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Reseña de ‘La metáfora del corazón’, por Enrique Viloria Vera
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LITERATURA

Reseña de ‘La metáfora del corazón’, por Enrique Viloria Vera

Actualizado 25/10/2016
Redacción

III Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador y presentado durante el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos

COMO EN BOTICA (POR ENRIQUE VILORIA VERA)

Reseña de 'La metáfora del corazón', III Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador y presentado durante el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos

José Pulido Navas: Los tiempos del Tiempo

Me levanto muy temprano.

Corro al autobús, tomo el tren, el avión,

busco atajos para ganarle tiempo

al tiempo que me ignora y me condena

a descender por un río

cuyas aguas no sacian mi sed.

Yo no me detengo en las cosas

ni poseo su corazón: las dejo atrás

mientras mi sombra resbala en las paredes

para buscar sin tardanza lo inmediato.

Cuanto más lo apuro, cabe menos vida

en un tiempo incapaz de iluminar

la accidentada geografía del instante

y recoger sus frutos.

José Pulido Navas

El poeta Pulido Navas acaba de obtener en Salamanca el III Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador por su poemario La Metáfora del corazón (Ediciones Diputación de Salamanca, 2016, con ilustración de portada de Miguel Elías y prólogo de Carlos Aganzo), verdadero compendio de tiempos desiguales, disparejos, accidentados, tiempo que es a la vez un solo tiempo y muchos tiempos, y hasta ? paradójicamente ? tiempo ? espacio.

El escritor se sabe temporal y temporario en ese cotidiano menester que denominamos vida, existencia, en fin, tiempo encarnado para que la finitud finalmente venza, a pesar de los anhelos de eternidad y trascendencia del existente; expresa Pulido: "Acepté la herida del instante y su belleza, / los preceptos del recuerdo. /Escritos en cada cicatriz / los manuales del superviviente, / el lento aprendizaje del olvido, / la llama que enciende el tiempo / como leña en el hogar de la memoria".

Tiempo contradictorio que el poeta experimenta en carne y versos desollados que dejan a la intemperie una existencia anhelante de continuidad, en permanente lucha contra el implacable olvido. Pulido es consciente de la dualidad que acompaña al hombre en su fugaz tránsito por los predios de un tiempo despiadado y nada complaciente, sin miedos ni remilgos asienta: "Le fue entregado el tiempo / y todo lo que aspiró a la vida / recibió el salario de la muerte. / Descubrió la pérdida en su plenitud / y fue su más preciada posesión, / la única que pudo retener / entre todas las que, al cumplirse, / le fueron por la vida arrebatadas. / En lo secreto de su corazón siente, vacío, / el agujero de gusano donde la nada espera".

Muchos tiempos integran el tiempo del poeta, los hay tiernos y amorosos humedecidos por la saliva del beso apasionado, "desconcertante batalla librada en el placer/ de los cuerpos que se encuentran"; otros son fríos y en la nieve eterna de las escarpadas montañas de Pulido ameritan de cálido abrigo y protectora bufanda: "El frío despliega el plumaje de la nieve. / Su silencioso canto cubre la osamenta / de los árboles desnudos, / la fatiga de los viejos edificios /adormece entre sus sábanas el musgo de la tarde / bajo la nana de un cielo de metal". Hay también tiempos danzantes, solazados en el ritmo y el compás de una música que sólo el rapsoda escucha. El escritor sabe que el tiempo puede ser inamovible, hierático, inexpresivo, como una estatua de gastado bronce enervada de ser vista y fotografiada, así asevera contundentemente: "En la estatua del parque se demora, / inquietante, un suceso no acabado; / el dolor del titán encadenado / a las puertas del tiempo, que lo ignora".

En su Eclesiastés literario, Pulido sabe, conoce, afirma, que hay un tiempo para cada circunstancia, que escribir no es un acto uniforme e indiferenciado, hay entonces, dice el poeta, un tiempo especifico para la poesía y otro para la narrativa. El poeta se ensancha y asienta que en su intransferible quehacer, el narrador garabatea de particular manera: "Tiendes una red invisible de palabras / para atrapar las aves más pequeñas / del sentido, su diminuto polen. / Mueves un alado engranaje, / haces brillar en la noche mecanismos /que disuelven la solidez de la experiencia / y cumplen el deseo más humano: / recuperar lo perdido, la maravilla / de una gota donde cabe todo el mar. / Del personaje al nombre que lo busca / aspiras a la comprensión del agua, / donde las cosas se miran y saben / que en su esplendor comienza el olvido".

