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Convivir entre religiones. Primera cuestión: ¿Por qué hay varias y no una?
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Convivir entre religiones. Primera cuestión: ¿Por qué hay varias y no una?

Actualizado 10/11/2016
Redacción

Convivir entre religiones. Primera cuestión: ¿Por qué hay varias y no una? | Imagen 1 El foro Iglesia Viva de Burgos ofrece mañana (10.11.16) una jornada de estudio y reflexión sobre la convivencia entre religiones.

jueves 10 de noviembre a las 19,30 en el salón del colegio la Salle bajo el título "Aprender a convivir entre religiones".

En nuestro séptimo curso de andadura, queremos seguir afrontando los distintos retos a los que nos enfrentamos como Iglesia en este mundo globalizado. Tras abordar el asunto de los jóvenes, la mujer, la ecología... vamos en esta ocasión a adentrarnos en el mundo del diálogo entre religiones. Cada vez es más frecuente en nuestros contextos laborales y vecinales encontrarnos con personas de otros signos religiosos. Es por eso que nos ha parecido conveniente cómo abordar estos encuentros desde claves evangélicas.

Y para ayudarnos en esta reflexión tenemos el lujo de contar con uno de los expertos más resonados del panorama eclesial actual: Xabier Pikaza. Él, como experto biblista y teólogo, ha estudiado a fondo el asunto y va a compartir con todos nosotros su experiencia en una charla que vamos a tener el jueves 10 de noviembre a las 19,30 en el salón del colegio la Salle bajo el título "Aprender a convivir entre religiones".

Me han encargado la ponencia y, siguiendo el esquema de alguna de mis publicaciones, y en especial de un Diccionario sobre las Tres Religiones, quiero exponer el tema desde la perspectiva de la pluralidad de religiones, poniendo de relieve la tarea de convivencia entre ella (no de la unificación de todas de una que sería mejor que las otras, o en un tipo de supra-religión híbrida, como simbiosis de todas las actuales). (cf. http://www.noticiasburgos.com/Hemeroteca2/09.11.2015)

En esa línea, quiero pasar de la convivencia a la colaboración, y de la colaboración a la comunión, desde la perspectiva de la gratuidad y el servicio a los más pobres, como verá quien siga leyendo mis aportaciones.

En esta primera postal respondo sólo a la pregunta de por qué hay varias religiones, insistiendo en algunas respuestas que se han dado o pueden darse al tema. Buen día a todos, y feliz encuentro en Burgos a los que vayamos.

1. ¿POR QUÉ HAY VARIAS RELIGIONES?

¿No sería mejor que hubiera una y que así pudiéramos unirnos por ella todos los hombres y mujeres de la tierra?

Pues bien, nosotros pensamos que es bueno que haya diversas religiones y que precisamente su diversidad resulta positiva para el mejor entendimiento entre los hombres. No es bueno que haya una única religión, entendida en sentido institucional, porque puede convertirse en dictadura y, sobre todo, porque nos impediría descubrir y valorar la trascendencia de Dios, la riqueza de la vida humana.

Convivir entre religiones. Primera cuestión: ¿Por qué hay varias y no una? | Imagen 2

El modelo de unidad religiosa que buscamos no se sitúa en la línea de un sistema unificado desde arriba, ni en el predominio de una jerarquía unitaria sobre el conjunto de los hombres, sino en la comunión y armonía de la variedad: como las partes de un organismo vivo, como los colores del espectro de la luz, como las notas de una melodía, como los dones y carismas de una comunidad viva... así son las religiones. Así se ha desplegado el ser humano, que es único en diversas razas, que establece un mismo diálogo en lenguas distintas, que tiene una cultura en muchas culturas. De un modo semejante, decimos que es bueno que haya diversas religiones, lo que no va en contra de la verdad de una religión particular, como el cristianismo, sino todo lo contrario

Nuestra respuesta no logrará convencer a todos, especialmente a los que vienen de la tradición cristiana, pero pienso que ella no es sólo la más coherente, sino la que mejor responde a la verdad interna del cristianismo (y del conjunto de las religiones). No quiero haber buscar el común denominador de todas ellas, sino al contrario: lo que tienen de más hondo y verdadero, para así dialogar entre ellas. Estoy convencido de que lo más distintivo y propio de cada religión resulta en el fondo lo más universal. No se trata de que las religiones renuncien a su identidad, sino al contrario: que busquen lo universal a través de esa misma identidad (al menos aquellas que parecen estar mejor probadas).

