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Los olvidados
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Los olvidados

Actualizado 04/12/2016
Redacción

"No tengo nada", podía leerse en el cartón que un indigente tenía colocado ante sí, para pedir limosna. Salí el viernes al atardecer, a la presentación del libro de un amigo, y, en la calle peatonal más transitada de la ciudad en que vivo, el "no tengo nada" apenas llamaba la atención del gentío que transitaba la calle.

Luis Buñuel filmó en México, donde viviría a lo largo de no pocos años de exilio, su hermosa película, significativamente titulada "Los olvidado". Sigue teniendo validez. Porque, en nuestras sociedades, antaño ?hasta hace escasos años en que se iniciara la crisis? de la opulencia, los olvidados también están ahí, en esos territorios del afuera que generamos, para tranquilizarnos las conciencias. Son como excrecencias que generáramos, como sobras de las que nada queremos saber.

Y, entonces, en un atardecer de inicio de fin de semana y de 'puente', desde el silencio de esos territorios del afuera, alguien escribe en un cartón, mientras pide en un pequeño vaso de plástico unas monedas: "No tengo nada".

Nada tienen los olvidados. Algo grave en una sociedad que funda sus prestigios en el 'tener' y no en el 'ser". De ahí que alguien, que un olvidado haya de escribir en un cartón: "no tengo nada". Una doble negación escolta verbalmente al verbo 'tener'.

Pero es que, muchas veces, quienes sí tienen mucho podrían, acaso, escribir en otro cartón invisible: "no soy nada". Porque el ser no se conquista con dinero ni riquezas, sino con un cultivo de lo humano, de lo espiritual, de ese sustrato de fraternidad que aún arden en quienes no han perdido su humanidad.

Los olvidados. La anciana de Reus, en su pobreza energética, que muere en su casa a causa de unas velas. Los dos hermanos, que apenas sobrepasaban los cincuenta años, muertos también en una furgoneta que era su único refugio, mientras ardía mal, hasta asfixiarlos, una estufa. Y tantos otros que no son noticia porque viven en una indigencia callada y olvidada de los otros, de la mayoría de los otros, de quienes siempre pregonan que el país va bien, que nadie cobra por debajo del salario mínimo interprofesional.

El "no tengo nada" rotulado en un cartón, que podemos advertir y leer, si aún conservamos mirada para percibir la fragilidad del mundo, es un aviso, una alarma, una llamada, necesaria, pese a lo humilde e inadvertida que pueda pasar para la mayoría inconsciente, para que percibamos cómo, si no estamos atentos, perderemos los últimos restos de humanidad, de la que aún quedan rescoldos y que tendríamos que reavivar, para que el fuego de la fraternidad volviera a arder entre nosotros.

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