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La mentira
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La mentira

Actualizado 28/11/2016
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Se te olvida. Se te olvida que me quieres, a pesar de lo que dices. Decidiste abandonarme un día triste, de esos en que el aire helador de la llanura trae avisos y sospechas amargas. Ni por asomo quedaba en las praderas rastro de vida, aunque mi temor aún veneraba la esperanza. Creía que bajo la capa arisca de los terrones grises latía, imperceptible, un alma aletargada que acunaba la semilla de futuras amapolas.

No te importa la fragilidad de la tristeza. Cuántas veces discutimos sobre cuestiones ínfimas y tuviste siempre el arriesgado empeño de no darme la razón. No veías que mis lágrimas no dejaban ver la luna, que las estrellas de las que te hablaba eran imaginarias todas, que mi voz se truncaba por mil lados y mi llanto pretendía ser acogida. Ya da igual, porque no me escuchabas.

Ahora te irás con otras y, con la fugacidad del tiempo como aliada, ni recordarás nuestras alegrías pasadas. Te olvidarás de mi piel y de mis caricias. O quizás no, porque sé que, en ese corazón tan duro, hundido en la costra de tu funesto egoísmo, queda aún algún rastro de nuestra particular historia, algún atisbo de llama que, por ventura, te ha de resultar incómoda.

Me dejaste con lo poco que me queda. Casi desnuda y expuesta a los fríos crueles. Son escasos los días de sol en esta desafortunada tierra y el corazón persiste en la busca de un calor más cierto. Tu estarás envuelto en sedas luminosas, bajo suaves mantas y oropeles, entre otros deseos y otras pieles. No te darás cuenta de que acechan espejismos, y llegará un día en que cualquier detalle nimio te hará recordar lo que con tanta imprudencia has descuidado.

Sabes que hasta puedo hacerte mal si me decido, pero me educaron para la benevolencia. Tengo la virtud de apartar odios y venganzas y esa facultad singular de quedarme con las contadas delicias que algún día trajiste a mi vida. Tuviste suerte el día que te cruzaste conmigo. Otras ya te habrían vilipendiado, te habrían quitado el sueño y las entrañas. Yo solo me quedo con el regusto amargo de mi error de juventud.

Me conformo con que, de vez en cuando, en la negra madrugada, te remuerda la conciencia que no tienes. Te arrepientas de haberme dejado en el desconsuelo, en tu huida hacia la fingida independencia. Sabes que esas cabezas huecas que acomodará tu pecho, nunca te podrán dar lo que yo te he dado, y que no hay sustitución para mi puerto seguro.

Encontrarás a ilusas que, cubiertas de desvergüenza, se aprovecharán de ti. Imágenes efímeras en comparación con lo que has perdido. No vuelvas ni siquiera arrodillado. Ni siquiera oír tu nombre me hace bien. Respeta mi paz y mi desprecio. No te lamentes de lo que pudiera haber sido, que mi vida está rehecha y reconstruido mi ánimo, aunque a ratos desfallezca y reconozca, con amargura, que llevamos en el alma cicatrices, imposibles de borrar.

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