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Trece poetas en lengua azteca
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RESEÑA DE JACQUELINE ALENCAR

Trece poetas en lengua azteca

Actualizado 16/09/2016
Redacción

Un acercamiento al universo poético del México precolombino

Paseando por México D.F., hace casi ya dos lustros, muy cerca del imponente Zócalo, me encontré con una calle en la que abundan librerías donde puedes adquirir libros antiguos. Una tras de otra, como encadenadas para ofrecerte una exquisita degustación de lo mejor y variado de obras de distinto ámbito. En una de estas casas del libro me encontré con un ejemplar que me permitió libar de la miel más dulce que brotaba de los versos de trece poetas que se cuentan entre los más selectos del México antiguo. Se trata de una sencilla obra editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, cuya autoría recae en Miguel León-Portilla, quien a través de Trece poetas en lengua azteca   | Imagen 1su valioso trabajo de investigación, sumado al de otros tantos investigadores, y apoyado por la documentación que se conserva, nos ofrece los cantos de estos trovadores prehispánicos. Admirable es que de estos trece sabios, poetas y artistas del México antiguo se conozcan sus biografías y sus obras se hayan podido relacionar con quienes las escribieron.

Los poetas mencionados en el libro vivieron entre los siglos XIV y XVI en el entorno del mundo azteca. León-Portilla comenta en su introducción que "en los mismos manuscritos en los que se conservan las antiguas composiciones en lengua náhualt se indica también algunas veces de manera formal y expresa a quién han de atribuirse determinados textos". Agrupa a los poetas considerados en el libro de acuerdo a sus respectivas patrias: Tezcoco, México-Tenochtitlán, Tlaxcala y Chalco. Ellos son: Tlatecatzin de Cuauhchinanco, Nezahualcóyotl, Cuacuauhtzin de Tepechan, Nezahualpilli, Cacamatzin, Tochihuitzin Coyolchiuhqui, Axayácatl, Macuilxochitzin, Temilotzin de Tlatelolco, Tecayehuatzin de Huexotzinco, Ayocuan Cuetzpaltzin, Xicohténcatl El Viejo, Cichicuepon de Chalco.

Cito algunos versos de cuatro de estos forjadores de cantos. Inicio con Tlaltecatzin de Cuauhchinanco (siglo XIV), cantor del placer, la mujer y la muerte.

El poema de Tlaltecatzin

En la soledad yo canto

a aquel que es mi Dios

En el lugar de la luz y el calor,

en el lugar del mando,

el florido cacao está espumoso,

la bebida que con flores embriaga.

Yo tengo anhelo,

lo saborea mi corazón,

se embriaga mi corazón,

en verdad mi corazón lo sabe:

¡Ave roja de cuello de hule!,

fresca y ardorosa,

luces tu guirnalda de flores.

¡Oh madre!

Dulce sabrosa mujer,

preciosa flor de maíz tostado,

sólo te prestas,

serás abandonada,

tendrás que irte,

quedarás descarnada.

[...]

Y continúo con Nezahualcóyotl (1402-1472), poeta, arquitecto y sabio en las cosas divinas, de quien se dice que sus textos "bien podrían parangonarse con otras composiciones, ejemplos clásicos de poesía filosófica de valor universal":

Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:

¿Acaso deveras se vive con raíz en la tierra?

No para siempre en la tierra:

sólo un poco aquí.

Aunque sea de jade se quiebra,

aunque sea oro se rompe,

aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.

No para siempre en la tierra:

sólo un poco aquí.

Dice el autor que "entre los grandes temas sobre los que discurrió el pensamiento de Nezahualcóyotl están el tiempo o fugacidad de cuanto existe, la muerte inevitable, la posibilidad de decir palabras verdaderas, el más allá... el enigma del hombre frente al Dador de la vida... y en resumen, los problemas de un pensamiento metafísico por instinto que ha vivido la duda y la angustia como atributos de la propia existencia".

Cito versos que muestran su necesidad de acercarse al misterio de lo divino:

Sólo allá en el interior del cielo

Tú inventas tu palabra,

¡Dador de la vida!

¿Qué determinarás?

¿Tendrás fastidio aquí?

¿Ocultarás tu fama y tu gloria en la tierra?

¿Qué determinarás?

Nadie puede ser amigo del Dador de la vida...

¿A dónde pues iremos...?

Enderezaos, que todos

tendremos que ir al lugar del misterio...

