En España estamos ahora totalmente desorientados en lo que se refiere a la política, con implicaciones económicas de futuro, debido, sobre todo, a la situación del partido socialista. Pero también nos preguntamos qué puede pasar ante los juicios que se están celebrando acerca del caso gurtel y de las tarjetas dispensadas en su día por Caja Madrid a sus directivos y representantes.
Todo viene a ser expresión de la corrupción que se ha practicado en los años de vacas gordas entre los políticos y la gente de influencia económica, recibiendo dineros indebidos y malamente utilizados.
Aunque la economía o macroeconomía en España parece aguantar los envites de la deficiente política, y esto ofrezca en el exterior una imagen positiva sobre nuestro país, los problemas siguen ahí y sufrimos las dificultades de la imposibilidad de llegar a formar gobierno, con la consiguiente inseguridad e incertidumbre de futuro, que empieza ya a afectar al consumo en el interior del estado, y que se salva sólo provisionalmente por los buenos resultados del turismo.
Las dificultades de los nacionalismos catalán y vasco siguen contribuyendoambién a la inseguridad y a las imprevisiones de futuro. ¿Habrá solución a los problemas creados por los desaciertos en la gestión de las autonomías? Esperemos que España pueda salir adelante y no se deje contaminar de las tendencias separatistas y radicales que proliferan por diversos lugares de la Europa comunitaria.
En estos días he tenido oportunidad de encontrarme con un obispo nacido en el pueblo salmantino de Sobradillo, que ha servido como misionero en Brasil durante más de cincuenta años y, de ellos, los últimos veinte como obispo auxiliar de Teresina y luego titular de Cajazeiras. En el viaje lo acompaña Olindina, familiar nativa de Brasil y laica comprometida con las tareas pastorales.
He tenido oportunidad de dialogar con ellos y de recibir algunas impresiones sobre la interesante y preocupante situación política del Brasil, en algunos aspectos tan parecida al desarrollo de los acontecimientos en nuestro propio país.
Los brasileños recibieron con gran ilusión y expectativa el triunfo político del partido de los trabajadores (PT), cuyo líder era el conocido y distinguido Lula da Silva. El partido había nacido en ámbitos próximos a la Iglesia Católica y, en sus primeros momentos, esa proximidad era tal que el gobierno encomendó a la Iglesia administrar los auxilios sociales a favor de las clases más desfavorecidas. Lula logró liberarse de las tentaciones y de los cantos de sirena del después desenmascarado y decadente "socialismo del siglo XXI". Pero sus colaboradores no eran harina buena, y los administradores civiles de los auxilios sociales se entrometían más de lo debido en estos asuntos, de modo que la Iglesia renunció pronto a la administración social.
Lula terminó su mandato con aparente regularidad y éxito de gobierno, y le sucedió en la presidencia su correligionaria Dilma Russeff, recientemente destronada por decisión del Congreso brasileño. Independientemente de los argumentos utilizados para la destitución, era claro que había en los círculos próximos a la presidenta una más que notable corrupción y abuso de poder. El pueblo brasileño, que había confiado tanto en el partido de Lula, ha quedado finalmente muy desilusionado y decepcionado. La función de gobierno la ha asumido, según las leyes, el que era vicepresidente del gobierno con la misma Dilma. ¿Hasta dónde se podrá llegar?
Corrupción, corrupción. La distancia geográfica entre España y Brasil es bien notable, pero la distancia moral de la corrupción política y económica nos asimila y acerca notablemente. Brasil y España: situaciones similares, que esperamos encuentren su salida y renovación de la situación político-social que a ambos países nos aqueja.
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