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Nos morimos de risa, ¡qué pena!
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Nos morimos de risa, ¡qué pena!

Actualizado 24/10/2016
Sagrario Rollán

"Un mundo feliz no era que estaban riendo en lugar de pensar, sino que no sabían de que se reían y habían dejado de pensar" Neil Postman, Divertirse hasta morir

De modo que sí, nos morimos de risa, las cosas más graves se han tornado banal espectáculo, y frente a la pantalla del televisor, la tableta, el ordenador, o el móvil cualquier noticia o acontecimiento se convierten en motivo de diversión.

Gracias a la televisión primero y a internet después, la cultura de la diversión ha sobrepasado con mucho cualquier otra deriva de nuestra cultura: la cultura de la corrupción, la cultura del devaneo político, la cultura del populismo, la del asalto al poder, la del pelotazo, o simplemente la de conformidad y resignación con la crisis.

Nos morimos de risa y bailamos el agua o inventamos un "meme", para aquella sonrisa catatónica de cualquier representante político, en una cumbre de la más alta importancia o de la máxima emergencia...

Muchas veces ante las noticias de este tipo -apretón de manos y reiterada sonrisa- en los últimos tiempos, me preguntaba delante del televisor, pero ¿de que se ríen?

No soy extraterrestre, la pregunta ya estaba hecha y la reflexión también... La he analizado con gran interés leyendo un libro, ya antiguo, pero cuya fecha de publicación es paradigmática : Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business, (1984) "Divertirse hasta morir", del sociólogo de la comunicación Neil Postmann. ¿Recuerdan el título de Orwel, 1984 (publicado en 1949), o su Gran Hermano, predecesor del actual reality show?

Según el autor de "Divertirse hasta morir" es más plausible el fin de nuestras libertades por la vía del contento, la diversión y entretenimiento, como preconizara A. Huxley, en "Un mundo feliz", que la dictadura del Gran Hermano (Orwel) que todo lo espía. De hecho, ¿no se ha convertido el ojo que todo lo ve en un espectáculo?

No es desde fuera, sino desde dentro como se controlará y de hecho se controla al ciudadano de las sociedades ¿democráticas y libres? en la era de la comunicación global. Como todos los visionarios N. Postman se adelanta a su tiempo, aunque su muerte temprana no le permitiera conocer y analizar el impacto en nuestras mentes ilustradas de las nuevas tecnologías digitales.

El discurso televisivo, que suplantó a la tipografía, trasladando cualquier información o propaganda, hizo de la política, de la religión o la educación un gran espectáculo, empezó fragmentando y luego pulverizando nuestras ideas. Polvo de estrellas, divertidos meteoritos, pequeñas noticias efímeras, chistes, bromas, algo vistoso, chillón, atractivo y bien aderezado con alguna música que lo haga más y más intrascendente, bien caricaturizado, igual que se escenifica la publicidad o un programa de variedades. Claro que ser feliz cuesta muy poco.

La cultura del entretenimiento multiplica al infinito la información, sin ningún contexto de comprensión, la mayor tragedia diluida en la pantalla pasa a formar parte del ornato de nuestra cocina o nuestro salón, del horario habitual de lo doméstico, de modo que desde el hogar la sociedad se dirige dócil y risueña , entre platos precocinados y refrescos a la estupidez colectiva, al matadero de la mente y la razón.

Cualquier mundo, un mundo, nuestro mundo "al igual que un juego infantil es totalmente independiente e indefinidamente entretenido"

No es necesario manipular, ni engañar, ni ocultar información, como en la distopía de Orwel. Basta, esa es la tesis de Postman, con entretener y narcotizar por medio de la desviación tecnológica.

En la sucesión de incoherencia, insustancialidad y discontinuidad que invade nuestras pantallas no hay nada que argumentar ni debatir. No hay cerebro que sustente ningún discurso, la tecnología es el medio y la metáfora. "La censura no es necesaria, cuando el discurso político toma la forma de una broma", o de un "meme" bien zapeado y distorsionado o contorsionado.

Nos morimos de risa, ¡qué pena!

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