Soñar de niños, trasnochar de jóvenes, anhelar de adultos, olvidar de viejos. Quizá la vida pueda resumirse en este puñado de palabras que hace apenas dos segundos usted ha leído de corrido, sin esperanza, como se consume en nuestros días el tiempo mismo. Lo mejor de todo es que casi nunca somos conscientes de ello, pues siempre hay un papel que rellenar, un jersey que remedar o una cita a la que acudir. Una de ellas, precisamente, es la que le que otorgará y robará el sentido a esta columna: la NBA.
La pasada madrugada del martes al miércoles, fecha cierta y conocida por todos, dio inicio la mejor competición de baloncesto del mundo. En ella, treinta franquicias pelearán por el anillo de campeón siendo conscientes de que, a pesar de que la proporción juega en su contra, hay tarta para todos: derechos de televisión, venta de todo tipo de productos imaginables, comida basura, apuestas,? Todo un negocio alrededor de un juego que naciera en un centro de la YMCA en Springfield, Massachusetts, en el otoño de hace 125 años con pretensiones mucho más modestas: que jóvenes poco motivados hacia la práctica deportiva pudieran mover sus carnes al compás de una pelota y en un campo contenido entre dos cestas de melocotones enfrentadas.
El juego caló muy pronto en los institutos de la región, y poco a poco en los de todo el país. Y después en torno a las bases militares estadounidenses repartidas por el mundo. Y más tarde también en los países de la órbita comunista, guiados por la tradicional competencia que igual se dirimía en el ámbito nuclear, que sobre un tablero de ajedrez o una pista de baloncesto. Y llegó la prensa, con sus anuncios. Y la radio, con los suyos, aún más divertidos y eficaces. Y después la tele, con su capacidad para hipnotizar conciencias. Y después la red, con su natural disposición a conectar hogares. Y esto fue creciendo, y del juego sin importancia tenemos ahora esta mutación que bueno, sigue siendo divertida.
Pero que ya no se parece en nada a lo que soñábamos de niños, guiados por los pocos datos que obteníamos de las revistas especializadas, ligando a discreción nombres propios con biografías imaginadas. Ni siquiera a lo que vivimos en las noches de juventud, al llegar de fiesta o manteniéndonos despiertos esperando ver a los mejores jugadores del mundo desplegar un talento que nos había sido vedado. Y ahora como adultos anhelamos que vuelvan aquellos tiempos, que si no fueron mejores al menos lo parecieron, y que se restituya en nosotros ese entusiasmo infantil de quien se inventa un mundo mejor de lo que es, o esa ingenuidad juvenil de quien lo ensalza e idolatra todo. Todo lo que la memoria irá conduciendo al olvido, por mucho que la NBA trate de fidelizar a sus ancianos, con ofertas navideñas de tres partidos por 19 dólares de los Celtics del 86, de los Bulls del 91 o de los Lakers de 2002. I love this game!
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