"Hondo en la encina, en el acero, tallado casi en curva, en el níquel y el cuarzo, tan cercano en los hilos de la miel", escribe el gran poeta zamorano Claudio Rodríguez, destacado aficionado a los toros
Sin vejez y sin muerte la alta sombra
que no es consuelo y menos pesadumbre,
se ilumina y se cierne
cercada ahora por la luz de puesta
y la infancia del cielo. Está temblando,
joven, sin muros, muy descalza, oliendo
a alma abierta y a cuerpo con penumbra
entre los labios de la almendra, entre
los ojos del halcón, la nube opaca,
junto al recuerdo ya en decrepitud,
y la vida que enseña
su oscuridad y su fatiga,
su verdad misteriosa, poro a poro,
con su esperanza y su polilla en torno
de la pequeña luz, de la sombra sin sueño.
¿Y dónde la caricia de tu arrepentimiento,
fresco en la higuera y en la acacia blanca,
muy tenue en el espino a mediodía,
hondo en la encina, en el acero, tallado casi en curva,
en el níquel y el cuarzo,
tan cercano en los hilos de la miel,
azul templado de cenizas en calles,
con piedad y sin fuga en la mirada
con ansiedad de entrega?
Si yo pudiera darte la creencia,
el poderío limpio, deslumbrado,
de esta tarde serena?
¿Por qué la luz maldice y la sombra perdona?
El viento va perdiendo su tiniebla madura
y tú te me vas yendo
y me estás acusando
me estás iluminando. Quieta, quieta.
Y no me sigas y no me persigas.
Ya nunca es tarde. ¿Pero qué te he hecho
Si a ti te debo todo lo que tengo?
Vete con tu inocencia estremecida
volando a ciegas, cierta,
más joven que la luz. Aire en mi aire.
Del poema 'Revelación de la sombra', de Claudio Rodríguez