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Sentimientos y devoción de Isabel Bernardo para reivindicar la paz
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Monasterio de las clarisas

Sentimientos y devoción de Isabel Bernardo para reivindicar la paz

Actualizado 09/10/2016
Redacción

Este acto contra la persecución de los cristianos en el mundo contó también con otros cinco poetas, José Manuel Ferreira Cunquero, Elena Díaz Santana, José Fran Rosario, Soledad Sánchez Mulas, el rapsoda José Fernando Santos Barrueco, así como el barítono

El Monasterio de la Purísima Concepción, conocido como las clarisas o las franciscas descalzas, en la calle Ponferrada 45, ha acogido este domingo, la Proclama por la Paz, a cargo de la poeta salmantina Isabel Bernardo.

Se trataba de un acto contra la persecución de los cristianos en el mundo en el que también intervenían Elena Díaz Santana, José Fran Rosario, Soledad Sánchez Mulas y el rapsoda José Fernando Santos Barrueco.

José Manuel Ferreira Cunquero se encargó de la presentación y el barítono Antonio Santos, junto con el pianista Rubén González del acompañamiento musical.

Foto de Alejandro López

II PROCLAMA DE LA PAZ

Salamanca, 9 de octubre de 2016

I

Que la paz que anuncian con sus palabras, esté primero en sus corazones, dijo Francisco de Asís. Paz ante el odio, paz ante la ofensa, la discordia, el error, la duda; paz ante la desesperación, la tristeza o las tinieblas. Este fue el ideario de la oración franciscana y principio de esta proclama de la paz que hoy hago en Salamanca, a nueve de octubre de dos mil dieciséis.

Sentimientos y devoción de Isabel Bernardo para reivindicar la paz | Imagen 1La paz habría de pertenecer, siempre, a un sentimiento universal, atemporal, transversal a todos los valores humanos, y sin fronteras, ya sean estas raciales, territoriales o ideológicas. Sin embargo, la paz parece estar condenada a ser el resultado de un armisticio o rendición ocasional; a ser la coyuntura favorable de un colectivo social, de una región o continente; a ser un simple y arbitrario alto el fuego que no conlleva una verdadera voluntad en la suspensión de las hostilidades; o en ocasiones un eufemismo poético ineficaz, un dato estadístico más, e, incluso, un bien estudiado disfraz para conquistar poder y privilegios.

Pero no podemos negar que el hombre desde que fue capaz de ponerle letra o signos a su pensamiento, hubo de pensar la paz desde la guerra. Guerra, de la que hay quienes han llegado a afirmar, es una aventura necesaria, un procedimiento legítimo, y además un instrumento útil para la existencia del hombre. Sea o no sea así, lo cierto es que desde el principio de los tiempos, los descendientes de Adán hubimos de hacer el discurso de la paz desde el discurso de la guerra. Tal vez porque ningún concepto existe o puede comprenderse si no está en íntima relación con su contrario, y así como la riqueza solo tiene valor desde la pobreza, la paz está obligada a ir del brazo con la guerra para mostrar al mundo sus diferentes magnitudes.

Así sucede también en la naturaleza propia del ser humano. Inexplicablemente somos un encuentro de fuerzas y voluntades antagónicas. Lo que la mano derecha busca, la izquierda lo rechaza. El bien y el mal, frente a frente. Una parte dejándose llevar por Caín, y la otra por Abel. La lucha constante de los instintos y las razas para que, tal y como cuentan que sucedió en aquella vieja época de los dioses, si en la orilla de un río todo se aparecía como un apacible vergel de música y poesía, en la contraria hasta los juncos se hacían tea para alimentar la discordia. No podemos negar nuestra realidad. Nuestro alrededor tampoco. Y sin embargo, más allá de saber que somos una continuidad de aquella historia de olímpicos y titanes, algo en nuestro interior se rebela y, como una voz, busca nuestro oído para susurrarnos: Ve tras la paz, hermano.

II

Queridos amigos, señoras y señores, hermanos todos. Yo quisiera que hubiera sido de otra manera. Haber llegar aquí con los brazos llenos de palomas y apacible viento, el pecho en dulce latido, el alma, blanca y en sereno descanso. Ser, sin más, una poeta de la paz y para la paz. Sin embargo he de anunciaros que vengo a proclamar la paz desde la guerra, porque vengo de la calle y, aunque soy poeta, he buscado en mi alrededor y no he hallado paz ni flores en el camino. Y a pesar de todo, quiero pedir, como lo hiciera aquel otro trovador hace algo más de medio siglo, la paz y la palabra. "Yo doy todos mis versos por un hombre/ en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso/ mi última voluntad. Bilbao, a once/ de abril, cincuenta y tantos." Así firmaba Blas de Otero aquel poema en 1955, para pedir concordia para todos los hombres como una hermosa proclama de paz universal que he querido recordar en este 2016 que conmemora el centenario del nacimiento del autor bilbaíno.

