Durante este interminable verano en el que todo el territorio nacional ha sido un ir y venir desde playas, ríos y montañas huyendo del calor abrasador que nos martiriza, unido al omnipresente ruido de los motores, se oyen los continuos gritos de niños en todo tipo de situaciones: bebés llorando desgarradoramente en espacios propios de adultos, niños gritando llamando a su mamá que está a un metro, preadolescentes chillando en la sala de una exposición, en el restaurante o en un concierto de música , niñas y niños que en contacto con el agua del mar vociferan más que las silenciosas gaviotas. Un verano de gritos, que no de susurros.
¿Por qué gritan tanto los niños en España? Porque todo el país grita. Pero no me refiero a ese alto tono de voz propio de los países mediterráneos, un signo más de la exuberancia de la vida, sino a ese gritar como señal de inquietud, desesperanza, rabia o exigencia. "No me grites!" le exige frecuentemente la mujer a su pareja. Pero ahora ni madres, ni padres, ni abuelos, ni profesores, le dicen, les ordenan a los niños que no griten. Y cuanto menos límites tienen los niños, más angustiados e inquietos se sienten.
Los psicoterapeutas sabemos que lo que el niño expresa en el seno de la familia es un síntoma proveniente del grupo familiar en su conjunto, bien porque el niño imita las conductas que ve, bien porque expresa lo que está latente en los adultos, aunque no lo expresen. El español medio se siente muy tenso, preocupado, enfadado, indignado, por su situación laboral, por la oscuridad económica del futuro, por las tensiones recientes entre las mujeres y los varones.
Los niños gritan porque, metafóricamente, todo el país grita, aunque sea un grito ahogado. No hay serenidad, ni concentración en las tareas, ni claridad en la toma de decisiones, ni siquiera en la información de los hechos colectivos obvios.
¡Pobres niños!, ¡pobres jóvenes!, ¡qué mundo interno y externo les estamos dejando en herencia! Eso sí, los locutores de la televisión pública seguirán calificando de " buen tiempo" las anómalas temperaturas de 38 grados de este septiembre sahariano, y de "positivas" las perspectivas de la industria hotelera y "esperanzador" los contactos entre los líderes políticos, esos que se creen que la patria termina donde finaliza su corbata y sus beneficios.
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