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Escuela de Teología de San Esteban, una fascinante aventura compartida por todos
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Por Juan Huarte, director

Escuela de Teología de San Esteban, una fascinante aventura compartida por todos

Actualizado 30/09/2016
Redacción

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Escuela de Teología de San Esteban, una fascinante aventura compartida por todos | Imagen 1La historia del convento de San Esteban ha jugado un papel muy significativo dentro de la orden dominicana en sus 800 años de existencia así como de la ciudad de Salamanca.

Entre las muchas instituciones que albergan en la actualidad sus muros figura su Escuela de Teología, avalada por una larga experiencia de 39 cursos consecutivos, que viene prestando de forma ininterrumpida un ámbito propicio para la reflexión crítica y el cultivo de la fe con un amplio plantel de cualificados profesores.

Como comunidad académica, aborda la enseñanza sistemática de las principales cuestiones teológicas con una propuesta abierta a todos los públicos, interesada por cuanto afecta al ser humano en nuestro mundo moderno. Los múltiples temas y cuestiones puestos sobre la mesa y alimentados por una rica experiencia de situaciones personales ayudan al alumnado a estructurar la mente y sistematizar una serie de conceptos. Junto a esta dimensión académica, la Escuela desarrolla a su vez una serie de actividades en el plano sociocultural y religioso que favorecen la comunicación espontanea de sus participantes en un clima de agradable y saludable convivencia. Son dos perspectivas complementarias que se apoyan y refuerzan mutuamente y que, como lo manifiestan reiteradamente los propios alumnos, ayudan a descubrir en la vida un nuevo horizonte de sentido.

Como discípulos de santo Tomás de Aquino, los dominicos suscriben plenamente su convicción de que la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios. Con esta certeza como trasfondo, el teólogo tiene para sí que nada de cuanto ocurre en este mundo puede serle ajeno. Por ello mismo, la tradición dominicana ha buscado en todo momento desentrañar los entresijos de esa verdad misteriosa que anida en lo más profundo del ser humano en armonía con el conjunto de la creación. Si bien es cierto que hoy en día la fe es más bien percibida en ciertos sectores sociales como algo obsoleto, una persona razonable no puede renunciar a esa verdad que se le impone. De ahí que el estudioso de la teología emplee todas sus energías en establecer puentes de diálogo y conciliación entre la fe y las ciencias, convencido como está de que son dos realidades llamadas a entenderse y a convivir pacíficamente.

Quienes asisten a la Escuela de Teología de San Esteban ejercitan su mente dentro de este marco de pensamiento al mismo tiempo que pretenden reflejar y compartir sus inquietudes y opiniones dentro de ese foro abierto a la acogida de todos. Se sienten, por así decir, solidarios en el empeño por participar activamente en la gran aventura humana por clarificar la propia realidad personal. ¿Cómo desenmascarar y superar ese falso dualismo entre la fe y la razón que todavía persiste en muchos contemporáneos? ¿No es posible una concepción unitaria de la realidad humana que integre y armonice ambas perspectivas?

Profesores y alumnos de la Escuela de Teología nos sentimos de algún modo concernidos e identificados con aquellos delegados del pueblo israelita que fueron enviados por Moisés a explorar la tierra de Canaán prometida por Dios a sus antepasados (Libro de los Números, cap. 13). Como ellos, caminamos juntos al encuentro de esa "tierra buena y espaciosa que mana leche y miel". Como ellos, somos conscientes también de que la empresa va a resultar ardua y costosa, pues "nos vemos como saltamontes ante la raza de gigantes que habitan la tierra prometida". Este bellísimo relato -que tendrá su correlato en la vocación de los primeros discípulos de Jesús invitados a "remar mar adentro" (Lc 5, 1-11)-, podría ser el icono de cuantos nos dedicamos al estudio de la teología impulsados por ese resorte interior que movía el corazón y la mente de San Agustín: «nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». ¿Cómo no anhelar el poder asomarnos al menos a ese abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia escondido en los insondables designios y caminos de Dios? (Rm 11,33). El hombre no puede deshacerse de su irrefrenable apetito por saber el porqué y para qué de su origen y de su destino. Así nos lo ha trasmitido la multisecular experiencia del pueblo creyente guiado por la Palabra de Dios. Ella es también la que sustenta lo más nuclear de la teología como fuente inagotable de inspiración para quienes buscan orientar el sinuoso camino de la vida mediante la reflexión y el estudio.

No hace mucho leía el blog de un compañero en el que hacía un sabroso comentario en torno a este desconcertante aserto salido de la pluma de una conocida novelista española: "nuestras criaturas malgastan su tiempo y atontan sus entendederas estudiando Religión en las aulas de las escuelas públicas y en las concertadas, que pertenecen casi todas a curas y monjas. Coño, puestos a contarles cuentos, cuánto más instructivos serían los de Perrault o los de Hans Christian". ¿Serían sólo ganas de provocar? Desde luego, si la religión carece de sentido, sobra toda teología. Cada cual es muy libre de mantener sus opiniones o increencias. Se puede ser agnóstico, ateo, no creer en nada. Ahora bien, en una sociedad supuestamente desarrollada y civilizada, preferiríamos actitudes menos fanáticas y radicales, fruto frecuente de ideologías trasnochadas o de un lamentable desconocimiento de lo que se habla.

La Escuela de Teología de San Esteban es heredera de aquellos hombres de fe y letras que prestigiaron la sabia tradición universitaria salmantina dejándonos un legado irrenunciable de sabiduría. Si para Miguel de Cervantes "Salamanca enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que la apacibilidad de su vivienda han gustado", podrían decir otro tanto la mayoría de cuantos visitan el convento de San Esteban. Junto al arte que atesoran sus piedras y su museo, está la historia indeleble de figuras insignes del pensamiento que, desde el silencio y la paz de sus claustros y celdas, fueron capaces de alumbrar nuevos mundos con anchura y amplitud de miras. Resulta paradigmático en este sentido el caso de Diego de Deza aconsejando y apoyando la gran epopeya de Colón en su viaje a las Indias.

Ese es el espíritu que traspira la Escuela de Teología y que intenta trasmitir a cuantos se acercan a sus aulas. No para adoctrinar a nadie ni para "atontar sus entendederas". Sí para abrir nuevos horizontes de comprensión y para despertar del aletargamiento en el que nos envuelve nuestra sociedad con imperceptibles mecanismos de control, más preocupada por intereses económicos inconfesables que por recrear un auténtico tejido social desde una sólida base cultural y desde el respeto que se merece toda persona.

Juan Huarte, OP

Director de la Escuela de Teología

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