Acercarse hasta la portuguesa ciudad de Oporto, recorrer sus empinadas calles y avenidas, sus plazas, monumentos, cafeterías, confiterías, comercios? para dejarse llevar hasta la desembocadura del Río Duero, en el Atlántico, degustar sus abundantes viandas, acompañarlas de vinos tan reconocidos internacionalmente y no visitar el céntrico Mercado de Bolhao, a pocos metros de la transitada Rúa de Santa Catarina, es no haber descubierto el total encanto de esta hermosa ciudad.
Varias plantas y un gran patio central forman el Mercado de Bolhao. Recomiendo disfrutar de una vista general desde el primer momento, accediendo por las escaleras que llevan al primer piso y así tener una idea inicial y global del mismo. Para los amantes de sensaciones a para aquellos a los que le gusta la fotografía, nada mejor que unos minutos asomados desde la barandilla a su interior. El edificio se nos muestra con un aspecto de flagrante decadencia que nos retrotrae a una cuantas decenas de años atrás. Este es uno de los muchos espacios que aún se conservan en Oporto y que guardan el interior del alma, lo más esencial de la ciudad.
Este mercado, abierto desde principios del Siglo XX, muestra al visitante ávido de colores, aromas, imágenes y recuerdos, todos los nutrientes necesarios para el espíritu y los sentidos. En él, tenderos, clientes, turistas y género, unidos al singular aspecto de la edificación, que parece haberse detenido en el tiempo, se mezclan en un ambiente de trasiego, de rumor y vida, una vida muy diferente al que puede sentirse en su exterior, en sus transitadas calles.
La mejor forma de recorrer el Mercado de Bolhao es, sin prisas, a paso lento, deleitándonos en un primer recorrido en el espacio y el género que se muestra al cliente. Llaman la atención los puestos de flores, los frutos secos, herbolarios, frutas y verduras recién recogidas de las cercanas huertas que aún hoy se trabajan con esmero en el vecino Portugal. Pescados extraídos del vecino Atlántico y llegados a los puestos de venta minutos antes de abrir sus puertas dicho mercado. El exquisito bacalao salado, colgado por su cola, para deleite de quienes lo apreciamos como exquisito manjar o apilado uno sobre otro. Carnes de todo tipo con un corte muy diferente al que estamos acostumbrados por estos lares. Animales y aves de corral enjauladas -como el precioso gallo de la fotografía-, a la espera de nuevos dueños o, tal vez, -inconscientes los primeros-destinados para uso culinario. Todo eso y mucho más invita a un segundo paseo (interesante hacerlo en dirección contraria), para apreciar mejor los detalles que nos hayan pasado desapercibidos y poder embelesarnos con los seres humanos que lo invaden y la alegre y colorista decoración a base de banderas del país, banderines y guirnaldas.
De sus gentes, nada que objetar. Los portugueses son amables, educados, familiares, trabajadores y deseosos de ser apreciados, queridos y respetados. Son capaces de abrir sus casas para acogerte y agasajarte ?lo digo a sabiendas, porque lo he vivido en numerosas ocasiones. Un país junto al nuestro, inmerso en una misma aventura: la de sobrevivir. Nosotros nos hemos mirado mucho el propio ombligo sin darnos cuenta de que, a nuestro lado, sin ir más allá, teníamos un gran compañero de viaje, con unos mismos horizontes pero, eso es otra historia.
Abandonar el Mercado de Bolhao y dirigirse hacia la Librería Lello e hirmao, pasando por la Iglesia y Torre de los Clérigos, poder degustar unas tapas y algún caldo, habrá sido una buena forma de disfrutar de una buena mañana para, al atardecer, complacer a la vista con una puesta de sol en la parte baja de la ciudad, mientras el Duero se adentra en la inmensidad del océano.
(Imagen y textos: CBS)
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