Un árbol en el camino, y el paisaje se transfigura de súbito: se hace menos hosco, se torna un poco hogar, sombra y arrimo, se humaniza. Un árbol en medio de la llanura es como una mano o un plegaria, entre la tierra y el vasto cielo se abre un lenguaje, se levanta un signo de escritura. Escritura que se adensa solemne y misteriosa en el bosque, donde como dice María Zambrano "los colores sombríos aparecen como privilegiados lugares de la luz que en ellos se recoge, adentrándose para luego mostrarse junto con el fuego en la rama dorada que se tiende a la divinidad que ha huido o que no ha llegado todavía"
El árbol, que desde la raíz oculta horada la tierra y vertebra el espacio en ese impulso de luz y altura que es el tronco, para desplegar luego su fronda hacia el cielo, es una metáfora perfecta del destino del hombre, del impulso de trascendencia de éste. Quizá por eso las cosmogonías, desde antiguo, han vinculado al árbol los grandes acontecimientos humanos en su significación sagrada.
El árbol de la vida y de la ciencia es, tal vez, en sí mismo ciencia y vida... Los árboles hablan de lo trascendente y de lo errátil del hombre, de sus extravíos y de sus heridas, de sus esperanzas y sus impaciencias. A veces levantando de su lecho de despojo y olvido muchos árboles caídos y puestos de nuevo en pie, el hombre de otros tiempos ha enderezado sus troncos y los ha ensamblado ritualmente en torno a la luz, en forma de templos, de esculturas, de cabañas. Del árbol surge la magia y la leyenda, pero también el temblor sagrado que nos lleva a recapacitar sobre lo que está pasando en la relación del hombre con la Naturaleza, donde el hombre se juega su propio ser y el futuro de la especie.
La ecología debiera ser más que una moda, e invitarnos a arraigarnos más hondo que los mensajes de los carteles publicitarios. La conciencia del medio ambiente del hombre del siglo XXI, urgida por poetas y artistas, más que por los tecnócratas y los políticos, se halla ante una verdadera encrucijada, que nos recuerda la palabra de la profecía: "hoy pongo ante ti la vida y la muerte, elige la vida y viviréis tú y tus descendientes..."
Con los hombres de buena voluntad, que aúnan la sed de su sangre con la savia muda que en el árbol se levanta hacia el cielo, cabe recordar las palabras de Saint-Exupéry: "Si de estas ramas que se devoran entre sí, hago un árbol animado por un alma única, entonces esta rama crecerá con la prosperidad de la otra rama y todo el árbol no será más que colaboración maravillosa y eclosión hacia el sol". Así resuena, mientras camino por el bosque, el crujir del otoño...
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