1. Partir de la diversidad. Tres principios

Así quiero empezar diciendo: ¡Hay muchas religiones porque las realidades importantes son múltiples, como es múltiple la vida y son distintos los colores! ¡Porque la vida es, a la vez, un conflicto y un camino de concordia! ¡Porque el mismo Dios, a quien podemos llamar la Realidad, tiene maneras diversas de expresarse! Desde esta base esbozaremos algunas unas notas teóricas sobre la diversidad de las religiones, que podrán servir de punto de partida para la reflexión y el diálogo. Más que respuestas hechas ofrecemos unos caminos, desde una perspectiva que siendo cristiana (y por serlo) está abierta a toda la riqueza de las experiencias religiosas de la humanidad.

1. Principio de Realidad:

«Hay muchas religiones porque somos ciegos y el Elefante es grande».

Reunieron una vez a siete invidentes y les encerraron en un inmenso edificio con un enorme Elefante, y les dijeron: ¡Que toque y sienta cada uno y diga qué ha tocado y qué ha sentido! Uno tocó una pata y dijo: Es una columna rugosa, como un árbol sin fin que sostiene el edificio del mundo. Otro palpó cuidadosamente la trompa y estudió sus funciones añadiendo: No, esto es una especie de conducto hueco que absorbe y expulsa el agua de la vida. El tercero metió la mano en la boca, llena de comida, y dijo: Es un abismo que todo lo devora. El cuarto se introdujo en su garganta y se sintió absorbido con el aire y digo: Es una inmensa respiración rítmica, que aspira y expira el viento infinito. El quinto fue tocando la parte inferior de su vientre y dijo: es un cielo que todo lo cubre y que así puede cobijarnos o impedirnos ascender a más altura. El sexto, en cambio, logró saltar y colocarse encima, cabalgando sobre sus lomos a gran velocidad, recorriendo en círculo la gran sala del cosmos, y dijo: es un perpetuo movimiento ¡qué hermosura! El séptimo escuchó sus grandes alaridos y se dijo: ¡Es una voz, quiere transmitirnos un mensaje que nosotros no entendemos!

Reunidos lo siete no lograban ponerse de acuerdo sobre este Elefante religioso, entendido a quien vieron como un Dios para ciegos con tacto y oído. Sus observaciones no iban descaminadas. Más aún, si estudiamos el proceso de la filosofía y de las religiones, veremos que ellas se han ido repitiendo sin cesar a lo largo de la historia del pensamiento: Dios es la columna cósmica, el despliegue de la Realidad, la meta incierta, la respiración vital, el cielo alto, el movimiento perpetuo, la voz interpelante... Todo eso y mucho más ha sido Dios (lo Divino, el Ser originario) en la experiencia de las religiones. Todo eso es bueno y verdadero, pero resulta siempre parcial, no consigue darnos la imagen del Elefante entero, es decir, del viviente divino, que así aparece como signo y realidad del Cosmos.

Eso significa que vivimos desbordados por la Realidad, simbolizada por un Elefante, que nos sorprende, desborda y sobrepasa, ofreciéndonos, al mismo tiempo, su cobijo y su impulso: bajo su cielo vivimos, sobre su espalda avanzamos, de su aliento respiramos, con su carne nos alimentamos... No tenemos distancia para mirarlo desde fuera, para abrir los ojos y verlo del todo, el conjunto de sus partes. La Realidad nos sobrepasa y, por ello, de un modo normal, después de haber sentido alguno de sus aspecto concreto, que nos llama la atención, nos aferramos y decimos: ¡Dios es esto!. Así nos compartamos como ingenuos orgullosos, como seres que se piensan capaces de dominar al Elefante.

