Los calcetines rojos de la tarde, rasgados por el viento en los jardines, dejan su impronta de meditación. El cielo se ha cansado de avanzar: la oscuridad le pesa en los tobillos. A un paso de mis ojos, a contraluz, los plátanos silvestres son espías de los ancianos que andan con perrito. Qué soledad la mía tan extraña. Acompañándome siempre está la luz. Los edificios se alzan como arcángeles que ya no saben como abrir sus alas. La lluvia presentida aún no ha llegado, y, sin embargo, cuánto llueve ahora dentro de mí, mientras recorta el viento los calcetines rojos de la tarde, entre las rosaledas y los jazmines, abriendo la penumbra en la ciudad.
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