Hoy me he levantado con nostalgia de uno de aquellos cacharros que me acompañaban siempre durante mi adolescencia. El antiquísimo Walkman. Aquel reproductor de cintas con unos auriculares de diadema. Anda que no me pegó mi hermana porque me hablaba y no la oía.
Por aquella época la única manera de tener música era comprarte una cinta o que alguien te dejara una para poder hacerte una copia grabándola en un cassette de doble pletina.
Para nosotros era lo normal, pero aquello era enorme, y andar por la calle con eso colgado de la cintura del pantalón no era nada cómodo, ni estético, además las pilas duraban muy poco y siempre escuchabas el zumbido que hacía el motor y que con el tiempo solía ir a más.
¡Qué locura! Pero era la única manera que teníamos de salir de casa con algo de música y poder escucharla tranquilos y lejos de las influencias anti-musicales de los demás.
Aquello dio paso al Discman, (aunque conozco gente que utilizó como sustituto el Minidisc), eso ya era evolución. A pesar de no existir el formato .mp3, te llevabas un disco dentro del reproductor en la mochila y si se movía mucho no lo oías porque se saltaba constantemente a pesar de tener un sistema de cuenta atrás que lo estabilizaba.
Desde luego, ahora con los reproductores Mp3 y sobre todo con los dispositivos móviles nos hemos quitado un peso innecesario y tenemos la posibilidad de llevar mucha más música para escuchar, dicen que en la variedad está el gusto, bueno, pues algunos ni con esas.
Sin embargo creo que por otro lado se ha perdido la relación humana que teníamos de prestar la música, de servir de influencer para tus amigos o vecinos y de valorar la música como se merece. Porque antes te regalaban una cinta y era casi un ritual acercarte a la minicadena y darle al play. Ahora alguien te regala una carpeta con unos cuantos mp3 y es hasta cutre.
Es lo que tiene la evolución, que todo lo cambia.
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