Para conseguir lo que pretendemos, sería preciso que alguien (¿el mismo Elefante?) hiciera el milagro de abrirnos los ojos y todos los sentidos, para que lo viéramos del todo y comprendiéramos. Pero no ha existido hasta ahora, al parecer (a pesar de que algunos, a quienes podemos llamar fundamentalista, digan lo contrario), tal milagro y los hombres seguimos discutiendo sobre nuestras religiones, sobre el Elefante, sin advertir a veces que somos parte suya y sin pensar, además, que el Todo del Elefante puede ser más que la suma de sus partes.

Así somos los hombres religiosos. (1) Por un lado, somos muy pequeños: no podemos medir la realidad de Dios, el Elefante, de manera que sólo podemos tocarle, palparle, como han dicho siempre los místicos, especialistas en "toques" divinos y como supuso San Pablo, el apóstol de Jesús, dialogando con los partidarios de otras religiones en Atenas, lugar de encuentro y diálogo universal de la cultura antigua de occidente, en Hechos 17, cuando dijo que sólo le palpamos, sabiendo, sin embargo, que "en él nos movemos, existimos y somos".

(2) Por otro lado, somos muy grandes: no podemos conocer nunca del todo al Elefante, pero tenemos una forma de vencer el desconcierto y concertarnos, partiendo de esta misma experiencia: podemos confiar unos en otros, escuchando lo que decimos cada uno e intentando después colocarnos cada uno en el lugar del otro. Esto significa que el mismo Elefante (entendido de algún modo como Realidad exuberante, exceso de vida) nos invita por su enigma a compartir nuestras pequeñas verdades, para caminar de esa manera a la Verdad más honda.

Las religiones son como caminos de exploración del Elefante al que todos de algún modo admiramos. Como hemos ya indicado, desde una determinada perspectiva, somos nosotros somos ese gran ser animado, nuestra propia vida, rica y múltiple, arriesgada y sorprendente, es de algún modo ese Elefante divino, que cumple y tiene además, otras funciones: es Carne sagrada que los hombres han sacrificado y comido, es el Destino que les lleva en su gran carro, es la vida y la muerte...

La vida de los hombres concretos e incluso de los pueblos resulta corta para hacer la ronda entera del gran Elefante, pero ellos, los hombres y los pueblos, que son de alguna forma ciegos religiosos, pueden dialogar contándose unos a los otros lo que han descubierto, tocado y entre-visto cada uno, iniciando un diálogo inter-religioso. De esa forma descubren (descubrimos) lo que somos, en un camino por el que pueden transitar y transitan todos los hombres y mujeres de la tierra. En ese sentido, las religiones son (deben ser) universales desde una perspectiva dialogal.

2. Principio de revelación. «Hay muchas religiones porque la Realidad es múltiple como la luz?»

La luz parece única y blanca (incolora), pero está llena de colores y se difracta en un arco iris donde cada tono es bello no sólo en sí mismo, sino y sobre todo en la medida en que sitúa al lado de los otros. El azul sólo es azul y hermoso si tiene a su lado al violeta, y el rojo al anaranjado... La belleza de la Realidad y de las religiones sólo puede desplegarse en forma de armonía. Si un color (si una realidad) quisiera ocupar todo el espacio del espectro negaría su belleza, destruiría a los demás colores, se destruiría a sí mismo.

