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Salamanca, una oportunidad perdida o no
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Salamanca, una oportunidad perdida o no

Actualizado 25/11/2016

Salamanca, una oportunidad perdida o no | Imagen 1

La comunicación se hace hoy a base de imágenes, no de palabras, por lo que es pobre, superficial, anecdótica. Las palabras sugieren y no tienen límites, mientras que las imágenes reducen nuestro campo de percepción, aunque también a partir de ellas pueden surgir ideas, no chascarrillos que es en lo que desembocan mayoritariamente en eso que altisonantemente llamamos hoy las redes sociales. A mí la imagen que encabeza este artículo me dio que pensar. Se produjo hace pocos días, el 14 de noviembre, cuando la Luna se acercó a la Tierra como no lo hacía desde 1948, mostrándose más grande y brillante que nunca desde entonces. Fue maravilloso el espectáculo que nos mostraba la naturaleza, pero se potenciaba aún más en el escenario que la Salamanca más hermosa mostraba en todo su esplendor. Ese alto soto de torres con la Luna de fondo sugería la armonía y belleza que el mundo puede llegar a ser. Era una estampa de paz, de equilibrio, mágica.

Y me dije que pocas ciudades, no ya en España, en todo el mundo, podían ser capaces de transmitir tales sensaciones. Y nuevamente vi a Salamanca como una oportunidad perdida, una ciudad por descubrir por las mayorías, que por no sé qué seguía siendo la gran desconocida para un turismo de calidad y de alto poder adquisitivo que podría suponer un gran revulsivo en este momento de crisis que padecemos. Porque si echamos la mirada a nuestro alrededor, somos conscientes, por poca perspicacia que nos acompañe, de que Salamanca es una ciudad residual, de ancianos, con pocos niños y un futuro oscuro, con la Universidad como único foco de resistencia. Sin poder financiero, con un mundo rural al borde de la extinción y sin la actividad económica necesaria para que nuevas empresas creen los puestos de trabajo necesarios que sostengan a nuestra juventud aquí e incluso atraigan a otros muchos que les devolvieran la vida y la esperanza.

El turismo cultural debería ser, junto con la Universidad, el otro polo que la dinamizara. Y en este objetivo deberíamos estar todos unidos, porque en ello nos va la vida, o sea, el futuro. Es tan grave nuestra situación actual que escandalizan los pellizquitos políticos que caracterizan a los partidos que se mueven en nuestro ámbito. Cuando veo sus conductas, me recuerdan a esos viejos burócratas que no tienen nada que ofrecer porque lo han perdido todo y solo les queda la grisácea oscuridad del día a día. ¿Dónde está ese gran plan, pactado por todos, partidos, empresarios, trabajadores, llamando a la puerta del futuro, exigiéndolo, reivindicándolo, en vez de esperar nuestra mortecina decrepitud, que llegue el final? Salamanca debería estar en la liga que juegan las ciudades europeas de referencia, como Venecia, Viena, Budapest, Londres o París. Su belleza incomparable permite imaginarlo porque es posible. Pero tal cosa no se improvisa y en su preparación todos deberíamos estar unidos, esta convocatoria a todos nos atañe, porque Salamanca es de todos los que la vivimos, no de unos pocos, y si de alguien es especialmente, es de los pocos niños que juguetean en sus calles y de los pocos jóvenes salmantinos que, si tuvieran la oportunidad, no la dejarían por nada del mundo y aquí se quedarían para hacerla mejor.

Esperar de las instituciones políticas de nuestra región algo, es iluso. Han tenido en diversas ocasiones la oportunidad de equilibrar el territorio, posibilitando que los más débiles crecieran en vez de impulsar a los más fuertes. Se hizo todo lo contrario: se concentró el poder político, económico y cultural en una ciudad, porque era lo más fácil, y no se optó por el riesgo que suponía diversificar las oportunidades. Se desertizó el mundo rural, no sosteniendo a su población, contra viento y marea, con políticas activas que lo hicieran atractivo. Se jugó a favor del viento y el viento se ha vuelto tornado que está sumiendo a Castilla y León en una insignificante región, con el mayor patrimonio cultural de España pero sin músculo económico extendido por todo su territorio, una región venida a menos, con la tristeza de las casas que fueron grandes en su día y miran con nostalgia su pasado. Salamanca es una más de sus víctimas.

Por eso, porque de los políticos nacionales y regionales, hay muy poco que esperar, es necesario que despierte nuestra sociedad civil, que la formamos todos, y que desde el interior de la propia Salamanca se impulse lo que la hace única: la belleza única de sus monumentos, el saber de su Universidad con su imagen hecha de siglos y de aportaciones humanísticas y científicas memorables y que aún convocan a muchos en el mundo entero, y el patrimonio natural y artístico de su provincia.

Aunque nos hayan abandonado, no estamos solos. Nos queda la belleza y la inteligencia que nos legaron nuestros ancestros y nos regaló la naturaleza. Y hacia ellas debemos volcar todas nuestras fuerzas y creatividad. Sin pensar que todo está perdido, sin arrojar la toalla. Sin excluir a nadie. En una tarea común por encima de diferencias y de ideologías, pues es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Sin visiones de campanario. Con la certeza de que Salamanca no es una ciudad para viejos, sino para el futuro. Y que depende de nosotros, solo de nosotros.

Marta FERREIRA

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