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Dos respuestas bajo la chaquetilla
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EL APUNTE DE ANA PEDRERO

Dos respuestas bajo la chaquetilla

Actualizado 12/09/2016
Ana Pedrero

No sé qué pasará por la cabeza de un torero antes de enfrentarse a seis toros, ni cómo te vibra el cuerpo cuando es alzado a hombros para sentirte más cerca del cielo, donde todo es cielo

POR ANA PEDRERO

Yo no sé qué pasará por la cabeza de un torero cuando se tiene que enfrentar a seis toros en solitario, cuando tiene que exponer sus carnes durante más de dos horas en la cara de un toro, y luego otro, y luego otro, y luego otro, y así hasta el que cierre plaza.

No sé cómo serán esas horas previas imaginando, dibujando esos seis toros, cuatro hierros, ya en chiqueros, esperando la tarde de la gran apuesta, la primera de feria, la de correr los cerrojos de La Glorieta, abrir las puertas y dejar que entre la vida a sus tendidos como un reguero de esperanza que se renueva tarde tras tarde.

No conozco el peso de la vida sobre los hombros, ni el silencio que precede a ese paseíllo en el que dos sobresalientes te guardan las espaldas y contemplas una plaza que clava sus ojos en tus pasos jugándote la tarde a una sola carta, lanzando una sola moneda al aire que puede ser cara, que puede ser cruz.

López Simón afrontó sereno el compromiso, champán y oro como un brindis, aquel primero al público en el centro del ruedo antes del inicio de rodillas, ofreciéndose ante una Glorieta generosa y a favor del torero en un compromiso de tal calado.

La responsabilidad sobre las hombreras, la mirada seria en los preámbulos, la sonrisa ancha paseando los trofeos, las ganas y la voluntad siempre presentes en una tarde de pasajes intermitentes que explotó en toreo largo y despacioso con el cuarto, un buen toro de García Jiménez que embestía con codicia y humillaba por los dos pitones, colaborador esencial para una faena que vertebraba la encerrona mostrando el mejor toreo del madrileño.

La puerta grande ya estaba asegurada con dos orejas previas en sendas faenas que no terminaron de redondear, la segunda protestada. Pero en el cuarto cuando los cerrojos cayeron a ley dando quizá sentido a ese vértigo, esa soledad que tiene que sentir el hombre cuando se expone más de dos horas a la muerte y sale del trance mirando a la plaza, uno frente a todos, sin poner los pies en el suelo.

No sé qué pasará por la cabeza de un torero antes de enfrentarse a seis toros, ni cómo te vibra el cuerpo cuando es alzado a hombros para sentirte más cerca del cielo, donde todo es cielo.

López Simón esta tarde salía de La Glorieta con las dos respuestas guardadas bajo la chaquetilla, cerca del corazón, donde se guardan las cosas secretas, las que no se dicen, las que no se explican, las que solo conoce aquel que las vive en sus carnes, prólogo y epílogo de la tarde primera, la de abrir las puertas y dejar que entre la vida, siempre la vida.

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