Una visión de este tipo se encuentra latente en muchas religiones, cuando dicen como el cristianismo que "Dios es Luz" (1 Jn 1, 5; cf. Jn 1, 4-5). Ella nos sitúa ante el símbolo de la difracción luminosa colores. Ya no aparecemos como ciegos ante un gran Elefante, sino como videntes limitados que sólo observan una gama pequeña del espectro luminoso. Hay muchos colores y todos se relacionan entre sí, sin que ninguna pueda imponerse a los demás (aunque algunos puedan ser dominantes); hay ondas y ondas, realidades y realidades más allá de los colores visibles... Y está en el fondo la Luz que es invisible, que parece que no es nada y que lo contiene todo.

La Luz es incolora, de manera que nadie puede verla de un modo inmediato (nadie puede ver a Dios y no morir, en esta forma de existencia). Y, sin embargo, ella contiene y fundamenta todos los colores que podemos (y las ondas de energía y comunicación que no podemos ver). Por eso, cuando pasa a través de un prisma o de un medio adecuado, como las gotas de agua de una tormenta, ella extiende su abanico de colores, desde el rojo hasta el violeta (pasando por el anaranjado, amarillo, verde, azul, añil...).

Son siete colores los que vemos, con sus combinaciones y matices, siete que pueden dividirse en miles de tonalidades esparcidas en la naturaleza y recreadas en la paleta de los pintores. Está, además, la gama inmensa de ondas eléctricas, magnéticas, atómicas... que no vemos y que, sin embargo, utilizamos, de manera técnica, la gama inmensa de ondas que se expande a uno y otro lado de nuestro pequeño arco iris: los infra-rojos y los ultra-violetas, desde el átomo y sus partículas, hasta las estrellas. Y está, finalmente, en el fondo sin fondo, la Luz en sí, que no se ve (y que quizá no puede verse nunca), pero que podemos comparar a lo divino.

En esa línea, las diversas religiones serían una expresión de esa riqueza de colores que brotan de la única Luz que es Dios, como han destacado a veces los dichos populares: Unos podrían acentuar el verde (¿Verde Islam?), otras quizá el rojo (como el cristianismo, vinculado a la sangre de Cristo), otros el amarillo o el azul... Pero todas las religiones saben que, en el fondo, hay algo más allá de todo los colores. En esa línea, la Biblia dice que lo primero que Dios hizo fue la Luz (cf. Gen 1, 3), para que fuera visible su realidad invisible, para que los hombres fueran descubriendo algunos reflejos de su misterio. ¿No es hermoso que la Luz única se exprese en muchos colores y matices del arco iris, todos ellos valiosos, sin que ninguno pueda excluir a los restantes, sino todo lo contrario, pues los necesita? ¿No es hermoso que los hombres podamos ayudarnos unos a los otros a ver los colores de la realidad, contando a los demás lo que vemos y dejando que ellos nos cuenten por su parte lo que han visto?

Así decimos que la Realidad (la Luz en sí, lo divino) es desconocida haciéndose cognoscible en sus Por eso, por exigencia de la misma revelación, las religiones tienen que ser múltiples, como dice para los cristianos la Carta a los Hebreos (1, 1-1). (1) Este es un signo de debilidad: ningún hombre ni pueblo tiene ojos para verlo todo, ninguno es capaz de descubrir todos los matices de la revelación de la Luz y menos de llegar a la Luz en sí, ninguno es Dios. (2) Pero, al mismo tiempo, este es un signo de riqueza: ¡Podemos ayudarnos a ver los unos a los otros!

Sería muy triste que todos descubriéramos lo mismo en las cosas que miramos. Sería horrible que sólo existiera aquello que vemos. Por eso es necesario el proceso de profundización religiosa y el diálogo entre los creyentes. En esa línea debemos recordar que las religiones no son fines, sino medios. Ellas no contienen la realidad de Dios, sino que son caminos a través de los cuales se expresa y expande su experiencia, en formas distintas y convergentes.

Entendido de esa forma, el diálogo pertenece a la misma entraña de las diversas experiencias religiosas. Por eso se ha dicho con cierta frecuencia que quien sólo conoce una religión no conoce ninguna; quien sólo ama de una forma no ama de ninguna. Por eso, el diálogo religioso constituye un ejercicio de profundización y complementación. (1)

Es ejercicio de profundización que nos invita a buscar siempre más allá, a situarnos en los límites, para buscar al oro lado aquello que no puede encontrarse, pero que siempre nos atrae, en una línea que han destacado los místicos.