Pocos años después de aquella plegaria poética de Blas de Otero, en 1967, el Papa Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio, afirmaba que "el desarrollo es el nuevo nombre de la paz". Desarrollo integral de los pueblos, justicia, armonía social y derechos universales para conseguir la plena dignidad humana.

Sentimientos y devoción de Isabel Bernardo para reivindicar la paz | Imagen 2Paz y progreso para los hombres, porque la paz es un principio que abarca todo el universo y en el progreso iba a encontrarse la solución que pusiera fin a los principios de la guerra.

El concepto de guerra y paz ha venido significándose, aunque de diferente manera, desde el principio de los tiempos. Ya los griegos hacían uso de la palabra eirene para referirse a la paz de un grupo que vive en armonía y justicia de sus miembros. Para el derecho romano la idea de paz queda sujeta a tres consideraciones fundamentales: absentia belli ?ausencia de guerra, entre Estados o países con lengua, religión e ideología propias-; pacta sunt servanda ?lo pactado obliga, pacto para llegar a la concordia que habrá de garantizar la ley-; si vis pacem para bellum ?si quieres la paz, prepara la guerra; guerra para defender la paz de sus agresores-.

La tradición hebrea deja el concepto de paz en el significado de la palabra shalom, como un pacto entre Yavé y su pueblo para hallar justicia y prosperidad. Y la tradición cristiana integra la paz en un nuevo orden, más universal, y en un nuevo concepto de ética que tiene como objetivo reconciliar a los pueblos por medio de la cruz, que es perdón y gracia. Paz al cristiano porque Yavé es paz y Cristo es nuestra paz, según rezan las Sagradas Escrituras.

A partir del siglo XV y hasta la actualidad, la paz comienza a perder parte de su consideración moral y religiosa, y pasa a ser un objetivo político fundamental para regir las relaciones internacionales de los pueblos, para defender la seguridad nacional e internacional, los Estados de Derecho, los derechos universales y otros intereses de orden público. También la paz se convierte en un principio para dictar leyes y modelos de ética, especialmente cuando el progreso y el desarrollo científico comienzan a dejar al descubierto sus muchos riesgos y peligros, por ejemplo, la bomba atómica.

Conviene tener en cuenta esta perspectiva histórica de la paz para ver que ésta no ha sido nunca un concepto aislado, sino un conflicto dinámico que ha tenido que revisarse de forma periódica para circunscribirlo a la cosmología social de nuestras civilizaciones y a todo tipo de amenazas territoriales, religiosas y culturales. Los cristianos, al igual que ha sucedido en otras religiones, hemos tenido que superar momentos amargos que la historia dejó escritos para nuestra vergüenza, e ir adaptando la forma exterior de nuestras convicciones a los nuevos tiempos. Porque nada hubiera debido apartar el dogma religioso de los principios fundamentales que defienden sus teorías: la tolerancia, la concordia, la paz. Porque, al fin y al cabo, las religiones nacieron para poner luz a las oscuridades del hombre, y Dios debe estar por encima de cualquier interpretación individualista y ser algo más que una forma de culto impuesta por las épocas, los países o las instituciones. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo, podemos leer en el Evangelio de Juan (Jn 14, 27). No, Dios, en cualquiera de sus formas, no puede ser arma ni cárcel para el hombre, sino un instrumento para la paz y un camino para conquistar la justicia, la equidad y las libertades.

Los cristianos hemos venido defendiendo la existencia de Dios desde sus alegorías, desde sus símbolos del bien y del mal, desde una concepción de mística y esperanza que a través del amor, la virtud y la bondad nos permite construir el mundo y encontrar el reposo del alma. Porque Dios es una de esas fuerzas que vienen desde dentro, y es TEMPLANZA de la inteligencia, y es FRENO de los instintos negativos del hombre para con su alrededor.

Pero lamentablemente, el desarrollo se impuso sobre el nuevo nombre de la paz y el mundo entró en el siglo XXI a lomos de un caballo desbocado, dejando que el progreso estableciera un nuevo sistema de prioridades que ponía en gravísimo peligro la relación de los hombres con Dios, y también del hombre con el hombre. Pocos fueron los que osaron hablar de este desequilibrio porque eran muchos más los que corrían tras los todopoderosos gigantes paganos de aquella sociedad del bienestar, a la que sin resistencia, también los cristianos, le íbamos entregando nuestra voluntad y nuestras más íntimas libertades.

