Hace apenas unos días ha fallecido Edward Albee, quien escribió una excelente obra: ¿Quién teme a Virginia Woolf? Seguro que han visto la película en la que una pareja permanece unida gracias al ligamento de los mutuos reproches. Cuando se mantiene una relación afectiva, quienes conviven o se quieren conocen muy bien las mejores virtudes de su pareja, pero también han aprendido a identificar cuáles son sus puntos débiles. Lo cual es una gran noticia porque significa que la complicidad es parte de la relación. El problema surge cuando este conocimiento se transforma en un dardo envenenado, listo para usarse cuando la ocasión lo requiera.
Estas semanas hemos asistido a la ruptura de un icono afectivo, la pareja compuesta por dos personas solidarias, han intervenido en países en conflictos, tanto bélicos como naturales. Empecemos por él, quien ideo y patrocinó unas viviendas de madera asequibles, construidas a varios metros del suelo para librarse del agua. Pensadas para realojar a muchos supervivientes del huracán Catrina, en Nueva Orleáns. Ella es embajadora en la ONU y no se conforma con poner su nombre en una elegante sala de conferencias, sino que asiste con regularidad a los campos de refugiados, donde comparte sus privaciones. Ambos son actores con talento y con una extraordinario físico, un don. Aunque mi abuela seguro que me diría, "no querida, son generaciones y más generaciones bien alimentadas".
Brad Pitt y Angelina Jolie son mucho más que una pareja, son un fenómeno de la cultura de masas y, sabiendo que su solidaridad era una parte sustancial de su biografía, que hayan decidido divorciarse, siguiendo el guión más clásico de las separaciones, es una profunda decepción. Son como cualquiera y eso ha desfigurado toda su brillantez, los ha vuelto feos porque se parecen demasiado a dos luchadores sin cuartel. Y ya sabemos que la violencia es un fracaso capaz de atrapar en una lucha diaria con el sólo ánimo de vencer al contrincante, que antes un día fue su pareja. Han empezado como todos, subastándose a sus hijos e hijas, pero pujando por su afecto, no a base de mimos, o tranquilizándolos, sino por la vía más mezquina, desacreditando la imagen que cada uno de sus hijos tengan de su padre o de su madre. Necesitan deformarle para que no lo reconozcan y duden de todo lo que sienten, porque detrás está la batalla de la custodia y en este caso, ambos han ejercido su responsabilidad sobre sus hijos. Eva Illouz, una socióloga marroquí que trabaja en la Universidad de París estudia ese fenómeno tan peculiar e intransferible como el amor. Y lo que más le interesa es cómo se afrontan los conflictos. Se pregunta dónde ha quedado esa complicidad para que una separación la diluya tan deprisa. Será que en estas fechas, donde la vida política es tan egoísta, en el sentido de especializarse sólo en atesorar escaños por encima del otro partido, me he sentido como ciudadana, tratada al igual que esos hijos que se han vuelto invisibles, pero en cuyo nombre padres y madres tiran cada uno de un brazo.
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