(2) Este es un ejercicio de complementación, que lleva a retomar las experiencias de los otros, para así ayudarnos mutuamente a través de un camino que nos permite explorar sobre un mundo donde hay lugar y riqueza para todos.

Normalmente, en los procesos de conquista de este mundo, aquello que uno consigue podría conseguirlo otro; por eso surge a veces la más dura competencia, que nace de la envidia y del deseo de tener unos mismos bienes. Pero el despliegue y revelación de la Luz de Dios sucede todo lo contrario: ¡Debemos aprender unos de los otros, de manera que cuanto más tengan los unos más podrán tener los otros! Por eso, no podemos decir que las otras religiones son falsas y la nuestra verdadera, de manera que debemos rechazarlas, para nuestro bien, sino todo lo contrario. ¡Las demás religiones son también verdaderas y cuanto más lo sean más podrán aportar y enseñarnos, para que veamos mejor todos!

Todo celo y competencia malsana en el campo religioso, todo intento de impedir que las otras religiones se expandan y expresen sus hallazgos y experiencias, constituye un signo de falta de fe en Dios y/o de debilidad, que puede acabar siendo enfermiza y malsana. Sólo aquellos que no creen de verdad en la Luz superior, sólo aquellos que no aceptan la múltiple riqueza de la vida humana, abierta de formas distintas y convergentes a la Vida, pueden sentirse amenazados por la verdad de las otras religiones, llegando a perseguirlas a muerte.

Esto no significa que todas las religiones sean iguales, que todas sean equivalentes. No es lo mismo el viejo paganismo del Himalaya que el budismo, ni era lo mismo el judaísmo que las religiones del entorno antiguo de Palestina, ni el cristianismo es igual que las religiones autóctonas de los vascones. Pero allí donde una religión se cree superior y destruye por la fuerza a las demás se vuelve instantáneamente falsa, por más verdades y bellezas que pueda tener en teoría. Sólo es verdadera aquella religión que respeta a las demás y les ayuda a desplegarse plenamente. Sólo es verdadera aquella religión que renuncia a salvar a los demás por medio de la fuerza.

Volvamos a la imagen: el rojo es valioso en la medida en que, siendo lo que es, nos ayuda a valorar y disfrutar mejor el verde, y viceversa. Un espectro de colores donde, al fin, se impusiera uno de ellos, negando a los otros o tomándolos como inferiores, acabaría siendo un signo de muerte, lo mismo que un encefalograma plano. En el principio de la Realidad concreta de los hombres no hay un tipo de unidad o totalidad, que se impone sobre todas las restantes, sino el juego bello de los múltiples colores, que se expresan en forma de armonía. La Luz en sí, que sería el Uno entendido de manera trascendente, se encuentra siempre más allá y sólo se muestra en la múltiple riqueza de colores .

3. Principio de inspiración. «Hay muchas religiones, pero la Religión es una, un diálogo de amor».

Hay muchos valores, es decir, muchos dones o riquezas humanas, que permiten que los hombres puedan dialogar y comunicarse en amor, descubriendo de esa forma que la unidad se da en la pluralidad y no por fuera de ella o por encima. Este es un argumento que aparece en diversas religiones y que ha sido recogido de manera cristiana por San Pablo en su primera carta a los Corintios (1 Cor 12-14).