Los nuevos ídolos convertían nuestros deseos en realidades inmediatas; hacían de la paz y de la guerra un dato estadístico políticamente convenido; y Dios dejaba de ser una atadura rancia y colectiva, y un obstáculo para una sociedad remozada que solo quería configurarse dentro de la ley y el pensamiento libre. Fácilmente caímos en el conformismo de negar la guerra, simplemente, porque la guerra había cambiado de lugar. Nuestros ojos y nuestra conciencia, enquistados de soberbia y egoísmo, no querían mirar a sus arrabales. Vivimos en paz, asegurábamos, porque lo que no es cercano e inmediato, no se siente. Y así fuimos olvidando nuestro compromiso con Dios y dejando nuestro futuro en las manos de un relativismo ético dirigido mayoritariamente por unos medios de comunicación que, cuando quisieron darse cuenta, hubieron de informar al mundo de que este comenzaba a ser un ignominioso jardín de iras donde, además, el nombre de Dios se ahuecaba en el aire como un grito de guerra que atravesaba todas las fronteras.

¿Dios contra Dios? No. El hombre contra el hombre. Una parte del mundo contra la otra. Y mientras una parte del mundo dejaba de leer sus libros sagrados, la otra parte leía con inquina y malinterpretaba. Y mientras una parte del mundo silenciaba a Dios, la otra disparaba y se inmolaba con su nombre.

Son los hijos del que se dice siglo del entendimiento y las civilizaciones, al servicio de un Dios que les regala gloria a cambio de represión, exterminio, terror y sangre. Hijos del progreso que alimentan sus ejércitos con la tecnología más avanzada en comunicación humana (internet, redes sociales?) para secuestrar la inteligencia y los derechos de los pueblos. Hijos de la libertad que han tatuado el odio en sus brazos, en su corazón y, lo que es peor, en el vientre de sus mujeres, para asegurarse la simiente de las nuevas generaciones. Porque aquel que engendra con odio sus semillas, cosecha los frutos del odio y asegura el odio en su descendencia.

III

¿Por qué? ?nos preguntamos-. ¿Con qué autoridad puede convertirse el amor de Dios a los hombres en una forma de exterminio y dictadura humanas? Y una voz de cinco siglos atrás me deja un viejo lamento, tan amargo como sostenido: El desprecio de la paz solo puede entenderse por la demencia de los hombres. (Erasmo de Rótterdam, Querela Pacis, 1516)

Pero estoy aquí para pedir la paz y la palabra, no para juzgar nuestra historia. Sé que la forma de guerra ha cambiado, y ya no valen versos ni palabras, porque no puedo engañarme o engañarles con románticos eufemismos o frases de relleno que apenas se aproximarían a la impiedad y cruel realidad de este terrorismo salvaje que hoy es nuestra más grande amenaza. Créanme, esto es lo más triste que un poeta cristiano puede llegar a escribir.

Sentimientos y devoción de Isabel Bernardo para reivindicar la paz | Imagen 3La configuración y la problemática de esta guerra no permite hoy confiarnos a modelos como el de la No-violencia de Gandhi o el llamado de La fuerza de la verdad de Martin Luther King que no hace muchas décadas dieron resultados muy positivos en la conquista de la paz.

Nuestro Dios nos pide coraje, que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde, pero la sociedad civil, sea cual sea su condición religiosa, racial o cultural? no debe poner la otra mejilla a la realidad violenta. Aquellos que tienen a su cargo el destino de las naciones han de tener como prioridad que se respete el orden internacional y el derecho internacional para que nuestros países no se conviertan en campos de mártires cristianos, o no cristianos. Esto va a obligarles a revisar los modelos para conquistar la paz, a tomar determinaciones unánimes y, probablemente, a aceptar estrategias que chocan frontalmente con nuestro más íntimo sentir. Solo se es justo defendiendo la justicia. De lo que la palabra no es capaz, en la justicia habrá de encontrar la mano. Y les aseguro, de corazón, que quisiera equivocarme. Porque quiero pensar el resto de mis días y los de las generaciones que me sucedan, en el mundo que sueño. Y dejar la paz escrita en mis poemas como una realidad y no como una inalcanzable esperanza.

Recen, por favor, recen mucho. Y pongan su fe en la justicia, su esperanza en el perdón de Dios, y su oído en esa voz que desde todos los cielos nos llama y nos dice: Ve tras la paz, hermano.

Isabel Bernardo

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