Son muchos los detalles que configuran el espíritu de una época. Las inquietudes de las personas cambian con arreglo a los tiempos, y buena parte de los cambios que se producen tienen consecuencias negativas en las generaciones siguientes.
Algo de lo que apunto, ocurre en nuestro tiempo. La especulación económica y la falta de ideales, nos hace creer que la felicidad solo se alcanza a través del dinero. Grave problema el de nuestra sociedad, que ha convertido a la riqueza en baluarte de la felicidad.
La urgencia con que vivimos, nos impide mirar a los lados. Perdemos lo mejor cuando solo miramos al frente. Pues, de frente, tenemos un horizonte que se contrae permanentemente; nunca lo llegamos a alcanzar. No se trata de correr, sino de vivir, porque la vida es andar el camino y, en función de la prisa con que lo salvemos, serán nuestros momentos.
Las formas que hoy tenemos de comunicarnos excluyen los gestos, las miradas, y todo aquello que implica proximidad a los demás. Hemos olvidado que somos gregarios; que necesitamos la cercanía de los otros para consolidarnos como personas. Nos conviene mirar al pasado para recuperar algunas referencias.
Nuestro tiempo no es pródigo en grandes pensadores. A casi nadie le interesa la filosofía. Conocer la verdad no es rentable. Pues, vivimos en un mundo de engaños; la falta de lealtad es evidente en nuestras relaciones con los demás. El interés adultera los afectos, y la codicia fija el precio de las cosas.
Nuestras discrepancias y rebeldías nos llevan a la segregación. A diario escuchamos críticas exacerbadas en tertulias interminables sobre temas irrelevantes. El atropello es una constante en esos foros.
No se trata de ser originales en la exposición de los temas para ganar el reconocimiento de los demás. Sería más rentable aplicar el tiempo en descubrir nuevas ideas para conducir la vida social por mejores derroteros. Estamos sobrados de críticas destructivas; hay que ponerse a pensar en algo de provecho.
Echo en falta el trabajo de sociólogos e investigadores, que marquen nuevas vías para mejorar la convivencia. La ineficacia de la política, y el aplastante peso de los mercados, deja fuera de lugar a quienes, con espíritu crítico, tendrían que mostrar otras opciones para sacarnos del callejón donde nos hemos metido.
Creo que nos olvidamos de vivir. Algo tan simple como pasear solos, respirar a fondo, y vaciar nuestra mente de números y proyectos, es un ejercicio harto difícil de realizar.
Si no somos capaces de apreciar el valor en lo más sencillo, tampoco reconoceremos los límites de nuestras arriesgadas empresas aunque, para consolidarlas, tengamos que aplastar a los demás.
Pero, decir que hoy no existen grandes pensadores, no es del todo cierto. Mentes capaces y brillantes no faltan en cada momento de la historia. Pero hoy, a diferencia de ayer, se excluye la parte espiritual del ser humano. En nuestro tiempo, se trata de conseguir el dominio total sobre las cosas y, a partir de ellas, alargar la vida, aunque sea en condiciones precarias.
Si la razón no es suficiente para sacarnos del error y, además, perdemos la fe en los valores que, en otro tiempo, defendió la humanidad ¿en qué tendríamos que apoyarnos para no caer en el escepticismo?
Acaso tengamos que mirar hacia atrás, y rescatar el espíritu de otra época, para emprender el camino donde ellos lo dejaron.
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