"Eduardo tendría que haber estado en el callejón vestido de luces, pendiente de chiqueros, haciendo lo que sabe, lo que siente, que es torear"
Eduardo Gallo contemplaba la novillada en el callejón, tan cerca de la arena que ha sido su sábana y su cuna, ese albero de La Glorieta que no pisará en este 2016, un año difícil en lo profesional y en lo personal, porque solo se cierran con sutura las heridas en la carne, lo del alma es otra cosa.
En el cuarto venía el brindis de Alejandro Marcos, el abrazo del novillero al torero, el respeto. Y La Glorieta estalló en una ovación de reconocimiento al torero que tantas alegrías le ha dado a Salamanca, condenado por un tarde mala, casi maldita, en Madrid. De Madrid al cielo, de Madrid a lo invisible.
Casi a la vez se conocía que serán Javier Castaño y José Garrido quienes sustituyan a Talavante y Roca Rey en la tercera de feria.
Y mientras la plaza se rompía las manos reconociendo el gesto del novillero y saludando a la vez al torero salmantino, pensaba que no, que no siempre es justo el toreo: que Javier, ese torero de acero cuya lucha ha recogido Javier Lorenzo en un libro, no tendría que acceder a la feria por la puerta de la sustitución, y menos después de una temporada en la que su regreso a los ruedos era celebrar a vida. Que Eduardo tendría que haber estado en el callejón vestido de luces, pendiente de chiqueros, haciendo lo que sabe, lo que siente, que es torear. Que el mejor brindis hubiera sido verse anunciado en su tierra en una feria en cuyos carteles pudo haber sitio para los dos.
Y sentí la necesidad de escribirlo porque no siempre el tiempo es el que hace la justicia, porque a veces hay que recordar en voz alta que Salamanca tiene toreros.
Ana Pedrero