La diversidad de carismas o valores puede convertirse en principio de enfrentamiento, si es que cada uno envidia a los demás, haciendo de este mundo un campo de batalla. Pero esa diversidad puede y debe convertirse en principio de diálogo más alto. El amor exige diversidad: es bueno que haya hombres y mujeres, para así atraerse y gozarse de la diferencia, sin que unos (presumiblemente los hombres) sean superiores a los otros. Es bueno que haya hombres y mujeres con dones diferentes, para dialogar y enriquecerse entre sí. En esa línea, el ideal de la experiencia religiosa no es la uniformidad (un imperio, un mercado...), ni una jerarquía de tipo más o menos platónico, donde unos seres se sitúan por encima de los otros, sino una diversidad gozosa de colores o personas, que se relacionan en gesto de armonía, libremente, como iguales.

El pensamiento platónico, dominante en Europa, ha interpretado la unidad y la religión como jerarquía: como expresión de la superioridad sagrada de unos seres sobre otros. En esa línea se ha situado generalmente una visión imperial de la realidad, en la que Dios aparece como Señor que domina, como un jefe de ejército que vence a todos los sometidos y contrarios. En la modernidad ha tendido a imponerse la imagen del mercado, según la cual la diversidad de religiones se entiende en la línea de un contrato en el que triunfan los que más tienen y pueden. Pues bien, en contra de eso, pensamos que el cristianismo y otras grandes religiones no se pueden interpretar desde una perspectiva jerárquica, ni a modo de imperio o contrato, sino en forma de comunión de amor.

‒ La globalización del imperio marca el triunfo militar de unos sobre otros, que así quedan sometidos. Este modelo sigue estando en el fondo de muchos intentos modernos, no sólo en el campo de la política, sino incluso en el de algunas instituciones religiosas, que han querido imponer sus principios sobre todas las restantes. La verdad del imperio se expresa por la fuerza y conduce, por un lado, a la uniformidad (en la línea de los vencedores) y por otro al sometimiento (que se impone sobre los vencidos). Allí donde se vuelven aliadas del imperio (como ha podido suceder en Roma o China o en algunos momentos del cristianismo y del Islam), las religiones pierden su identidad, quedando a merced de una forma de política que acaba siendo siempre destructora.

‒ La globalización del mercado se expresa a través de una serie de transacciones económicas que parecen libres, pero que se encuentran dominadas por aquellos que tienen mercancías y medios para comprarlas y venderlas. En principio, el mercado pretende ser neutral: todos pueden venir y poner sobre la plaza sus productos, de manera que en el fondo es bueno que exista variedad de mercancías y de posibilidades... En ese sentido, se ha dicho que el mercado no es imperialista; no es de algunos jerarcas o jefes, sino de todos, de manera que en principio puede ofrecer unas oportunidades semejantes a los diferentes pueblos y grupos de la tierra. Pues bien, este esquema del mercado, unido al capitalismo, aún teniendo sus valores, está llevando al sometimiento y esclavitud de gran parte de la población mundial.

‒ La unidad de las religiones se sitúa en el campo del mundo de la vida, y se expresa en forma de experiencia compartida de vida. El mercado no regala nada, todo lo compra y vende, desde la bomba atómica hasta la vida humana, desde la tierra hasta los animales; en ese plano domina el talión, un tipo de ley que mantiene a todos sometidos. Por el contrario, las religiones no compran ni venden nada, sino que buscan y comparten el regalo de la vida. Una humanidad que se unificara militarmente como imperio y económicamente como mercado perdería el gozo de la vida y terminaría volviéndose causa de locura o destrucción para la mayoría de los hombres y mujeres. Desde ese fondo queremos distinguir la universalidad o globalización actual del mercado (en línea capitalista) y la apertura universal de las religiones. Como he dicho en la parte anterior, al tratar del cristianismo, entendida en sentido radical, la religión se define y despliega en forma de comunicación sin más, es decir como experiencia de comunión de vida.

Sin duda, a diferencia de la comida o el sueño, la reproducción biológica y la protección frente a los riesgos de la naturaleza, la religión no es necesaria para que los hombres vivan materialmente. Pero ella es conveniente e incluso necesaria en otro plano, pues "los hombres no viven sólo de pan, sino de toda Palabra que brota de la boca de Dios" (cf. Mt 4, 4).

