La Sala de la Palabra acoge la presentación de su último libro, Fiebre y compasión de los metales
La Sala de la Palabra en el Teatro Liceo es una constelación de voces, de voces y de ecos. La poesía en Salamanca rima con afecto y reconocimiento, palabra y silencio, ese que recibe las palabras de Montserrat Villar y aguarda las de María Ángeles Pérez López a quien Villar calificó de Amiga del alma y maestra en muchos sentidos. La presentación, sentida y reflexiva, recordó que, en el prólogo al último libro de la autora, firmado por Juan Carlos Mestre, los metales son metáforas de la herida y de diferentes formas de curación a través de la palabra. Esa palabra que, para Villar, extrae el alma y la pasión de los objetos, redescubriendo los primeros sonidos y el sentido último de las cosas. Profunda conocedora de la poesía de Ángeles Pérez López, Montserrat Villar reconoció en el último libro de la autora, Fiebre y compasión de los metales, publicado en el 2016, una búsqueda del sentido, el amor y la espiritualidad de los objetos. Esos objetos afilados con los que Pérez López acaricia al lector, como su voz acaricia al oyente plena y certera.
Agradecida a la complicidad establecida a través de la poesía, agradecida a PentaDrama, Ángeles Pérez López afirmó que La escritura es el gesto más solitario que conozco. Una búsqueda que no se sabe dónde va a llegar. Una búsqueda que inició para todos nosotros en 1997 con Tratado sobre la geografía del desastre, un primer libro que constituye el descubrimiento de una autora dueña de sus dones, de un lenguaje sabiamente articulado para indagar en los misterios de una existencia plena de preguntas. Preguntas que, a lo largo de numerosos libros muy distintos entre sí, apenas contesta la autora siempre inmersa en una entrega total a la poesía. Poesía que no solo escribe, sino que enseña en la Universidad, comparte y edita como reconocida profesora, investigadora y prologuista.
La pisa que conlleva una crónica apresurada no le hace justicia a esta mujer profunda que desgrana, libro tras libro, una trayectoria impecable de entrega y lealtad a sus convicciones. Ángeles Pérez López siempre ha sido fiel a sí misma, a los suyos, al estudio riguroso de la literatura hispanoamericana, a su trabajo, a la poesía. Libro tras libro su lenguaje se ha vuelto rico, complejo, más profundo si cabe, pero siempre atento a las preguntas que le dicta una afilada inteligencia, un deseo de perfección siempre puliendo la palabra precisa, siempre entregada a la compasión hacia el que sufre. El doloroso poema a Ana Orantes, símbolo de las mujeres muertas a manos de sus parejas, se ha estilizado para convertirse en los dolorosos haikús contra los feminicidios de Ciudad Juárez. Los poemas que indagan en la condición de ser vivo en medio de una naturaleza hostil en la que mimetizarse se han vuelto, a través de los metales, en la compleja aleación entre el sentimiento y el conocimiento.
Ángeles Pérez López, esta exquisita mujer de formas perfectas, de aparente fragilidad y voz potente cuando lee con la mayor de la sinceridad y la menor de las declamaciones sus poemas, no es una poeta sencilla. Su último libro, fruto de una espera que la mantuvo muda y atenta, está llena de palabras que cercenan una realidad que indaga el poeta. Tijeras que no quieren ser tijeras, metales que se funden en el crisol del poema, guillotinas que cortan lo invisible y filos que atraviesan, el último de los libros de Ángeles Pérez López es de una brillantez que sobrecoge, de una afilada inteligencia capaz de convertir el lenguaje en un arma cargada de posibilidades que arden de fiebre y deliran de gracia. La misma que desprende esta autora pausada que sabe de la geografía de los afectos, de la bitácora de las obligaciones, del humor y del amor que impregnan sus trabajos y sus días. Ella es nuestra admiración y nuestro privilegio, nuestra voz y nuestro orgullo cierto. La de aquellos que la leen, de los que la amamos, la respetamos como profesora y sobre todo, la admiramos no solo como autora, sino como ser íntegro y generoso. Todo en ella arde en un fuego que no quema, sino que calienta y funde a su alrededor aquello que nos rodea para forjar, palabra a palabra, verso a verso, el metal perfecto del poema que comparten los azares generosos que nos llevan, una noche de otoño, a escuchar a quien no solo tiene voz, sino un gran eco. No es un encuentro, sino el mayor de los privilegios.
Charo Alonso