Ponce dicta una lección de magisterio cuando pisa una plaza y es capaz de torear hasta a una cabra a base de no cejar; Javier Castaño es un valiente que ha lidiado su peor toro
POR ANA PEDRERO
Decir a estas alturas que Ponce dicta una lección de magisterio cuando pisa una plaza o que tiene técnica, capacidad y conocimiento como para torear a una cabra es un tópico, sí.
Pero es que Ponce dicta una lección de magisterio cuando pisa una plaza y es capaz de torear hasta a una cabra a base de no cejar; a base de sobar por los dos pitones convirtiendo cada muletazo en una caricia, sin tiempo, sin prisa y sin techo, porque nada le queda por ganar pero sale cada día como si fuese un novillero nuevo con ganas de hacerse hueco en los carteles.
Así, afanoso, sin prisa, construye muletazo a muletazo, técnica y estética, faenas como la que le brindaba esta tarde a Javier Castaño, que tuvo sus mejores pasajes en el tramo final. Lo mejor vino con el cuarto de El Pilar, con el que firmó naturales de bello trazo y muletazos de hondura con la diestra rematados por abajo. Sin prisa, tanto como para que la Banda le diese una segunda vuelta al pasodoble de Santiago Martín 'El Viti' cuyo estribillo coreaban en la grada. Y aunque la espada no entró a la primera, La Glorieta le mostró su mejor sonrisa, excesiva, y abrió de par en par las puertas que vierten al cielo de Salamanca.
Un cielo ayer caprichoso, inestable, que dio paso al otoño en los tendidos, que se incendiaron en la ovación tributada a Javier Castaño tras el paseíllo.
Decir que Javier Castaño es un valiente que ha lidiado su peor toro, el más negro, y que ha salido por la puerta grande es también un tópico, sí.
Pero es que Javier Castaño es un valiente que ha lidiado su peor toro, el más negro, el puto cáncer, y ha salido por la puerta grande de la vida. Y cuando uno puede con eso, cuando uno puede con las noches de incertidumbre, con los días de tratamiento, con las analíticas de madrugada, con el veneno corriendo por las venas, con el estómago en vilo y el horario hecho trizas, con la muerte acechando en el colchón, puede con todo. Puede con dos toros del Pilar, uno a base de temple y mano baja y otro con firmeza y mérito, la muleta siempre en la cara, las ganas, la vida. Las dos sin terminar de tomar altura, pero la altura la ponía el torero, un gigante de carne y hueso que ha crecido en un año palmos y palmos sobre el suelo que pisamos los demás.
Y quien logra eso puede también levantarse, sobreponerse, sufrir un fuerte golpe en los testículos, sobre la cicatriz aún tierna, sobre el recuerdo de los peores días de su vida, y salir de la enfermería como quien sale un buen día de su casa. Increíbles hombres. Toreros.
Decir que José Garrido tiene madera de figura, que es un torero llamado a hacer cosas grandes y que su evolución es imparable es un tópico, sí.
Pero es que José Garrido tiene madera de figura, es un torero llamado a hacer cosas grandes y su evolución es imparable, aunque su lote fuese el peor del encierro. Lo suplió con una actitud extraordinaria, con unas chicuelinas en su primero y unas verónicas de recibo tan encajado al que cerraba plaza que son lo mejor de capote que se ha visto de momento en la feria. Precioso el inicio de faena al tercero, de temple y mano baja, aunque el toro, soso, se le fue parando y nunca terminó de humillar. Con el que cerraba la tarde fue todo clase, y firmeza, yu disposición, y ambición, y ganas. Pero el toro, que tenía clase, no podía más y aunque cayó la oreja después de unas ajustadas bernardinas y una media estocada, su faena supo a presentación de credenciales de un torero de cante grande que hoy aún calentaba la voz. Y tan alto dijo su nombre que ya no se nos olvida: José Garrido. La garra, la emoción, la fuerza y la frescura.