En lo que concierne al tiempo de la poesía, el genuino y experimentado bardo es también cabal en su apreciación diferenciadora, y ? mestizo - se sitúa a uno y otro lado de un Atlántico poético: "Jorge Manrique y Nezahualcoyotl; el noble de Castilla y el señor de Tezcoco: / Caudillos de hombres en la guerra, solitarios en el combate del silencio y la palabra, se asoman desde un lado y otro del espejo a la pregunta interminable del mar. // Cuando Manrique avisa de la brevedad de la existencia y la vanidad de las glorias de este mundo en versos de sonora enjundia castellana, / el azteca le responde con la frondosa sonoridad del náhuatl que somos tan solo un instante. / Su esplendor, como la pluma esmeralda del quetzal, está condenado a perderse. // Saben que la aventura solo vuelve a serlo en las palabras que la cuentan, la distancia en el retorno del viajero, la plegaria en la sangre que al héroe levantó de entre su pueblo, el deseo con el amor se manifiesta. Pero no muere con él. /Más allá del tiempo y la distancia, sobre un abismo nunca atravesado, en el corazón de su lengua, dialogan los poetas sobre el mismo dolor, la misma herida, la lucidez sin descanso de ser hombre. / Unidos en la más honda hermandad, en una misma y nostálgica mirada ante la muerte".

El polisémico tiempo de Pulido es ciertamente nocturno, lo iluminan lunas propiciatorias, cada una orgullosa de su particular refulgencia. En consecuencia, el poeta convoca a diferentes lunas para que esplendan sus versos a fin de que no perduren ocultos, ignorados, en la espantosa oscuridad de carpetas y portafolios. Presentes están, los astros convocados por el poeta: la luna de la nostalgia, la dormida, la del presentimiento, la de la Sibila y la de la coincidencia, la del sueño también se hace evidente, sin que falte, por supuesto, la luna llena que todo lo alumbra en su intenso fulgor. Personalizado, enlunado, el poeta versifica: "El Hombre de la Luna se convierte / en liebre, en rana, en caballo?Distinta / es su forma cada vez que lo miras, / caprichoso escultor de la sombra. // El Hombre de la Luna lleva a la espalda / un gran saco cargado de sueños / y en ellos concede el deseo y la duda, / la visión del espectro, / su escalofrío como un licor de escarcha. // El Hombre de la Luna atraviesa el espejo, / pasa de la adivinanza al destino, / del filtro de amor a la pesadilla; / despierta en la pasión de la estrella / la lujuria de una eterna mudanza / un sueño que al cumplirse nos transforma / para morir con él".

El poeta se despoja de prejuicios y secretos, magnánimo desvela la íntima metáfora que durante mucho tiempo de sus particulares y diferenciados tiempos fue pergeñando, concretando, puliendo y acicalando, para que - finalmente - le dieran título a un denso y sentido poemario, acreedor por destacado mérito del importante premio salmantino que honra la obra y trayectoria de la Concejala por antonomasia de la cultura en la ciudad de los saberes. Leamos la confidencia de Pulido Navas:

Metáfora del tiempo, el corazón

encarna su fluir en el latido,

vivo reloj que en las flores de la sangre

deshoja los segundos

con lentitud, con suma urgencia.

Su emoción es la única medida.

Escrito en la piel un memorial de cicatrices,

guarda para sí la que más duele,

cuya íntima verdad solo a él le importa.

Es el templo en cada hombre levantado

con la arena de la eternidad,

el escenario para un solo actor

que dice ante el espejo su tragedia

en un monólogo de muchas voces.

Pozo sin fondo el corazón, el tiempo

en él quedó atrapado,

es la balanza con la que pesa la vida,

el reloj que la mide, la lente que la observa

y embellece el instante bajo la lupa de su luz,

llora su ausencia en el ciego apetito del presente.

Metáfora del corazón, el tiempo

extiende sus alas por mi carne,

encuentra a la existencia su sentido,

aprende a amarla mientras él se va

y no puede retenerla.

Gasta el corazón su tiempo, no le importa

su espada de un cabello suspendida,

su flecha sobre el arco, a punto de partir.

Puñado de monedas que lleva en el bolsillo

y paga el primer café de la mañana,

el autobús cogido en el último momento,

la llamada que nunca recibiste.

Instantes que son vida, que hieren cuando pasan

y dejan en el corazón su huella, su música,

su olvido.

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