotros los humanos, ha sido la culebra real de California, que campa a sus anchas por las islas Canarias, y que está dando multitud de problemas para ser controlada. No es la única: no son infrecuentes los casos de pitones, boas y otras especies, auténticas maravillas naturales, en su hábitat, pero que terminan, bien porque se escapan, o bien por que su dueño, harto de tenerlas, o viendo el tamaño que alcanzan, se canse de tenerlas. De momento no se las ha visto "instaladas" en la Península, fuera de cloacas y colectores, pero no tardaremos mucho en tener noticias de ellas.

Oiremos, lamentablemente, y no tardando mucho, que determinada especie de serpiente se ha asentado en determinado región. Aunque pueda parecer exagerado, baste recordar que, hasta hace escasas dos décadas, los serpientes jamás habían sido vistas en las islas Baleares. De hecho, los romanos, cuyos "natulistas" actuaban de notarios de la fauna y flora encontrada en sus colonias, jamás se encontraron con ninguna en ellas; por no hablar de los fenicios, que tampoco las mencionan. Hoy por hoy, no es complicado ver culebras de escalera, de herradura, bastardas, de escupapio, de agua, y, es de suponer, que todo nuestro elenco peninsular. Su llegada, como la de cualquier especie alóctona, extranjera, pone en peligro la biodiversidad del sitio donde se instalan; lógico, por otra parte, pues ninguna otra especie puede frenarla? hasta que es demasiado tarde.

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