Trump y la precuela

A raíz de la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos, un asesor del Partido Demócrata derrotado, Juan Verde, ha declarado a un periódico español: "Lo que ha pasado en EE. UU. con el fenómeno Trump, Podemos aquí, Le Pen en Francia, incluso en Grecia, es todo muy similar: una señal inequívoca que la forma tradicional de hacer política ha muerto".

¿Ahora se enteran? No es que la organización partidista tradicional haya muerto, es que en algunos lugares ha quedado momificada y en otros se mueve como zombie.

En un artículo publicado el 26 de abril de 1990 en La Gaceta, titulado "Aún queda mucho político fósil", señalé "síntomas de que el verdadero cambio no va en la dirección de los solemnes enunciados ideológicos del liberalismo ni del socialismo. Entre tales síntomas, el más reciente es el del reiterado fracaso de los programas y las figuras políticas 'tradicionales'. Y eso ocurre tanto en el Este como en el Oeste. [...] Artistas, profesores de Universidad, intelectuales y hasta amas de casa no comprometidos con las grandes internacionales ideológicas y cuya actividad política ha sido las más de las veces de resistencia, acceden al primer plano de responsabilidad en sus respectivos países".

Vale, no soy nadie, es probable que la prensa local de Salamanca no llegue a las mesas de los analistas políticos internacionales y además el asesor de Hillary Clinton todavía era un crío cuando publiqué tales apreciaciones; pero también lo advirtieron otros con más renombre. Veamos un muestrario de opiniones en la misma línea sin salir de aquel lustro: Eduardo Punset, cuatro meses más tarde (20 de agosto de 1992) en El País: "Los partidos del futuro no podrán dictar las ideas [...] el mundo se enfrenta al siglo XXI con estructuras del siglo XIX". También en El País, el profesor Antonio Elorza el 20 de julio de 1992: "La distancia entre representantes y representados en las sociedades democráticas cada vez es mayor". Su colega de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el mismo artículo: "hay un caldo de cultivo para que emerjan personajes o movimientos fundados en el rechazo de la clase política y la exaltación del populismo". El jurista republicano español Antonio García-Trevijano, el 17 de mayo de 1993: "La representación política de los ciudadanos, que ayer fue la base efectiva del Estado parlamentario, es hoy una absoluta ficción". El entonces magistrado de la Audiencia Nacional Ventura Pérez Mariño, tras una conferencia impartida en Salamanca el 13 de marzo de 1995: "Los políticos ya no representan a los ciudadanos".

El fenómeno Trump no sólo era previsible sino que tuvo una precuela en las elecciones estadounidenses de 1992: la irrupción del multimillonario tejano Ross Perot como tercer candidato entre el republicano Bush y ?¡oh, coincidencia!? el demócrata Clinton.

¿Los que votan populismo se sienten bien representados por personajes como Donald Trump o Pablo Iglesias, o sea, por un multimillonario con espíritu del Séptimo de Caballería y un pijoprogre comunista con ideas rancias guerracivilistas? ¿Los que todavían conservan la facultad de elaborar las leyes son conscientes del peligro de recaer en dogmatismos populistas y populacheros, es decir, en el remake de la ruina, la violencia y la pérdida de libertades?

Aquel artículo de hace más de un cuarto de siglo lo terminé así: "Elegimos a nuestros representantes para que procuren que se universalicen las condiciones dignas de vida en las ciudades y en los últimos rincones de la sierra. Hay quien todavía no se ha enterado de que el Parlamento, la mesa del Consejo de ministros y los despachos oficiales están para hacer posibles tales condiciones y para que cada vez dispongamos de más árboles, más duchas y más libros. No para propalar dogmas decimonónicos".