La Peña de Francia tiene una fuerza especial desde antiguo. Posiblemente, haya sido ya montaña sagrada desde los tiempos prehistóricos.
En pocos lugares se puede tomar el pulso a la religiosidad popular campesina como en la cima de la Peña de Francia, el día de la romería o fiesta de la Virgen. Fue así, un año más, el pasado ocho de septiembre.
La Peña de Francia tiene una fuerza especial desde antiguo. Posiblemente, haya sido ya montaña sagrada desde los tiempos prehistóricos. De hecho, está rodeada de enclaves que cuentan con pinturas rupestres, como ocurre en los valles de Batuecas y de Lera; pinturas que, a su vez, nos hablan de cómo el ser humano ha poblado tales parajes del sur salmantino desde muy antiguo.
Y este carácter de imán, esta fascinación que la Peña de Francia ejerce para todas las comunidades campesinas que la circundan, sigue teniendo una gran fuerza en el presente, como puede comprobarse a través de las innumerables visitas veraniegas que recibe el santuario en que se venera la imagen de la Virgen morena, por parte de los emigrantes que regresan a sus pueblos de vacaciones, y el día de la romería del ocho de septiembre.
Este pasado y recientísimo todavía ocho de septiembre, subimos una vez más ?como hacemos siempre que podemos? a la Peña de Francia. Toda una oleada humana de gentes de Las Hurdes, de la Sierra de Francia, de las Tierras de Ciudad Rodrigo, del Campo Charro y dehesas salmantinas, incluso hasta del mismo Portugal (en cuyas tierras más próximas, ha existido desde antiguo una gran devoción a esta advocación de la Virgen) estaban allí presente, en la montaña sagrada, en la cima sagrada, para asistir un año más a esa vinculación (de que hablara María Zambrano) del hombre y lo divino, del ser humano y la sacralidad de que está investido, por el solo hecho de serlo.
El ceremonial del rito festivo de la romería es muy sobrio: misa al aire libre, en la escalinata y calle ante el pórtico del santuario, y procesión después, con la imagen de la Virgen, circunvalando la plaza de la cima, con un grupo de danzantes ante ella (de La Alberca, este año); y, por la tarde, el rezo del rosario.
En el transcurso de la misa, podíamos comprobar con emoción esa verdad que brota del corazón de las gentes campesinas y que se manifiesta en sus rezos, sentidos e intrahistóricos, como una manifestación más de esa vinculación oscuramente sentida por nuestras gentes entre el ser humano y lo divino.
No es extraño que un escritor como Miguel de Unamuno se sintiera tan atraído por la Peña de Francia. Porque a él le gustaban también todas las manifestaciones de esas emociones campesinas de las que tanto escribió y que tanto contribuyeron a su genial formulación del concepto de 'intrahistoria' y que dieron lugar a esa creación narrativa maravillosa y tan llena de misterio como es San Manuel bueno, mártir.
Un año más, hemos tenido el privilegio de participar de esas emociones campesinas, manifestadas y renovadas en la cima de la montaña sagrada, de nuestra montaña sagrada: la Peña de Francia, uno de los hitos más luminosos en nuestra vida, desde los ya lejanos años de nuestra niñez albercana.
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