Las religiones abren para los hombres unos espacios y caminos de gratuidad, precisamente allí donde la vida desborda el nivel del imperio y del mercado, de la imposición y del sistema. En ellas se expresa la experiencia de la Luz que se despliega en múltiples colores; en ellas resuena la Palabra de Dios que está más del pan material... Quizá pudiera seguir diciendo en esa línea que tampoco los hombres no son necesarios para el mundo. Ellos pueden acabar y este planeta seguirá desarrollando otras formas de vida por siglos y siglos, hasta que se consuman sus posibilidades y se queme de algún modo para siempre. Los hombres no son necesarios tampoco en línea de imperio y mercado, pues imperio y mercado podrían mantenerse con artefactos mecánicos, sin verdadera libertad (identidad) humana.

Cósmicamente hablando, las religiones no son necesarios, pero tienen una importancia suprema, en línea de apertura al misterio divino (de interioridad) y de comunicación personal. Por eso hemos dicho que los hombres no pueden vivir sólo de pan, de imperio y mercado..., por más que en el super- o hiper-mercado se vendan mercancías preciosas para aquellos que pueden pagarlas (mercancías que causan envidia y que enfrentan a unos con otros, llevando a la muerte a los más pobres). Pues bien, por encima de aquello que se paga y tiene precio viene a expresarse el gozo de la religión, como descubrimiento y despliegue gratuito de la vida que se da y comparte.

Desde ese fondo se plantea el tema de la Palabra de Dios, que es una en su origen, como saben las grandes religiones, pero que se expresa, de un modo concreto, en múltiples palabras de diálogo afectivo, esperanzado, es decir, de presencia de vida, de los hombres. Esto es la religión. La hemos visto desde la perspectiva de la Realidad (el Elefante), la revelación (Luz y colores). Ahora ella viene a presentarse como Espíritu compartido, como Aliento de vida divina que nos llena y configura, que nos enriquece y nos impulsa, capacitándonos para buscar y dialogar unidos. En este contexto podemos hablar de con-inspiración (conspiración o inspiración común) .

Volvemos así a la imagen de la Luz, que se difractaba en los colores del arco iris visible e invisible. Pues bien, esos colores pueden entenderse como inspiraciones del Espíritu de Dios (en la línea de 1 Cor 12-14). Las diversas religiones conspiran: ellas reciben y expresan inspiraciones superiores, que no se excluyen, sino todo lo contrario: que deben colaborar para enriquecerse mutuamente. En esa línea, por encima del imperio y el mercado, podemos y debemos situar ahora la entrega y generosidad de las religiones. No es bueno que haya un imperio único, ni un mercado que se cierra en sí mismo, sino múltiples "espíritus", riquezas y valores que se enriquecen mutuamente. Es conveniente que existan carismas distintos, inspiraciones diversas, religiones múltiples, pero no en forma de lucha por el triunfo propio, sino de enriquecimiento mutuo: las diversas religiones y carismas no sólo deben admitirse entre sí, sino que han de "conspiren" para bien de todas (es decir, de la humanidad). Por eso, para estar más cerca de la Verdad, cada religión, tiene que procurar el bien de las otras religiones más que el suyo propio, como indicaba San Pablo en 1 Cor 12-14.

En este sentido, las muchas religiones se convierten en una única Religión, pues todas ellas se vinculan a través de su generosidad. El imperio tiende a ser único (un único ejército, dominando en todo el mundo), lo mismo que tiende a ser único el mercado (como de algún modo parece ya darse en el mundo). Pero imperio y mercado son únicos por imposición, de un modo monolítico, haciendo del hombre un sujeto sometido a la fuerza (imperio) y un objeto (en medio de todos los restantes objetos). En contra de eso, las religiones pueden y deben abrirse y abrir a los hombres hacia un tipo de unidad de comunión en la diversidad, una unidad que se expresa en el descubrimiento y búsqueda compartida del misterio y en el diálogo mutuo a partir de ese mismo misterio.

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