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Cuando la verdad no importa
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Cuando la verdad no importa

Actualizado 05/11/2016
Alberto D.

Con este título a toda portada se abría Ideas, el suplemento de El País, el 16 de octubre pasado. Las páginas interiores intentaban demostrarlo, al menos en el mundo de las finanzas y de la política a manos del populismo y de Internet, argumentaban. Cada cosa se tuitea, se retuitea y los comentadores de radio y televisión lo comentan, los tertulianos le sacan punta y los columnistas le dan la vuelta. Al final, si es que hubo algo en su origen, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia o descuido. Y voy a tirar de este hilo casi espontáneamente?

Hoy, y es algo que nos distingue de otras épocas, esa operación de sustituir la verdad por la mentira se hace a la luz del día, sin pretensión alguna de que una pase por la otra y engañe al incauto. No, se hace sin pudor, se dice la mentira y ya está, sin tapujos ni trampantojos ni simulaciones. Y funciona porque esa pieza forma parte del juego normal del sistema. Antes se disimulaba la mentira y se revestía de verdad para ver si así colaba, había un trabajo complementario para completar la impostura. Ahora no, se instala lo falso en el hueco de lo verdadero y encaja, no hay problema, porque esa pieza está prevista. La delgada línea roja que separa la mentira de la verdad es cada vez más fina y apenas si se distingue. Y ahí es donde entra esa afición innata que el ser humano tiene desde siempre a ese funambulismo ligeramente audaz de andar en la cuerda floja sobre el vacío de la mentira.

Ya no vale la vieja parábola: Un día la verdad y la mentira se fueron a bañar juntas. En un momento dado la mentira aparentando estar cansada salió antes del agua, se puso a toda prisa las ropas de la verdad y se fue. Cuando la verdad salió del agua tuvo que ponerse las ropas de la mentira para poder volver a la ciudad. Y desde entonces andan con las ropas cambiadas y pocos lo notan.

Pero ya ni eso. Hace tiempo que no se distinguen y sólo los iniciados son capaces de notar las diferencias. Pero esa capacidad es irrelevante y en realidad hoy ya no cotiza como valor añadido.

Por otro lado es más fácil creer en una falsedad atractiva y desenvuelta que en una verdad de rasgos serios y comprometedores. Esto es sabido y desde siempre ha sido explotado como medio de captación. Nos seduce la mentira retocada y compuesta, nos hemos acostumbrado tanto a ella, que ya la misma verdad nos parece una auténtica falacia. Y así nos va. La mentira es un instrumento increíblemente eficaz y versátil, la verdad tiene por definición menos cintura, menos afeites y menores capacidades de atracción.

Es obvio que una de las mayores amenazas que Europa sufre en nuestros días es el ascenso de la mentira populista, en cualquiera de sus versiones, que ofrece soluciones simples a problemas complejos como la inmigración, la recesión económica, el paro o la globalización de la economía. Y en la otra ladera la mentira capitalista, sea cual sea el modelo, que propala la fábula de que no hay para todos y de que cada palo tiene que aguantar su vela. Y entre una y otra quedan las verdades de la justicia real que a ninguno de los dos lados le interesa.

La mentira suele ser rentable a corto plazo, pero genera efectos devastadores en plazos largos. Los auténticos líderes políticos son los que dicen lo que nadie quiere escuchar y los que anteponen la verdad a sus intereses más inmediatos. Esto es también aplicable a la prensa, cuyo reto es hoy hacer un periodismo de calidad sin concesiones a la demagogia y con la voluntad de contar los hechos, aunque ello moleste a los poderosos o a los lectores. Pero no es frecuente esto ni en los políticos ni en los medios de comunicación; y en ambos casos cuanto más se sube de nivel, menos veracidad y más verdades a medias y más mediatizadas, nunca mejor dicho.

A decir verdad hoy, quizás por la dificultad de estar bien informado precisamente por la abundancia de información contradictoria, es muy frecuente y a todos los niveles que alguien emita una afirmación falsa creyendo honradamente que es verdadera; en ese caso es un error, no una mentira, porque ésta se opone a veracidad ?decir lo que se piensa- no a verdad ?lo que realmente es o sucede-, que son dos realidades muy diferentes y en muchos casos no coinciden.

Sin olvidar que hay "mentiras", desde los símbolos hasta las obras de arte, que son aceptadas como medio de conocimiento y como paso hacia una verdad que es lo que realmente se significa. Picasso escribió que "el arte es una mentira, pero una mentira a través de la cual podemos descubrir la verdad, al menos la verdad que nos es posible comprender". La metáfora no es, en principio, una mentira ni el Guernica ni una bandera ondeando en un estadio.

Y queda siempre la pregunta del millón, aquella frase displicente y escéptica del gobernador Pilato, "Y qué es la verdad?", aunque su interlocutor planteaba algo mucho más profundo. Y de hecho antes y después la humanidad ha hecho cien caminos para buscarla, colocada ya por Platón en lo más alto del pódium de los dioses y de los hombres junto a la Belleza y la Bondad. Y aun el último que pasó por la esquina se pregunta hoy, de muy diversas formas, por la verdad de las cosas.

Y ahí seguimos, casi sin pasar de las preguntas. Y me distrae de lo que escribo aquello de Sócrates de "llegar a la verdad más allá de mis opiniones". Quién pudiera?

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