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Trilogía del odio
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Trilogía del odio

Actualizado 10/11/2016

Parte I. "La jungla" de Calais

Ya está desmontada "la Jungla de Calais", ya podemos dormir tranquilos. Todas esas personas que hasta hace nada se hacinaban en un campamento improvisado no molestarán más. Qué corta es la memoria de los europeos y de las europeas. Pasé por allí con mi coche hace apenas un mes y medio y sentí vergüenza. No me avergoncé del sistema en abstracto como reconozco que suelo hacer otras veces. Tampoco sentí vergüenza de mis semejantes, personas como yo que eran capaces de soportar tanta injusticia sin rebelarse. Sentí vergüenza de mí mismo. En la tele una semana antes las cabeceras de los telediarios abrieron con la población de la zona bloqueando la autopista que daba acceso al puerto y demandando al gobierno que desalojase el campamento. No lo hacían por solidaridad hacia aquellas personas, simplemente querían quitarse ese "problema" de en medio. Pero eso no me preocupaba. Lo que me preocupaba era que se trataba de la misma autopista por la que la semana siguiente tenía que pasar yo y no quería problemas, ¿Acaso no pensaba lo mismo que los vecinos y vecinas de la zona? No lo sé. Si me preguntan, tan siquiera quería encontrarme con todo aquello, pero fue inevitable. Llegando a Calais, a unos kilómetros cuadrillas de personas negras comenzaban su marcha por esa autopista. ¿Refugiados? Probablemente no toda esta gente viniese de Siria o Eritrea como nos han hecho creer. La cuestión del Tercer Mundo en la actualidad es tremendamente más grave y mucho más compleja. Mi coche es modesto, pero es en esos momentos en los que te das cuenta de las diferencias que marcan tu lugar de nacimiento. Caminaban cargados y cargadas a penas con una mochila, todas sus pertenencias en esa mochila, y mi maletero estaba lleno y aun así creía que no llevaba suficientes pertenencias conmigo. Tampoco quería ver "la Jungla", para nada. Quería pasar lo antes posible y, sobretodo, que ese día no hubiera ningún problema. Pero allí estaba, una valla metálica bien alta, blanca, y con alambre de espino separaba dos mundos, dos realidades reunidas en un mismo espacio. Me recordó a las vallas de los CIEs (Centros de Internamiento para Extranjeros), ¿Por qué tenían que estar así? ¿Que habían hecho esas personas? Después me respondí a mí mismo. Esa valla estaba para protegerme a mí: ¿Acaso me iban a dejar cruzar tranquilo si no tuviesen una valla? No lo sé, puede que a mí sí, pero tampoco quería comprobarlo. No en aquel momento. Tan solo quería pasar, ¿Qué otra cosa podía hacer?

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