Mientras esto escribo, con la noche ya muy encima, Salamanca se prepara para despedir a uno de sus ganaderos legendarios y Javier Castaño duerme junto a la pequeña Sabela, que es la vida, que es el amor. Porque la vida siempre se impone a la muert
Por Ana Pedrero
Vida y muerte se dieron ayer la mano en La Glorieta. Del silencio del recuerdo al estallido de la ovación; de la pena de la despedida a la alegría del reencuentro.
Fue al final del paseíllo. Los tendidos se ponían en pie y un silencio denso, macizo, tomaba La Glorieta en honra y memoria de uno de los grandes ganaderos del campo charro, Alipio Pérez Tabernero, leyenda viva, memoria de la cría del bravo. "La mano en el pecho", gritó alguien desde arriba. Con su muerte, el mundo del toro y Salamanca son mucho más pobres, más huérfanos de leyendas y sabidurías.
Instantes después, la plaza estallaba en una ovación para saludar a Javier Castaño, que llegaba a su Glorieta como resucitado, con el pelo un pelín rizado, ese pelo distinto que sale después de las quimios. Nazareno y oro, tan en pie, tan sonriente, tan por encima del dolor que la ovación salía sola y el escalofrío recorría el cuerpo. Y aún más tarde se rompía las palmas y la camisa en el brindis, cuando Enrique Ponce sacaba a su compañero al ruedo y le brindaba el toro como quien brinda por la vida, por todo lo bueno que tenga que venir. Que está viniendo, que vendrá.
Después la tarde siguió su devenir frío y ventoso y la vida, lo cotidiano, corrió por las venas de la plaza cuando un señor ya entrado en años le decía por teléfono a quien le escuchaba al otro lado lo mucho que la extrañaba, que mañana mismo le iba a dar un beso. La vida se hizo más leve cuando algunos canturrearon el pasodoble de Su Majestad, se hizo otoño con el frío repentino de septiembre, se hizo absurda cuando un señor se acercó a pedirle un mechero a un policía que prestaba su servicio en el callejón. La vida se hizo, se hace más amable cuando día tras día miro hacia los lados y veo compañeros, compañeras, amigos, que me arropan en el camino. Y ahí, en el ruedo, siempre el misterio del toreo.
Mientras esto escribo, con la noche ya muy encima, Salamanca se prepara para despedir a uno de sus ganaderos legendarios y Javier Castaño duerme junto a la pequeña Sabela, que es la vida, que es el amor. Porque la vida siempre se impone a la muerte. Porque ni siquiera la muerte puede vencer al amor.