Y otros más sobre quien es como la noche y el viento, que en su libro de pinturas ha hecho el boceto del rostro y corazón del hombre, y que permanece oculto e inalcanzable:

Con flores escribes Dador de la vida,

con cantos das color,

con cantos sombreas

a los que han de vivir en la tierra.

Después destruirás a águilas y tigres,

sólo en tu libro de pinturas vivimos,

aquí sobre la tierra.

Con tinta negra borrarás

lo que fue la hermandad,

la comunidad, la nobleza.

Tú sombreas a los que han de vivir en la tierra.

Y sobre la fugacidad de la vida:

Estoy embriagado, lloro, me aflijo,

pienso, digo,

en mi interior lo encuentro:

si yo nunca muriera,

si nunca desapareciera.

Allá donde no hay muerte,

allá donde ella es conquistada,

que allá vaya yo.

Si yo nunca muriera,

si yo nunca desapareciera.

Y cómo no, cito a Cacamatzin de Tezcoco, nacido, según el autor, hacia 1494. Se dice que este vate "fué vástago de la más ilustre de las familias de Tezcoco, bien conocida por haber dado gobernantes sabios y poetas famosos". Cacamatzin era hijo de Nezahualpilli y nieto de Nezahualcóyotl. El poeta de Tezcoco pasó su breve vida en un ambiente donde se cultivaban las artes y se exaltaba el poder, pero también ensombrecido por la traición y la tragedia. En 1519 fue testigo de la llegada de los extraños forasteros que traían armas que escupían fuego. Tuvo la misión de disuadir a Hernán Cortés a entrar en Tenochtitlan. Más tarde se sabe que murió asesinado. Cito fragmentos de sus cantos:

Cantos de Cacamatzin

Amigos nuestros,

escuchadlo:

que nadie viva con presunción de realeza.

El furor, las disputas

sean olvidadas,

desaparezcan

en buena hora sobre la tierra.

También a mí solo,

hace poco me decían,

los que estaban en el juego de pelota,

decían, murmuraban:

¿Es posible obrar humanamente?

¿Es posible actuar con discreción?

Yo solo me conozco a mí mismo.

Todos decían eso,

Pero nadie dice verdad en la tierra.

[...]

Es en verdad, tal vez como en su casa,

obra nuestro padre,

tal vez como plumajes de quetzal en tiempo de verdor,

con flores se matiza,

aquí sobre la tierra está el Dador de la vida.

En el lugar donde suenan los tambores preciosos,

donde se hacen oír las bellas flautas,

del dios precioso, del dueño del cielo,

collares de plumas rojas

sobre la tierra se estremecen.

[...]

Yo sólo digo,

yo, Cacamatzin,

ahora sólo me acuerdo

del señor de Nezahualpilli.

¿Acaso allá se ven,

acaso allá dialogan

él y Nezahualcóyotl

en el lugar de los atabales?

Yo de ellos ahora me acuerdo.

[...]

Entre el listado de poetas incluidos por el autor de esta obra, hay una mujer, Macuilxochitzin, de la que incluyo un canto, que se le atribuye, con el que la poeta pretende demostrar gratitud al supremo dios de los aztecas y preservar el recuerdo de la victoria de su pueblo, pues alude a una de las más importantes conquistas, instigada por su padre Tlacaélel y culminada por el señor Axayacatzin. Es originaria de México-Tenochtitlan y nacida allá por el año 1435. De modo que en el mundo náhuatl prehispánico hubo mujeres que se decantaron por el verso.

Canto de Macuilxochitzin

Elevo mis cantos,

Yo, Macuilxochitzin,

con ellos alegro al dador de la vida,

¡comience la danza!

¿Adónde de algún modo se existe,

a la casa de él

se llevan los cantos?

¿O sólo aquí

están vuestras flores?,

¡comience la danza!

[...]

Las flores del águila

quedan en tus manos,

señor Axayácatl.

Con flores de guerra

queda cubierto,

con ellas se embriaga

el que está a nuestro lado.

[...]

Trajo entonces un grueso madero

y la piel de un venado,

con esto hizo reverencia a Axayácatl.

Estaba lleno de miedo el otomí.

Pero entonces sus mujeres

por él hicieron súplica a Axayácatl.

Después de leer estos cantos, sólo me queda asombrarme por su actualidad, pues podrían haber sido escritos por cualquier poeta de nuestros días.

Texto: Jacqueline Alencar

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